Ella se dio media vuelta. Mick estaba tan cerca que si se hubiese inclinado hacia delante un poco habría podido enterrar la nariz en su cuello. Los laterales de la camisa rozaron su pecho y ella contuvo la respiración.
Mick la miró a los ojos mientras le daba un anticuado vaso.
– Toma. -Y retrocedió un paso.
– Gracias.
Lo rodeó y abrió la nevera. Fue un gusto notar el aire frío en las acaloradas mejillas. Aquello no podía estar pasando de ninguna manera, no con él, y si hubiera sido cualquier otro hombre, a ella no podrían considerarla responsable de lo mucho que podría usar y abusar de su cuerpo.
– ¿Eres de Idaho? -le preguntó mientras recostaba la cadera contra la encimera y se cruzaba de brazos-. ¿O estás aquí por trabajo?
– Nací y me crié en Boise.
Salvo los cinco meses que había vivido en Truly y los seis años que había vivido en el sur de California, cuando asistía a la Universidad de California, Los Ángeles. Puso unos cubitos de hielo en el vaso.
– ¿Tus padres viven en Boise?
– No conocí a mi padre. -Cerró la nevera y puso el vaso en la encimera-. Me crió mi tía, que murió hace pocos meses.
– ¿Dónde está tu madre?
En el mismo lugar que la de Mick. Enterrada a unos ocho kilómetros de allí.
– Murió cuando yo era joven.
Maddie se inclinó para sacar la botella de whisky del armario de las bebidas.
– Lamento oír eso.
– Apenas la recuerdo. -Esperaba que dijera algo sobre la muerte de sus padres cuando era niño, pero no lo hizo y ella se puso en pie y le ofreció el Crown Royal-. Lo siento, no es tan bueno como el Bushmills de veintiún años.
Mick le cogió la botella y la destapó.
– Pero la compañía es mejor.
Se sirvió tres dedos de whisky encima del hielo.
– Tú no me conoces.
Dejó la botella en la encimera y se llevó el vaso a los labios.
– Esa es una de las cosas que me gustan de ti. -Bebió y luego añadió-: No me senté a tu lado en segundo. Tu hermana no es amiga de mi hermana y tu madre no era la mejor amiga de mi madre.
No, pero había sido muy amiga de tu padre, pensó Maddie.
– Tanya no se crió por aquí.
– Cierto, pero es demasiado neuras. No puede relajarse y pasárselo bien. -Bajó el vaso y miró hacia el salón-. Esta es una de las casas más antiguas del lago.
– El de la inmobiliaria me dijo que la construyeron en los años cuarenta.
Se inclinó un poco hacia delante y miró por el pasillo hacia el lavabo y los dormitorios.
– Parece diferente desde la última vez que estuve aquí.
– Me dijeron que habían remodelado la cocina y los lavabos el año pasado. -Maddie bebió un trago-. ¿Cuándo fue la última vez que estuviste aquí?
– ¡Oh, no lo sé. -Se puso derecho y la miró a los ojos-. Es posible que haga unos quince o unos veinte años.
– ¿Tenías un amigo que vivía aquí?
– Podríamos decir que sí. Aunque no sé si llamaría a Brandy Green amiga. -Esbozó una leve sonrisa cuando añadió-: Sus padres estaban en el Rodeo Pendleton de Oregón.
– ¿Y tú tenías tus rodeos particulares aquí?
La sonrisa se convirtió en una mueca pícara.
– Podríamos llamarlo así.
Maddie frunció el ceño.
– ¿Cuál era la habitación de Brandy?
Seguro que Mick había grabado sus iniciales en una viga del techo.
– No sabría decirlo. -Movió el hielo en el vaso haciéndolo chasquear y luego se llevó el vaso a los labios-. Pasábamos la mayoría del tiempo en la habitación de sus padres. Su cama era más grande.
– ¡Oh, Dios mío! Lo hiciste con ella en mi dormitorio. -Se llevó la mano al pecho-. Ni siquiera yo lo he hecho en ese dormitorio. -Al segundo de haber dicho aquello, deseó que la tragara la tierra. No solía avergonzarse de sí misma con frecuencia, pero odiaba cuando ocurría. Sobre todo cuando él echó la cabeza hacia atrás y soltó unas grandes carcajadas-. No tiene gracia.
– Sí la tiene. -Después de unos momentos de hilaridad por su parte, dijo-: Cielo, podemos arreglar eso ahora mismo.
