Выбрать главу

El antiguo trabajo monográfico de Bremer era nuevo para él. ¿Trabajo inédito sobre los experimentos del peciolo cerebral? Eso parecía poco probable: Moruzzi había rebañado hasta los huesos en ese tema allá en los años cuarenta. Pero, ¿qué era aquella carpeta roja que había junto al mismo «Análisis Revisados»?

Alargó la mano para cogerlo y luego dudó. No quería empezar con mal pie con Judith Niles. Esta reunión era importante. Sería mejor esperar y pedirle permiso.

Se frotó los ojos y se apartó de la estantería para mirar los cuadros de la pared situada frente a la ventana. Le habían instruido bien, pero cuanto más pudiera aprender a través de su observación personal, menos difícil le resultaría este trabajo.

Había muchas fotografías enmarcadas, con presidentes, primeros ministros y hombres de negocios. En un lugar de honor se encontraba el retrato de un hombre de cabellos grises, mentón grande y gafas sin montura. En el borde inferior, escritas a mano, aparecían las palabras Roger Morton Niles, 1921-1988. ¿El padre de Judith? Casi con toda seguridad, pero había algo curiosamente impersonal en la adición de las fechas al retrato. Había cierto parecido familiar, especialmente en los ojos firmes y en los altos pómulos. Comparó la fotografía de Roger Morton Niles con una foto cercana de Judith Niles, donde aquella estrechaba la mano a una mujer india de avanzada edad.

Extraño. La descripción biográfica escrita no cuadraba con la persona que se había marchado de la oficina para atender la reunión con su personal y que le había dirigido el más breve e impersonal de los saludos. Y aún menos con la mujer fotografiada aquí. Basándose en su posición y sus logros, él había esperado a alguien en la cuarentena o en la cincuentena, una auténtica Dama de Hierro. Pero Judith Niles no podía tener mucho más de treinta años. Era atractiva, además. Tenía la cara un poco demasiado fina, con ojos y frente muy serios; pero sus pómulos eran redondeados y bien definidos, su cara era despejada, y su boca muy hermosa. Y había algo en su expresión, ¿o era imaginación suya? ¿No tenía esa mirada…?

—¿Señor Gibbs? —La voz a sus espaldas le hizo dar un brinco y girarse. Una secretaria había aparecido en la puerta abierta mientras él soñaba despierto ante las fotografías de la pared.

Gracias al cielo, aún era imposible leer en la mente. Qué ridículos le habrían parecido sus pensamientos a un observador. Aquí estaba, preparado para una reunión confidencial y de gran trascendencia con la Directora del Instituto, y aunque no habían pasado ni dos minutos ya la estaba evaluando como objeto sexual.

Se dio la vuelta con una media sonrisa en la cara. La secretaria le estaba mirando con expresión un tanto perpleja.

—Lamento haberle sobresaltado, señor Gibbs, pero la reunión con el personal ha terminado y la Directora puede verle ya. Sugiere que tal vez sería mejor charlar mientras almuerzan, en vez de reunirse aquí. Así tendrán ustedes más tiempo.

Él dudó.

—El asunto que tengo que tratar con la Directora…

—¿Es privado? Sí, ella dice que comprende la necesidad de intimidad. Hay una habitación tranquila al final del comedor. Serán sólo usted y la Directora.

—Muy bien. Lléveme. —Empezó a repasar sus argumentos mientras la seguía por un corredor blanco.

El comedor era difícilmente calificable como íntimo: podían interrumpirles de un centenar de maneras distintas. Pero al menos les aislaba de otros oídos. Tendría que aceptar el riesgo. Si alguien grababa sus palabras, sería con toda seguridad para beneficio de Judith Niles, y no trascenderían. Parpadeó al entrar. La luz superior, como todas las luces que había visto en el Instituto, era excesivamente brillante. Si la oscuridad era el aliado del sueño, Judith Niles aparentemente no toleraba su presencia.

Ésta le esperaba sentada ante la mesa, marcando los pedidos de una lista output. Mientras él se sentaba, ella dobló de inmediato la hoja y comenzó a hablar sin ninguna introducción previa.

