Mick sacudió la cabeza.
– No, nunca. El problema de mi madre, uno de sus problemas, era que nunca debió haber soportado a un tipo que la engañaba constantemente. Y el problema de mi viejo era que nunca debió casarse.
– ¿Así que tu solución es evitar el matrimonio?
– Exacto. -Se sentó a su lado en la barandilla y la cogió de la mano-. Igual que tú resolviste el problema de sobrepeso evitando los hidratos de carbono.
– Eso es distinto. Yo soy una hedonista y tengo que evitar algo más que los hidratos de carbono.
En aquel momento, su naturaleza hedonista notaba el calor de la mano de Mick que le subía por el brazo hasta el pecho.
– También evitas el sexo.
– Sí, y si abandono la abstinencia en cualquiera de estos dos ámbitos, podría volverme horrible.
– ¿Cómo de horrible?
De repente Mick estaba demasiado cerca y ella se puso de pie.
– Me atiborraría.
– ¿De sexo?
Intentó apartar la mano, pero él no la soltaba.
– O de hidratos de carbono.
Mick puso la otra mano en su cintura.
– ¿De sexo?
– Sí.
La blanca y seductora sonrisa de Mick centelleó a través de la oscuridad que los separaba.
– ¿Cómo de horrible te volverás?
La atrajo hacia sí despacio hasta sujetarla entre sus muslos.
La calidez de la mano, el contacto con los muslos y la sonrisa pícara de Mick se unían en una conspiración para atraerla, arrebatarle la voluntad para resistir y hacerle abandonar la abstinencia de inmediato. Notaba los senos pesados, la piel tensa y el incesante dolor que Mick había creado la primera vez que la besó le golpeaba ahora de un modo agudo, punzante y abrumador.
– No quieras saberlo.
– Sí -dijo-. Creo que sí quiero saberlo.
Capítulo 11
– Creí que ibas a mantener la lengua fuera de mi boca.
Mick levantó la mirada hacia el rostro de Maddie bañado por la luz de la luna y buscó la cremallera de la sudadera.
– Supongo que tendrías que haberme puesto la lengua en otra parte que no fuera tu boca.
Le bajó la cremallera y la sudadera se abrió para permitirle una visión de su escote. No llevaba nada debajo y los testículos se le tensaron mientras los pálidos montículos de sus senos desnudos quedaban al descubierto a unos pocos milímetros de su cara.
– Nos va a ver alguien -dijo Maddie y le cogió la muñeca.
– Los Allegrezza están en Boise.
Tiró de la cremallera hasta la cintura.
– ¿Y los vecinos del otro lado? -preguntó Maddie, pero no evitó que le apartara los bordes de la sudadera a un lado.
Tenía los pechos firmes y de un blanco pálido a la luz de la luna, mientras los excitados pezones trazaban un perfil erótico en la oscuridad.
– No hay nadie fuera, pero aunque lo hubiera, está demasiado oscuro para ver algo. -Deslizó las manos alrededor de la cintura hasta la curva de la espalda y la atrajo más hacia él-. Nadie puede verme haciendo esto. -Se inclinó para besarle el vientre-. O esto. -Le besó el escote.
– Mick.
– ¿Sí?
Le peinó el cabello hacia un lado con los dedos; las uñas le arañaban el cuero cabelludo y le producían un hormigueo de placer a lo largo de la columna.
– No deberíamos hacer esto -dijo Maddie respirando de manera entrecortada e irregular.
– ¿Quieres que pare?
– No.
– Bien. He encontrado un lugar para mi lengua.
Mick abrió la boca y resiguió con la lengua los erectos pezones. Aquella noche ella olía a galletas dulces y también sabía un poco a galletas.
– Mmm -gimió Maddie atrayéndolo hacia ella-. Qué bueno, Mick. Hacía mucho tiempo. -A Maddie le gustaba hablar, pero para entonces Mick ya podía haberlo adivinado-. No pares.
Él no tenía ninguna intención de parar, sobre todo cuando estaba haciendo exactamente lo que había querido hacerle desde el día en que la vio en la ferretería. Apartó una mano de su espalda para cogerle un pecho.
– Eres una mujer muy hermosa. -Se alejó lo bastante para mirarla a la cara, a los labios entreabiertos y al deseo que brillaba en los ojos oscuros-. Quiero recorrer todo tu cuerpo con la lengua. Empezando por aquí.
