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– Eres un hombre hermoso, Mick Hennessy. -Le rozó el glande con el pulgar-. Duro.

No era broma.

– Grande.

Mick jadeó.

– Puedes manejarla.

– Ya sé que puedo. -Le mordió el hoyo de la garganta y luego se puso de rodillas despacio, besándole el vientre y el abdomen mientras bajaba-. ¿Y tú puedes?

¡Oh, Dios! Ella iba a usar su preciosa boca. Su «sí» salió en un estallido de respiración contenida.

– ¿No te importa que use la lengua contigo? -Se arrodilló delante de él y levantó la mirada, con una sonrisita en los labios rojos-. ¿Te importa?

– ¡Joder, no!

Sus miradas se encontraron mientras ella deslizaba la aterciopelada lengua por la gruesa verga, y Mick tensó las rodillas para no caerse.

– ¿Te gusta notar mi lengua aquí?

– Sí. -¡Dios!, ¿iba a hablar todo el rato?

Le lamió la hendidura del glande.

– ¿Así, aquí?

Maddie lo estaba volviendo loco, pero él tenía la sensación de que ya lo sabía.

– Sí.

Maddie sonrió.

– Entonces te encantará esto.

Abrió los labios y tomó la verga en la cálida y húmeda boca, metiéndosela hasta el fondo de la garganta.

– ¡La hostia bendita! -susurró él poniéndole las manos sobre la cabeza.

Muchas mujeres dudaban al meterse la polla de un hombre en la boca. Era obvio que Maddie no era una de ellas. Se la chupó hasta llevarlo a un torbellino sexual que le hacía ajeno a otra cosa que no fuera ella. A otra cosa que no fuera sus cálidas manos, su caliente boca líquida y la dulce lengua que le daba puro placer carnal. Mick notó la puerta de cristal fría contra la espalda y cerró los ojos. Esperaba que ella parara en algún punto. Las mujeres siempre paraban, pero Maddie no lo hizo. Se quedó con él mientras llegaba a un clímax tan intenso y poderoso que le dejó sin aliento y le golpeó como un tren de mercancías. Se quedó con él hasta que el último destello del orgasmo cesó y Mick pudo respirar. La mayoría de las mujeres creen que saben dar placer a un hombre con la boca. Algunas mejor que otras, pero nunca había experimentado nada como el intenso placer que Maddie le acababa de dar.

– Gracias -dijo con la voz ronca y la respiración entrecortada.

– De nada. -Maddie se levantó y él le acarició con un dedo la comisura de la boca-. Entonces ¿te ha gustado?

Mick hizo ademán de abrazarla.

– Sabes que sí.

Maddie le abrazó por los hombros rozándole el pecho con los pezones.

– Ahora que los dos ya hemos tenido el primero, espero que no pienses en irte a trabajar, porque tengo planes para ti aquí.

No pensaba irse, no tenía que ir a Mort. El nuevo encargado que había contratado estaba haciendo un buen trabajo. Mick la besó en el cuello y le tocó los pechos. En lo más hondo de su vientre, el deseo que había sido concienzudamente saciado hacía solo un instante volvió a encenderse.

Tenía sus propios planes.

Maddie no debía haber abandonado la abstinencia. Hacerlo con Mick había sido un error por su parte, por muchas razones, pero el momento de detener las cosas antes de que escaparan a control había pasado hacía una hora. Podía haberlo detenido antes de que le pusiera la boca en los pechos y deslizara la mano en sus bragas, pero claro, no lo había detenido. Cuando notó la húmeda boca y sus dedos virtuosos, se volvió egoísta y ávida. Quería notar aquellas manos por todo el cuerpo. Notar que le tocaba lugares del cuerpo que hacía mucho tiempo que no le habían tocado. Mirarle a los ojos y ver lo mucho que la deseaba.

Dentro del chorro de luz que la lámpara derramaba sobre la colcha roja, Mick besó la curva de la espalda desnuda de Maddie y siguió subiendo por la columna.

– Siempre hueles tan bien…

Mick tenía las manos y las rodillas sobre la cama a ambos lados del cuerpo de ella y su erección rozaba la cara interna de los muslos desnudos, mientras se inclinaba para besarle la espalda.

No, no debía haber abandonado la abstinencia con Mick, pero no lo lamentaba. Aún no. No cuando estaba haciéndole sentir aquellas cosas. Cosas maravillosas que ni siquiera sabía que echaba de menos. Al día siguiente lo lamentaría, al pensar en cómo había complicado su vida y la de Mick, pero aquella noche iba a ser completamente egoísta y disfrutar del hombre desnudo que estaba en su cama.