—Me tomé la libertad de elegir por los dos. Hay una oferta limitada, y pensé que podríamos aprovechar el tiempo. —Se echó hacia atrás y sonrió—. Tengo mi propia agenda, pero ya que ha venido a vernos, creo que puede disparar primero.

—¿Disparar? —Él arrimó la silla a la mesa—. Confunde usted nuestros motivos. Pero me encantará hablar primero… Y déjeme decir algo que puede que más tarde nos ahorre situaciones embarazosas. Mi primo, Wolfgang, trabaja para usted, aquí, en el Instituto.

—Me llamó la atención la coincidencia del nombre.

¿Y lo hizo verificar?, pensó Hans Gibbs. Asintió y continuó.

—Wolfgang le es completamente leal, igual que yo lo soy a Salter Wherry, para quien trabajo, ¿debo suponer que no le conoce personalmente?

Judith Niles le miró por debajo de sus cejas alzadas.

—No conozco a nadie que le conozca… pero todo el mundo ha oído hablar de él, y de la Estación Salter.

—Entonces sabe que tiene recursos sustanciales. A través de los mismos podemos descubrir bastante sobre el Instituto, y el trabajo que se hace aquí. Quiero que sepa que, aunque Wolfgang y yo comentamos de vez en cuando y de forma muy general el trabajo que se realiza aquí, ni mi información específica, ni la de nadie más en nuestra organización, procede de él.

Ella se encogió de hombros, indiferente.

—De acuerdo. Pero me tiene intrigada. ¿Qué es lo que cree que sabe sobre nosotros que es tan sorprendente? Somos una agencia pública. Nuestros archivos están abiertos.

—Cierto. Pero eso significa que están restringidos por el presupuesto que se les destina. Hoy mismo, por ejemplo, se han enterado de los nuevos cortes de presupuesto debidos a la crisis de las finanzas en las Naciones Unidas.

La expresión de la Directora reflejó su sorpresa.

—En nombre de Morfeo, ¿cómo se ha podido enterar de una cosa así? Yo misma me he enterado hace un par de horas, y me dijeron que la decisión acababa de ser tomada.

—Déjeme que le conteste a eso más tarde, si no le importa, después de que hayamos tratado otro par de asuntos. Sé que han tenido ustedes problemas de dinero. Aún peor, hay restricciones que les cuesta aceptar y que se refieren a los experimentos que se les permite llevar a cabo.

El labio inferior de ella se adelantó un poco, y su expresión se puso en guardia.

—Creo que no le entiendo. ¿Le importa ser más específico?

—Con su permiso, evitaré también hablar de eso por el momento. Espero que me permita hablar sobre otro asunto unos minutos. Puede parecer que no tiene relación con los presupuestos y la libertad de experimentar, pero le prometo que es importante. Eche un vistazo a esto y luego le explicaré exactamente por qué estoy aquí.

Le paso un cilindro liso y negro.

—Mire en el fondo. Es un grabador de vídeo. No se preocupe por el foco, las fases del holograma están ajustadas para un plano focal a quince centímetros del ojo. Relájese.

Ella arrugó el entrecejo, volvió a colocar su panecillo sobre el plato y alzó el cilindro hasta su ojo derecho.

—¿Cómo lo hago funcionar?

—Pulse el botón que hay a la izquierda. La imagen tarda un par de segundos en llegar.

Una camarera vestida con un uniforme verde colocó un par de cuencos llenos de sopa marrón delante de ellos.

—No veo nada —dijo Judith Niles tras unos segundos—. No hay nada que pueda enfocar… Oh, espere un minuto…

La negra cortina ante ella se alzó mientras sus ojos se ajustaban al bajo nivel de luz. Había un fondo de estrellas y una estructura larga y ahusada en primer plano iluminada por la luz reflejada. Al principio no tuvo sentido de la escala, pero en cuanto el campo de visión giró a lo largo de la telaraña de rieles otros elementos empezaron a proporcionar pistas. Un remolcador espacial se encontraba junto a una de las largas vigas, su casco medio oculto por el metal. Más allá, pudo ver una cápsula vital, colocada como una pequeña seta en el rincón de una enorme viga cruzada. La construcción era grande y se extendía cientos de kilómetros hasta un distante botalón final.