Si su oferta hubiera sonado amenazadora o babosa, le habría echado de su casa a patadas, pero era sencilla y directa e incluso la hizo sonreír a su pesar.
– No, gracias.
– ¿Estás segura? -Bebió otro sorbo y luego dejó el vaso sobre la encimera.
– Estoy segura.
– Soy mucho mejor que la última vez que estuve aquí. -Le ofreció una sonrisa llena de una irresistible mezcla de encanto, seguridad en sí mismo y puro pecado-. He practicado mucho desde entonces.
Ella no había practicado nada últimamente. Hecho que se hizo muy patente cuando sus pechos se erizaron y notó un tirón cálido en la barriga. Mick era el último hombre en la tierra con el que debía abandonar la abstinencia sexual. Su cabeza lo sabía muy bien, pero a su cuerpo no parecía importarle.
Mick le cogió una mano y le acarició los dedos con el pulgar.
– ¿Sabes lo que más me gusta de ti?
– ¿Mi Crown?
Mick negó con la cabeza.
– ¿Que no quiero un vestido de novia, una casa y una fábrica de bebés?
– Además de eso. -Mick la atrajo hacia él-. Que hueles muy bien.
Maddie dejó la copa sobre la encimera y pensó en qué crema se había puesto.
Mick le levantó la mano y olió la cara interna de su muñeca.
– ¿Cerezas?
– Almendras.
– Ayer fue chocolate, hoy son almendras. Me pregunto a qué olerás mañana. -Mick le puso la mano en un hombro.
– Melocotón. -Lo más probable.
Mick le apartó el cabello hacia atrás y acercó la cara hasta su cuello.
– Me encantan los melocotones tanto como el chocolate y las almendras. Haces que me entre hambre.
Conocía esa sensación.
– Tal vez deberías ir corriendo a casa de tu hermana a comer una cacerola de guisantes.
Maddie notó la suave risa de Mick contra la piel, un momento antes de que él le empezara a besar el cuello con la boca abierta. Sintió un escalofrío en la columna vertebral y dejó caer la cabeza a un lado. Tenía que detenerlo, pero todavía no, en un minuto.
– Tal vez debería comerte.
Él cerró los ojos y ella supo que estaba en un lío. Aquello no podía estar ocurriendo. Mick Hennessy no debería estar en su casa, diciéndole que quería comerla e incitándola a tener malos pensamientos acerca de por dónde podía empezar, incitándola a pasar la mano por su pecho y acariciarle el cabello.
– ¿Sabes lo que te haría si tuviera más tiempo?
La cogió por la cintura y la atrajo hacia él. Maddie notó una hinchazón en su bragueta y se hizo perfectamente a la idea.
Ella tragó saliva con dificultad mientras Mick le mordía el lóbulo de la oreja.
– ¿Quieres echarle otro vistazo al dormitorio principal?
Mick levantó la cabeza, sus sexys ojos azules se habían puesto soñadores de deseo.
– ¿Quién necesita un dormitorio?
Tenía razón. Paseó la mano por el hombro de Maddie y subió por un lado del cuello. Tal vez había sido un error pasar sin sexo tanto tiempo. La presión del cuerpo de Mick era tan increíble que no quería que parase, pero tenía que hacerlo, claro, dentro de un minuto.
– Eres una mujer hermosa, Maddie. -La rozó con los labios ligeramente-. Si tuviera más tiempo, te quitaría el vestido.
– Ya sé quitarme el vestido.
Mick esbozó una sonrisa que le curvó un lado de los labios.
– Es más divertido si te lo quito yo.
Entonces la besó en la boca, con una suave y atormentadora presión. La excitó, alargando el beso hasta que los dedos de Maddie empezaron a acariciar el corto cabello de su nuca y ella abrió los labios. La lengua de Mick entró en su boca, húmeda y deliciosa; sabía a whisky y a deseo. Entre los muslos sentía un charco de calor húmedo, y puso la mano libre sobre el estómago liso de Mick, notando los duros contornos del pecho. ¡Hacía tanto tiempo…! Tanto tiempo desde que un hombre no la tocaba así… Lo besó. Quiso adherirse a él, como si le picase la piel y quisiera desgarrarle la ropa y notar la presión de su piel desnuda. ¡Hacía mucho tiempo! En parte porque ella había desistido y en parte porque ningún hombre la había excitado como Mick.