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– No se va. -Se volvió y miró hacia delante con las manos agarradas al volante-. He intentado encontrarle un hogar al otro lado del lago. Incluso le había elegido una casa y todo. Una muy bonita con postigos amarillos.

– ¿Y qué ha pasado?

Maddie sacudió la cabeza.

– No lo sé. Estaba subiendo de hurtadillas al porche, preparada para dejar al gato y salir corriendo, cuando la jodida cosita ronroneó y restregó la cabeza contra mi barbilla. -Levantó la mirada hacia Mick mientras fruncía las cejas-. Y aquí estoy, pensando en todos esos anuncios de comida para gatos de la televisión y preguntándome si debo comprar Whiskas o Fancy Feast.

Mick rió.

– ¿Cómo se llama?

Maddie cerró los ojos y susurró:

– Bola de nieve.

La risa se convirtió en carcajadas y Maddie abrió mucho los ojos y le miró.

– ¿Qué?

– ¿Bola de nieve?

– Es blanco.

– Miau.

– Es un nombre muy infantil.

– Y eso lo dice un tipo que le puso Princesa a su caniche.

Su risa se extinguió.

– ¿Cómo sabes lo de Princesa?

Maddie abrió la puerta del coche y sacó un pie.

– Tu hermana me lo dijo. -Subió la ventana, cogió al gatito en la mano libre y bajó del coche-. Y antes de que empieces a ponerte mandón, tu hermana apareció en mi porche esta tarde para hablarme de tus padres.

– ¿Qué te contó?

– Muchas cosas. -Cerró la puerta y puso los seguros-. Pero sobre todo creo que quería hacerme creer que de niños erais felices como perdices hasta que Alice Jones se mudó a la ciudad.

– ¿La has creído?

– Claro que no. -Colocó al gatito dentro de su cazadora tejana y se colgó el bolso grande del hombro. El mismo bolso grande en el que llevaba la Taser-. Sobre todo cuando dejó escapar que tu madre hizo una hoguera con la ropa de tu padre.

– Sí, ya me acuerdo. -No era ningún secreto-. Recuerdo que la hierba del jardín delantero tardó mucho en volver a crecer.

En aquel tiempo debía de tener cinco años. Un año antes de que su madre se perdiera por completo.

– Y por si hubieras oído el rumor, no, no se va a hacer ninguna película protagonizada por Colin Farrell y Angelina Jolie.

Mick había oído el rumor y fue un alivio enterarse de que no era cierto.

– ¿Vas en pijama?

El gatito asomó la cabeza por la cazadora cuando Maddie miró hacia abajo.

– Creí que nadie se daría cuenta.

– Yo me he dado cuenta.

– Sí, pero anoche llevaba un pantalón de pijama como este. -Levantó la mirada y una sonrisita sexy modeló sus labios-. Aunque solo por muy poco tiempo.

Además, ella no pensaba que volvieran a practicar el sexo juntos. ¿De acuerdo?

– ¿Eres tú? -preguntó Mick.

– ¿Soy yo qué?

– Huelo a Krispies de arroz. -Se acercó a ella y enterró la cabeza-. Claro que eres tú.

– Es mi mantequilla corporal de Marshmallow Fluff.

– ¿Mantequilla corporal? -¡Oh, Dios! ¿De veras creía ella que no iban a acabar en la cama juntos otra vez?-. He estado pensando en ti todo el día. -Le cogió por la nuca y apretó la frente contra la de ella-. Desnuda.

Bajo su pulgar, el pulso de Maddie latía a través de las venas, casi tan fuerte como el de Mick por su cuerpo.

– Vuelvo a estar de abstinencia.

– ¿Vuelves a ser una especie de… célibe?

– Sí.

– Puedo hacer que cambies de idea.

Intentaba convencer a una mujer de que estuviera con él, algo que normalmente no hacía. O querían o no querían.

– Esta vez no -dijo, aunque no parecía muy convencida.

Pero en lo tocante a Maddie, nada era normal.

– Te encanta cómo te beso y acaricio tu cuerpo. ¿Te acuerdas?

– Yo, e… -tartamudeó ella.

