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– Mick… -Meg se acercó a él con las manos levantadas-. Lo siento. No debí decir eso.

Dejó el plato en la mesa.

– Olvídalo.

– Quiero lo mejor para ti. Quiero que te cases y tengas una familia porque sé que serías un buen marido y un buen padre. Lo sé porque sé lo mucho que me quieres a mí y a Travis. -Se abrazó a la cintura de Mick y descansó la mejilla sobre su hombro-. Pero aunque no encuentres a nadie, siempre me tendrás a mí.

Mick suspiró, aunque se sentía como si se estuviera ahogando.

Capítulo 15

Maddie estaba sentada en el sofá, con Bola de nieve acurrucada en el regazo, contemplando la pantalla en blanco del televisor. Notaba molestias en el estómago y un peso en el pecho que le dolía al respirar. Se iba a poner enferma. Pensó en llamar a sus amigas y pedirles consejo, pero no podía. Ella era la fuerte del grupo, la que no tenía miedo a nada, aunque en aquel momento no se sentía fuerte ni valiente, ni mucho menos.

Por primera vez en mucho tiempo, Maddie Jones tenía miedo. No podía negarlo. No podía llamarlo aprehensión y hacer como si no pasara nada. Era demasiado real, demasiado profundo y demasiado aterrador, mucho peor que sentarse frente a un asesino en serie.

Siempre había imaginado que enamorarse sería como chocar contra una pared de ladrillos, que simplemente estás ahí, comportándote como de costumbre y te dan una patada en el culo y piensas: «Jolín, supongo que estoy enamorada». Pero no había sucedido así. Había llegado sigilosamente, a hurtadillas, y no se había dado ni cuenta: de sonrisa en sonrisa y de caricia en caricia… una mirada… un beso… un collar rosa de gato… un vuelco en el corazón y una expectativa tras otra, hasta que era tan intenso que ya no había modo de negarlo. No pudo retroceder hasta que fue demasiado tarde. Ya no podía seguir mintiéndose sobre sus sentimientos.

Maddie acarició el lomo de Bola de nieve y no le importó que se le pegaran pelos de gato a la camisa negra y a la falda. Siempre había pensado que no se podía mentir a sí misma; por lo visto se había superado.

Se había enamorado de Mick Hennessy y en cuanto él se enterase de quién era ella en realidad, lo perdería. Y Maddie no sabía qué hacer.

Sonó el timbre y miró el reloj de la estantería de encima del televisor. Eran las ocho y media. Mick estaba trabajando y no esperaba verlo hasta la una más o menos.

Dejó a Bola de nieve en el suelo y se encaminó hacia la puerta. La gatita apretó a correr tras ella y tuvo que cogerla en brazos para no pisarla. Echó un vistazo por la mirilla y notó esa oleada de calor que ahora reconocía. Era evidente que Mick se había saltado el trabajo; estaba allí en el porche, con sus tejanos y el polo de Mort. Abrió la puerta y se quedó mirando cómo las primeras sombras de la noche lo bañaban en una luz gris y le teñían los ojos de un azul vibrante. Mientras él la miraba fijamente en la distancia corta, el júbilo y la desesperación colisionaban en su corazón y le retorcían el estómago.

– Necesito verte -dijo Mick traspasando el umbral.

La enlazó por la cintura y le puso la mano libre en la nuca. La besó en la boca sin más dilación. Un beso largo y embriagador que la hacía querer atarse a él y no soltarlo nunca.

Se apartó hacia atrás para mirarla a la cara.

– Estaba en el trabajo tirando cerveza y escuchando las mismas y viejas historias de siempre, y solo podía pensar en ti y en la noche en que lo hicimos en el bar. No consigo apartarte de mi cabeza. Baja la gata, Maddie.

Maddie se inclinó para dejar a Bola de nieve en el suelo y Mick cerró la puerta.

– No quería estar allí. Quería estar aquí.

Maddie se incorporó y le miró a la cara. Nunca había sentido un amor así en su vida. De veras que no, no ese amor que hacía que se le subiera el estómago hasta la garganta y le producía un cosquilleo en la piel. No ese amor que hacía que quisiera cogerle de la mano para siempre, pegarse a su cuerpo como una lapa hasta no saber dónde acababa él y dónde empezaba ella.

