Mick la cogió por la cintura, cada vez más fuerte, y los pulgares le apretaron el estómago justo debajo de los pechos.
Mick ladeó la cabeza y ligeramente atrajo la lengua de Maddie hasta el interior en su boca, donde experimentó una sensación cálida y húmeda. Los dedos de Maddie se enredaron en su cabello y ella se apretó contra su cuerpo duro. Se le erizaron los pezones contra su firme pecho y Mick emitió un suspiro desde lo más hondo de la garganta. Aquello se estaba descontrolando. Iba en aumento y amenazaba con superarla.
Maddie se apartó de él.
– Basta.
Mick pareció sorprenderse tanto como ella.
– ¿Por qué?
– Porque… -Respiró hondo y soltó el aire despacio. «Porque no sabes quién soy y cuando lo descubras me odiarás»-. Porque tienes que ir a comer con tu hermana.
Abrió la boca para protestar, pero luego bajó las cejas como si hubiera olvidado lo que tenía que decir.
– Mierda. -La cogió más fuerte durante una fracción de segundos, antes de dar un paso atrás y dejar caer las manos a los costados-. Yo no pretendía empezar algo que no pudiera terminar.
– Yo no pretendía empezar nada en absoluto-. Maddie se lamió los labios y se preguntó si debía sincerarse allí mismo, en aquel momento, antes de que lo oyera de boca de alguien de la ciudad-. Definitivamente esto no es una buena idea.
– Te equivocas. -Le cogió la mano y la arrastró consigo hasta la puerta principal-. Lo único malo es mi horario.
– Pero si no me conoces -protestó mientras se acercaba a él en la entrada.
– ¿A qué viene tanta prisa? -Abrió la puerta, pero se detuvo en el umbral. La miró a la cara y soltó un pesado suspiro-. De acuerdo, ¿qué tengo que saber?
Y entonces ella se acobardó o, mejor dicho, decidió que contárselo mientras su cuerpo aún ardía de deseo por él no era el mejor momento. En lugar de eso intentó abordarlo desde otro punto de vista.
– Soy una especie de abstemia sexual.
– ¿De qué tipo? -La miró a los ojos-. ¿Cómo puedes ser «una especie de abstemia sexual»?
Sí, ¿cómo?
– Llevo mucho tiempo sin tener sexo con un hombre.
Mick frunció el ceño.
– ¿Eres lesbiana?
– No.
– No me lo parecía, no besas como una lesbiana.
– ¿Cómo lo sabes?
Estaba mirándole a los ojos azules y al segundo siguiente volvía a estar pegada a su cuerpo. Él la besó en la boca y ella sintió aquellos besos tan ardientes en lo más hondo de su ser. Mick tomó aire de su boca y Maddie se mareó. ¡Cielos!, no podía respirar ni pensar. Iba a desmayarse de placer.
Mick la soltó y ella se recostó en el marco de la puerta.
– Por esto lo sé -respondió Mick.
– Dios mío, eres un tornado -dijo ella jadeando-. Se llevó los dedos al labio superior. Se le había quedado la boca dormida-. Chupas todo lo que hay a tu alrededor.
– Todo no. -Salió al porche iluminado por la luz del sol-. Todavía no.
Capítulo 6
Maddie estaba de pie con las manos estiradas frente a ella mientras Nan, la modista, prendía alfileres en el satén de color melocotón debajo de sus axilas. Las otras dos damas de honor estaban a su lado, en diversos grados de desnudez, mientras les prendían alfileres y las empujaban.
– Me lo debes -le dijo a su amiga Clare, la arrebolada novia. Había ido desde Truly en coche aquella mañana y planeaba salir por ahí con sus amigas antes de volver al día siguiente.
– Míralo de este modo -dijo Clare desde el sofá de la tienda de vestidos de novias de Nan-. Al menos los vestidos no tienen gasas como los que nos hizo poner Lucy en su boda.
– Oye, eran preciosos -protestó Lucy defendiendo su elección mientras una segunda costurera prendía alfileres en el bajo de su vestido.