Maddie se dio la vuelta y miró los ojos azules de Mick, llenos de deseo y enmarcados en las gruesas pestañas negras.

– Me gustas -dijo, y subió las manos por los brazos y los duros músculos de los hombros de Mick-. Me haces sentir bien.

Él se inclinó, le mordisqueó un hombro y le rozó la entrepierna con el pene.

– Háblame de todos esos modos en que vas a usar mi cuerpo.

– Es una sorpresa -le dijo Maddie al oído.

– ¿Debería estar asustado?

– Solo si no puedes aguantarlo.

Apretó su erección contra ella.

– Eso no va a ser un problema.

Y no lo fue. Mick la besó, la excitó con las manos y la boca, llevándola hasta el borde del clímax y deteniéndose. Justo cuando pensó que iba a sujetarlo a la cama y saltar encima de él, Mick cogió el condón de la mesita de noche. Maddie se lo quitó y se lo puso, mientras le besaba el vientre. Luego él la sujetó a la cama y se arrodilló entre sus muslos. Cogió con las manos el grueso fuste de su pene y condujo la gran cabeza hasta la resbaladiza abertura. Él entró en ella, caliente y enorme, y ella jadeó por el absoluto placer que le provocaba que la penetrara.

– ¿Estás bien?

– Sí. Me encanta esta parte -dijo ella.

Mick la sacó y se la metió un poco más hondo.

– ¿Esta parte?

Ella se humedeció los labios y asintió. Le rodeó la cintura con una pierna y lo forzó a internarse más en ella. La respiración de Mick se aceleraba un poco cuando la sacaba y luego se enterraba hasta el fondo, embistiéndola y empujándolos hacia arriba en la cama.

Maddie gritó, de dolor o quizá de intenso placer, no estaba segura del todo. Solo sabía que no quería que aquello acabara.

– Lo siento. -Le llenó de besos las mejillas-. Pensé que estabas preparada.

– Lo estoy -gimió ella-. Sigue, hazlo otra vez.

Y él lo hizo una y otra y otra vez. Hacía tiempo que Maddie no practicaba el sexo, pero no recordaba que fuera tan bueno… si hubiera sido tan bueno no habría renunciado a aquello tanto tiempo.

Mick gimió profundamente y tomó en sus manos la cara de Maddie.

– Noto que me aprietas fuerte. -Le besó los labios y dijo cerca de su boca-: Y es tan bueno…

El calor le arrebolaba la piel, irradiaba hacia fuera desde el lugar donde estaban unidos. Maddie deslizó los dedos por los cálidos hombros de Mick y los enredó en su pelo.

– Más rápido, Mick -susurró.

Le encantaba la sensación de que le tocara en lo más hondo, el henchido glande de su pene le frotaba el punto G, llenándola por entero. Le encantaba la presión de su piel húmeda contra ella y la intensidad de sus ojos azules. Sin perder el ritmo de las batientes caderas, Mick pasó una mano por la cadera y el trasero hasta la cara posterior de los muslos.

– Ponme esta pierna alrededor de la espalda -le dijo en un susurro.

Apretó la frente contra la de ella. La respiración jadeante acariciaba las sienes de Maddie, mientras se hundía en ella más rápido y más fuerte.

– Mick -gritó, mientras él proseguía sus embates llevándola cada vez más cerca del clímax-. Por favor, no pares.

– Ni por un momento.

El calor se propagó desde el triángulo de los muslos, como un fogonazo, por todo su cuerpo, y perdió de vista todo salvo a Mick y el placer del cuerpo de él. Le llamó por el nombre una vez, dos, tres veces. Intentó contarle lo bien que se sentía, lo mucho que le encantaba el sexo y cuánto lo echaba de menos, pero sus palabras salieron cortas y abreviadas mientras él no cesaba de arremeter su erección en ella, produciéndole un placer tan intenso que Maddie abrió la boca para gritar. Pero se le ahogó el sonido en la garganta mientras la invadían oleadas de placer, y los músculos vaginales pulsaban y se contraían, aferrándose fuerte al miembro de Mick. Y así siguieron, Mick se hundía en ella, que notaba en la mejilla su fatigado aliento, hasta que por fin se hundió en ella una última vez y un largo y torturado gemido murió en su garganta.