La aspiró hasta meterse los pezones en la boca. La carne se fruncía aún más y a él le encantaba su tacto y su sabor. La mano que le cogía el pecho bajó por el liso y plano vientre y se deslizó entre las bragas. Desde la noche en la que le besó en Mort, había tenido fantasías salvajes de lo que le haría si volvía a quedarse a solas con ella. Metió la mano entre los muslos y la acarició a través de las finas bragas. Estaba caliente y húmeda hasta límites increíbles, y el deseo se retorcía y se tensaba dolorosamente en la entrepierna de Mick. La deseaba. La deseaba como no había deseado a una mujer desde hacía mucho tiempo. Intentó alejarse de ella, pero a la menor excusa para verla, allí estaba él con la boca en su pecho y la mano en sus bragas, y aquella vez no iba a irse a ninguna parte hasta que no satisficiera aquella pasión que le latía por todo el cuerpo. Maddie lo deseaba y él estaba más que dispuesto a darle lo que quería. No iría a ningún lado hasta que los dos estuvieran demasiado exhaustos para moverse.
– Sí, Mick -dijo en un susurro-, tócame aquí.
La sudadera cayó a sus pies y él se echó hacia atrás para mirarle los senos y la cara. Deslizó los dedos por dentro de las bragas y los dejó allí.
– ¿Aquí? -Apartó la carne húmeda y la tocó. Estaba increíblemente mojada y él quería meter allí algo más que los dedos.
– Sí.
La respiración de Mick era agitada y las manos de Maddie se pegaban a sus hombros.
– Me encanta saber que te he puesto tan mojada -dijo encima de la boca de Maddie-. Quiero hacértelo con la lengua. -Pasó los dedos por el pequeño montículo femenino-. Aquí. -Ella asintió-. No te importa, ¿verdad?
Maddie sacudió la cabeza, luego asintió e hizo una combinación de los dos movimientos.
– Mick -susurró aumentando la presión en los hombros-. Si no paras… -Respiró en busca de oxígeno-. ¡Oh, Dios mío, no pares! -gimió mientras un poderoso orgasmo le doblaba las rodillas.
Mick le rodeó la cintura con un brazo para evitar que se cayera, mientras la tocaba con los dedos, la acariciaba y notaba su placer en la mano. Él la besó en el cuello, ansiaba con todas sus fuerzas estar dentro de ella y notar que los muslos le agarraban a cada pulsación.
– Yo no pretendía que pasara esto -dijo Maddie cuando acabó.
Mick sacó la mano de las bragas y apretó su erección contra ella.
– Vamos a hacer que vuelva a pasar. Solo que la próxima vez, yo voy a estar contigo.
Le rozó la punta de los pechos con los dedos húmedos y bajó la boca hasta sus labios para alimentar la necesidad y el deseo de placer incontrolado.
– Tienes condones, ¿verdad? -jadeó Maddie después de besarle.
– Sí.
Desnuda de cintura para arriba, le cogió de la mano y lo acompañó dentro de la casa.
– ¿Cuántos tienes?
¿Cuántos?, ¿cuántos?
– Dos. ¿Cuántos tienes tú?
– Ninguno. Yo he sido célibe. -Cerró la puerta detrás de ellos y luego se volvió hacia él-. Vamos a tener que hacer durar estos dos condones toda la noche.
– ¿Qué planeas?
Lo empujó contra la puerta cerrada, le quitó la camisa por la cabeza y la tiró a un lado.
– Algo que no debiste haber empezado. -Maddie asumió el control y aquella impaciencia de ella se la puso tan dura que creyó que los botones de los Levi's iban a estallarle-. Pero algo que vas a acabar. -Los senos de ella le rozaban el pecho mientras le besaba el cuello y le desabrochaba la bragueta-. Voy a usar tu cuerpo. -Le chupó el cuello y le bajó los pantalones y los calzoncillos bóxer hasta las rodillas-. No te importa, ¿verdad?
– ¡Dios, no!
La polla de Mick le golpeaba el vientre y ella la cogió en la cálida mano. Le cogió las pelotas y se las acarició arriba y abajo, apretando el pulgar en la cordada vena de su verga.