– Me alegro de que hayas vuelto.

Pero tenía que decirle que era Maddie Jones. Ya.

Mick le colocó el cabello detrás de la oreja.

– Aquí contigo puedo respirar.

Al menos uno de los dos podía respirar. Ella frotó la mejilla contra la mano de Mick, y antes de decirle quién era, antes de que se perdiera para siempre, se le echó al cuello y le besó por última vez. Puso el corazón y el alma en aquel beso, su dolor y su alegría, enseñándole sin palabras lo que sentía dentro de sí. Le besó en la boca, en la mejilla y en el cuello. Lo recorrió con las manos, acariciándole y memorizando la sensación.

Mick deslizó las cálidas palmas de las manos por el trasero de Maddie y luego por la parte trasera de los muslos. La levantó hasta que ella se ciñó a su cintura con las piernas. Un profundo gruñido vibró a través del pecho de Mick mientras le devolvía los ávidos besos y la llevaba hasta el dormitorio.

Se lo contaría, sí, se lo contaría, en un minuto. Las piernas resbalaron de su pecho y él le quitó la blusa por la cabeza. Solo quería unos minutos más, pero cuanto más vertía su corazón en cada beso, más quería Mick de ella. Más respiraba Mick el aire de los pulmones de Maddie y le hacía perder la cabeza. Le acarició los hombros y los brazos, la espalda y las nalgas hasta que no vestía más que el sostén, desabrochado y abierto por detrás.

Mick se apartó un paso y jadeó. La miraba con ojos idos, no había pensamiento que pudiera detenerlo cuando lentamente bajó los tirantes del sujetador y las copas azules de satén se deslizaron por las pendientes de los senos de Maddie, brillaron sobre los pezones y cayeron por los brazos hasta el suelo.

– Nos conocemos desde hace muy poco tiempo. -Le acarició suavemente los pezones con las yemas de los dedos y la respiración de ella se hizo dificultosa-. ¿Por qué parece que haga más?

Se colocó detrás de ella y Maddie miró las grandes manos de Mick en sus pechos, tocándola y apretándole los erectos pezones. Arqueó la espalda y levantó los brazos. Puso las manos a cada lado de la cara de Mick mientras atraía su boca hacia la suya. Le dio un beso ardiente y voraz mientras movía las caderas y apretaba el trasero desnudo contra su erección. Mick emitió un jadeo desde lo más hondo del pecho mientras jugaba con los senos de Maddie. Aún llevaba los tejanos y la camisa, y la sensación del tejano gastado y el algodón suave contra la piel era endiabladamente erótica. La boca de Mick se apartó de la suya y le trazó un sendero de leves y abrasadores besos por el cuello mientras deslizaba una mano sobre el vientre de Maddie. Mick colocó uno de sus pies entre los de Maddie y luego la mano entre los muslos separados para acariciarla. Maddie se estaba derritiendo por dentro, formando un charco en lo más hondo y bajo de la pelvis, y se permitió saborear las caricias del único hombre que había amado en su vida. Siempre se había preguntado si había alguna diferencia entre el sexo y el amor. Y ahora lo sabía. El sexo empezaba con el deseo físico. El amor empezaba en el corazón de una persona.

No sabía lo que ocurriría después de aquello, después de que le dijera quién era, pero tal vez no importase. Se volvió y lo miró a los ojos mientras le cogía del dobladillo del polo. Sacó el algodón elástico de la cinturilla de los pantalones y Mick levantó los brazos. Se lo quitó por la cabeza y lo tiró a un lado. Maddie bajó la mirada desde los ojos de Mick llenos de pasión hasta el fuerte pecho. Las puntas de los senos de Maddie acariciaron a Mick unos pocos milímetros por debajo de sus pezones planos y oscuros. Un sendero de fino vello le bajaba por el pecho hasta la cintura.

– ¿Por qué pensé que alguna vez tendría bastante de ti? -dijo con voz ronca por el deseo.

Maddie le desabotonó la bragueta y metió las manos en los tejanos para tocarle a través de los calzoncillos.