– Parecemos escapadas de un baile escolar -dijo Adele. Adele se sujetaba el espeso pelo rizado mientras una mujer le prendía alfileres en la espalda del vestido-, pero los he visto peores. Mi prima Jolene hizo que sus damas de honor llevaran toile de Jouy púrpura y blanca.
Clare, la arbitra de exquisito gusto, soltó un suspiro.
– ¿Tela como los grabados pastoriles que ves en las sillas y en el papel pintado? -preguntó Maddie.
– Sí. Parecían sofás. Sobre todo la amiga de Jolene, que estaba un poco más rellenita que las demás chicas.
– ¡Qué triste! -Lucy se dio la vuelta para que la costurera pudiera trabajar en la parte trasera del bajo.
– ¡Es criminal! -añadió Adele-. Este tipo de cosas debería estar prohibido por la ley. O al menos debería haber alguna clase de reparación por infligir tal estrés emocional a una persona.
– ¿Qué hace ahora Dwayne? -preguntó Clare refiriéndose al antiguo novio de Adele.
Durante algunos años Adele había salido con Dwayne Larkin y siempre creyó que acabaría siendo la señora Larkin. Pasó por alto sus hábitos más indeseables, como olerse los sobacos de las camisas antes de ponérselas porque era un tipo musculoso que estaba muy bueno. Había aguantado sus modales de tragacervezas obsesionado con La guerra de las galaxias porque no todo el mundo es perfecto, pero cuando él le dijo que se le estaba poniendo «un culo gordo» como el de su madre, ella lo echó de su vida de una patada. Nadie usaba esa palabra en relación con su trasero ni insultaba a su madre muerta, pero Dwayne no se fue del todo. Cada pocas semanas, Adele encontraba en su porche uno o dos regalos que ella le había hecho, o cosas que se había olvidado en su casa. Dejaba las cosas allí, sin ni siquiera una nota, sin aparecer en persona, solo aquellos cachivaches de lo más variado.
– Para su cumpleaños le regalé una edición limitada de Darth Vader. -Adele soltó las manos y el espeso cabello rubio se le derramó sobre la espalda-. Lo encontré en mi porche con la cabeza cortada.
Maddie podía entender la reacción de Dwayne con ese regalo, pero por motivos distintos. Si ella hubiera abierto un regalo de cumpleaños y se hubiera encontrado con un Darth Vader, edición limitada o no, se habría cabreado bastante, pero aun así, ningún tipo de violencia debía ser tomado nunca a la ligera.
– Necesitas ponerte un sistema de alarma. ¿Sigues teniendo la pistola paralizante?
Adele estaba muy quieta mientras la costurera le medía el contorno del brazo.
– En alguna parte.
– Tienes que buscarla y atizarle con ella. -Nan movió el corpiño de Maddie y ella dejó caer los brazos a los lados-. O mejor aún, te voy a regalar una Cobra como la mía y le puedes freír el culo con cincuenta mil voltios.
Sin mover el cuerpo, Adele volvió la cabeza y miró a Maddie como si estuviera loca.
– ¿Eso no lo matará?
Maddie lo pensó un momento.
– ¿Tiene alguna dolencia cardíaca?
– Creo que no.
– Entonces no lo matará -respondió Maddie. Nan dio un paso atrás para contemplar sus progresos-. Pero se retorcerá como si lo estuvieras matando.
Adele y Clare se quedaron boquiabiertas de la impresión, como si hubieran perdido el poco juicio que les quedaba, pero Lucy asintió. Había luchado a muerte contra un asesino en serie y conocía de primera mano la importancia de las armas de defensa personal.
– Y cuando lo tengas en el suelo, rocíalo con espray de pimienta.
– Dwayne es un idiota, pero no es violento -dijo Adele-. Aunque al ver el Darth Vader me recordó algo horrible.
– ¿Qué? -Si Dwayne hubiera pegado a Adele alguna vez, Maddie lo habría perseguido y liquidado ella misma.
– Tiene mi traje de princesa Leia esclava.
Clare se movió hasta el borde del sofá.
– ¿Tienes un traje de esclava?