– Alice era realmente una buena chica -dijo Trina ante un café y un pastel de nueces-. Y joven.
Maddie miró la grabadora que descansaba en la mesa en medio de ellas, luego miró a Trina.
– Tenía veinticuatro años.
– Solíamos charlar del futuro mientras compartíamos una botella de vino. Yo quería ver mundo. Alice solo quería casarse. -Trina sacudió la cabeza y dio un bocado al pastel-. Tal vez porque tenía una niña pequeña. No sé, pero solo quería encontrar un hombre, casarse y tener más hijos.
Maddie no sabía que su madre pensara en tener más hijos, pero se dijo que tenía sentido. Si su madre viviera, no le cabía duda de que habría tenido un hermano o una hermana, o ambos. No era la primera vez, pero le conmovió pensar en lo diferente que habría sido su vida de no haber sido por Rose Hennessy. A Maddie le encantaba su vida. Le encantaba la mujer en la que se había convertido. No la cambiaría por nada, pero a veces pensaba en lo distinta que habría sido.
– ¿Conocía a Loch o a Rose Hennessy?
Mientras miraba a Trina sentada frente a ella, se preguntó si su madre llevaría un peinado anticuado o se habría puesto al día adaptándose a la moda.
– Eran mayores que yo, pero los conocía a los dos. Rose era una persona impredecible. -Trina dio un sorbo de café-. Y Loch era un seductor nato. No era de extrañar que Alice se enamorase de él. Quiero decir, todas las mujeres estaban enamoradas de él, pero la mayoría de las mujeres tenía más sentido común.
– ¿Sabe qué sentía Loch por Alice?
– Solo sé que Alice creía que iba a dejar a su esposa y a su familia por ella. -Trina se encogió de hombros-. Pero todas las mujeres con las que se enredaba pensaban lo mismo. Solo que Loch nunca lo hacía. Claro que tenía sus líos amorosos, pero nunca dejaba a Rose.
– Entonces ¿qué cree usted que había de diferente en la relación de Loch y Alice? ¿Qué llevó a Rose a la desesperación y le hizo cargar un arma y presentarse en el bar Hennessy aquella noche?
Trina sacudió la cabeza.
– Siempre he creído que fue la gota que desbordó el vaso.
Tal vez.
– O pudo ser que Alice fuera mucho más joven y bonita que las demás. ¿Quién sabe? Lo que recuerdo es lo rápido que Alice se enamoró de Loch. No se creería lo rápido que se enamoró perdidamente.
Después de leer los diarios de su madre, Maddie lo creía de sobras.
Trina dio otro mordisco al pastel y miró la boca de Maddie mientras masticaba. Enarcó sus cejas pintadas y miró a Maddie a los ojos.
– Reconozco tu boca. Eres la hijita de Alice, ¿verdad?
Maddie asintió. Casi era un alivio revelarlo.
Trina sonrió.
– Bueno, ¿qué te parece? Siempre me he preguntado qué habría sido de ti después de que tu tía se te llevara.
– Era mi tía abuela y me llevó con ella a Boise. Murió la primavera pasada. Entonces encontré los diarios de mi madre y en ellos aparecía su nombre.
Trina dio unas palmaditas en la mano de Maddie por encima de la mesa. Fue una caricia fría y un poco extraña.
– Alice estaría muy orgullosa de ti.
A Maddie le gustaba pensar eso, pero no estaba segura.
– Entonces ¿te has casado? ¿Tienes niños?
– No.
Trina le dio una última palmadita y luego cogió el tenedor.
– Aún eres joven. Tienes tiempo.
Maddie cambió de tema.
– Tengo un débil recuerdo de una colcha de lunares. ¿Recuerda algo de eso?
– Hummm. -Dio un bocado y miró al techo para pensarlo-. Sí. -Le devolvió la mirada a Maddie y sonrió-. Alice la hizo para ti y solía envolverte enterita en ella como un…
– Un burrito. -Maddie concluyó la frase como si el recuerdo de su madre le refrescara la memoria.