Normalmente no pensaba en una mujer ni se obsesionaba con ella todo el día. No se preguntaba qué estaría haciendo, si estaba trabajando o buscando ratones muertos, ni cómo iba a conseguir que ella volviera a desnudarse.

– Ya te has preparado para irte a la cama. -Rozó la boca de Maddie con los labios y ella los abrió un poco en un leve jadeo. Normalmente no perdía el tiempo porque había otras a las que no necesitaba convencer-. Ya sabes lo que quiero.

– Miau.

Maddie retrocedió y él retiró su mano.

– Tengo que comprar comida para gatos.

Mick miró la cabecita blanca que asomaba de la cazadora tejana de Maddie. ¡Aquel gato era un diablillo!

– Buena chica, Bola de nieve -dijo Maddie acariciando la cabeza de la gatita, luego le miró y se volvió hacia la entrada de la tienda-. Vigílalo. Es un hombre muy malo.

Capítulo 13

El fino collar tenía brillos rosados y un pequeño cascabel rosa, y cuando Maddie fue hasta la carretera a buscar el correo a eso de las tres, se lo encontró en el buzón. Sin ninguna nota, sin tarjeta alguna, solo el collar.

Mick era la única persona que sabía lo de Bola de nieve. Maddie no se lo había contado a sus amigas por temor a que se murieran del susto. ¿Maddie Jones propietaria de un gato? Imposible. Había pasado la mayor parte de su vida odiando a los gatos, pero allí estaba, con el collar rosa en la mano, mirando una bolita de pelo blanco acurrucada en la silla de su despacho.

Cogió a la gatita con las dos manos y la levantó hasta tenerla cara a cara.

– Esta es mi silla. Te haré una cama.

Llevó a la gatita hasta el lavadero y la dejó sobre una toalla doblada dentro de una caja de Amazon.

– Regla número uno: yo soy la jefa. Regla número dos: no te puedes subir a los muebles y dejarlos llenos de pelos.

Se arrodilló y le puso el collar.

– Miau.

Maddie la miró con el ceño fruncido.

– Miau.

– Muy bien. Estás monísima. -Se levantó y señaló a la gatita-. Regla número tres: te dejaré entrar y te daré comida. Y hasta aquí llego. No me gustan los gatos.

Giró sobre sus talones y salió del lavadero. El tintineo del cascabel la siguió hasta la cocina y miró hacia abajo. Suspiró y sacó una guía telefónica de un cajón. Hojeó las páginas amarillas, buscó el teléfono móvil y marcó los siete números.

– Mort -respondió un hombre que no era Mick.

– ¿Se puede poner Mick?

– No suele llegar hasta las ocho.

– ¿Podría darle un mensaje de mi parte?

– Deje que busque un bolígrafo. -Hubo una pausa y luego-: Vale.

– Mick, gracias por el collar rosa. Bola de nieve.

– ¿Ha dicho «Bola de nieve»?

– Sí. Firmado «Bola de nieve».

– De acuerdo.

– Gracias.

Maddie colgó y cerró la guía telefónica. A las ocho y diez, mientras Maddie estaba hojeando una revista de crímenes, sonó el teléfono.

– Hola.

– Tu gata me ha llamado.

El mero sonido de la voz de Mick la hacía sonreír, lo cual era muy mala señal.

– ¿Qué quería?

– Darte las gracias por el collar.

Maddie miró a Bola de nieve tumbada en el sillón rojo, lamiéndose una pata y saltándose a la torera la regla número dos.

– Tiene buenos modales.

– ¿Qué vas a hacer esta noche?

– Enseñar a Bola de nieve qué tenedor tiene que usar.

Mick se rió.

– ¿Cuándo se va a la cama?

Hojeó las páginas de la revista y su vista fue a parar a un artículo sobre un hombre que había asesinado a sus tres bellas esposas.

– ¿Por qué?

– Quiero verte.

Maddie también quería verlo a él. ¡Aquello era fatal! Y ese era el problema. No quería sentirse feliz solo con oír su voz por el teléfono. No quería verlo en el aparcamiento y recordar el contacto de sus manos y de su boca. Cuanto más lo veía, más pensaba en él y más lo deseaba, más se liaban sus vidas.

– Sabes que no puedo -dijo pasando unas páginas.

– Ven conmigo a Hennessy y por favor tráete la cámara.