«Tú eres mi burrito de lunares.» Si Maddie hubiera sido una mujer muy emotiva, la punzada que sentía en el corazón le habría arrancado unas lágrimas, pero ella nunca había sido una persona emotiva, y podía contar con los dedos de una mano el número de veces que había llorado en su vida adulta. No se consideraba una persona fría, pero había aprendido pronto que las lágrimas nunca cambiaban nada.
Habló con Trina durante otros cuarenta y cinco minutos antes de recoger sus notas y la grabadora y dirigirse a Boise.
Tenía otra prueba del vestido de dama de honor aquella tarde, y debía encontrarse con sus amigas en la tienda de vestidos de novias de Nan antes de comer con ellas y volver a Truly.
Se detuvo en Value Rite a comprar papel higiénico y un paquete de seis Coca-Cola light. La tienda albergaba una exposición de campanillas de viento y comederos de colibrís, cogió uno y leyó las instrucciones. En realidad era una tontería. Probablemente el verano siguiente ya no estuviera viviendo en Truly. No tenía sentido crear un ambiente hogareño, pero puso el comedero en el carro, junto con el paquete de Coca-Cola. Siempre podría llevárselo cuando la vendiera. Había comprado la casa como una inversión. Ella era una mujer sola. Y una mujer sola no necesita dos casas, pero suponía que no había ninguna prisa en vender.
Carleen Dawson estaba en el pasillo de la comida para perros colocando correas y collares y hablando con una mujer de largos cabellos negros. Maddie le sonrió al pasar por delante con el carro y Carleen detuvo su conversación.
– Es ella -oyó decir a Carleen. Maddie siguió caminando hasta que notó una mano que le cogía del brazo.
– Solo un minuto.
Se volvió y vio unos ojos verdes. Se le erizó el vello de la nuca, como si debiera conocerla. La mujer llevaba una especie de uniforme, como si trabajara en un restaurante o en una cafetería.
– ¿Sí?
La mujer la soltó.
– Soy Meg Hennessy, usted está escribiendo sobre mis padres.
Meg. Por eso le sonaba, por las fotos de Rose. Si Mick era la viva imagen de Loch, Meg se parecía mucho a su madre. El hormigueo de la nuca se extendió por la columna vertebral, como si estuviera mirando a los ojos a una asesina. A la asesina de su madre, pero claro, Meg era tan inocente como ella.
– Sí.
– He leído sus libros. Usted escribe sobre asesinos en serie. Un tema muy sensacionalista. Mi madre no era una asesina en serie.
Maddie no quería hablar allí, en mitad de una tienda, con Carleen mirando.
– Tal vez podríamos hablar de esto en otra parte.
Meg sacudió la cabeza y el cabello negro ondeó sobre los hombros.
– Mi madre era una buena persona.
Esa frase era digna de ser debatida, pero no en un supermercado.
– Estoy escribiendo un relato objetivo de lo ocurrido.
Y era cierto. Había escrito algunas crudas verdades sobre su madre que podía haber pasado por alto con facilidad.
– Eso espero. Sé que Mick no quiere hablar de esto. Entiendo cómo se siente, pero es obvio que usted va a escribir ese libro con o sin nuestra ayuda. -Hurgó en su bolso y sacó un bolígrafo y un envoltorio plateado de chicle-. A mí no me parece que la muerte de mis padres merezca una novela, pero usted sí lo cree -dijo mientras escribía en el lado blanco del envoltorio-. De modo que llámeme si tiene preguntas.
Maddie no se impresionaba con facilidad, pero cuando Meg le dio el papel, se quedó tan asombrada que no supo qué decir. Miró el número de teléfono y dobló el papel por la mitad.
– Lo más probable es que ya haya hablado con los parientes de esa camarera. -Meg metió el bolígrafo en el bolso y el cabello negro cayó sobre las pálidas mejillas-. Estoy segura de que le han mentido sobre mi familia.