—No, para él ser vampiro significaba venganza. Venganza contra la misma vida. Cada vez que mataba a alguien le representaba una venganza. No era de sorprenderse, entonces, que no apreciara nada. Los placeres de la vida de vampiro no estaban disponibles para él, porque estaba concentrado en una venganza maniática contra la vida mortal que había abandonado. Consumido por el odio, miraba hacia atrás. Consumido por la envidia, nada le agradaba, salvo si podía arrebatárselo a los demás; y, una vez que lo poseía, se quedaba frío e insatisfecho, sin amor por esa cosa, y entonces partía a la búsqueda de algo más: la venganza, ciega, estéril y despreciable.
»Pero te he hablado de las hermanas Freniere. Eran casi las cinco y media cuando llegamos a la plantación. El alba llegaría poco después de las seis, pero yo fui a su casa. Entré subrepticiamente en la galería inferior y las vi a todas reunidas en la sala; ni siquiera se habían puesto ropa de cama. Las velas estaban casi consumidas y ellas, sentadas como en un velorio, esperaban el mensaje. Estaban todas vestidas de negro, como era la costumbre en esa casa, y en la oscuridad las formas oscuras de sus vestidos se unían por debajo de sus cabellos negros y lustrosos, de modo que en el resplandor de las velas, sus rostros parecían ser los de cinco suaves y brillantes apariciones, cada una personalmente triste, cada una espléndidamente valiente. Pero sólo la cara de Babette parecía realmente decidida. Era como si ya hubiera resuelto hacerse cargo de las obligaciones de su casa si su hermano moría. Y su rostro tenía la misma expresión que había aparecido en el rostro de su hermano cuando montó para dirigirse al duelo. Lo que ella tenía por delante era casi imposible. Lo que había por delante era la muerte definitiva, de la que Lestat era culpable. Entonces hice algo que me hizo correr un grave riesgo.
»Me presenté ante ella. Lo conseguí haciendo jugar mi sombra con la luz de su vela. Como puedes ver, mi cara es muy blanca y tiene una superficie que refleja mucho, como de mármol lustrado.
—Sí —asintió el muchacho, y pareció aturdido—. Me pregunto si… Pero, ¿qué sucedió?
—Te preguntas si yo era un hombre apuesto cuando estaba vivo —dijo el vampiro; el muchacho asintió con la cabeza—. Lo era. Nada estructural cambió en mí. Sólo que no sabía que era apuesto. La vida se arremolinaba a mí alrededor con una ventolera de pequeñas preocupaciones, como ya te he dicho. Yo no veía nada, ni siquiera en un espejo…, en especial en un espejo…, con un ojo libre. Pero esto es lo que sucedió. Me acerqué al marco de la ventana y dejé que la luz tocara mi rostro. Y lo hice en un momento en que Babette tenía la mirada puesta en la ventana. Entonces, apropiadamente, desaparecí.
»A los pocos segundos, todas las hermanas supieron que una “extraña criatura” estaba cerca, una criatura fantasmagórica, y las dos sirvientas esclavas se negaron totalmente a investigar el asunto. Esperé afuera con impaciencia lo que quería que sucediese; por último, Babette tomó el candelabro, despreciando el miedo de todas las demás, y salió a la galería a ver lo que había allí. Sus hermanas se agolparon en la puerta como grandes pájaros negros, pensando que su hermano había muerto y que ella había visto su fantasma. Por supuesto, debes comprender que Babette, con su fortaleza, jamás atribuyó lo que había visto a la imaginación o los fantasmas… Dejé que caminara por la oscura galería antes de hablarle. Y aun entonces, sólo le dejé ver la forma vaga de mi cuerpo al lado de una de las columnas.
»—Dile a tus hermanas que se retiren —le susurré—. He venido a contarte de tu hermano. Haz lo que te digo.
»Ella se quedó un instante inmóvil y luego se dirigió a mí y trató de verme en la oscuridad.
»—Tengo muy poco tiempo. No te haré el menor daño —le dije.
»Entonces, obedeció. Diciendo que no era nada, les ordenó que cerraran la puerta, y ellas obedecieron como la gente que no sólo necesita alguien que la dirija, sino que está deseando obedecer. Entonces salí a la luz de las velas de Babette.
Al muchacho se le abrieron los ojos. Se llevó una mano a los labios.
—¿La miró tal como… me está mirando a mí? —preguntó.
—Lo preguntas con una inocencia… —dijo el vampiro—. Sí, supongo que sí. Pero con las velas siempre tengo un aspecto menos sobrenatural. Y a ella no traté de convencerla de que era una criatura normal.
»—Sólo dispongo de unos minutos —le dije—. Pero lo que tengo que comunicarte es de la mayor importancia. Tu hermano luchó con coraje y ganó el duelo… Pero espera. Debes saberlo ahora: ha muerto. La muerte fue proverbial con él, la asaltante nocturna contra la que nada pudo hacer su bondad o valentía. Pero esto no es lo principal que he venido a contarte. Es lo siguiente: puedes dirigir la plantación y salvarla. Lo único que necesitas es que nadie te convenza de lo contrario. Debes ocupar su lugar pese a todas las opiniones, a todas las palabras convencionales sobre el sentido común y lo que debe ser. No debes escuchar a nadie. La misma tierra está aquí ahora igual que ayer, cuando tu hermano dormía en ella. Nada ha cambiado. Debes tomar su lugar. Si no lo haces, la tierra se perderá y la familia se perderá. Seréis cinco mujeres condenadas a una mísera pensión que viviréis la mitad o menos de lo que os puede brindar la vida. Aprende lo que debes saber. No te detengas ante nada hasta que tengas las respuestas. E imagina mi visita como la prueba de tu valentía, siempre que desfallezcas. Debes tomar las riendas de tu propia vida. Tu hermano ha muerto.
»Pude ver, por la expresión de su cara, que escuchaba cada palabra mía. De haber habido tiempo, me hubiera hecho preguntas, pero me creyó cuando le dije que no lo había. Luego utilicé toda la habilidad para dejarla lo más rápido posible y parecer que había desaparecido. Del otro lado del jardín, vi su rostro iluminado por la vela. La vi intentando verme en la oscuridad, mirando para un sitio y otro. Y luego la vi hacer la señal de la cruz y volvió adentro con sus hermanas. El vampiro sonrió:
—En toda la costa nada se dijo acerca de una extraña aparición a Babette Freniere, pero después del primer duelo y de las tristes conversaciones entre las mujeres solitarias, ella se convirtió en el escándalo de la región porque decidió dirigir su plantación. Acumuló una inmensa dote para su hermana menor y, a los pocos años, ella misma se casó. Y Lestat y yo casi ni intercambiábamos palabra.
—¿Continuó viviendo en Pointe du Lac?
—Así es. Yo no podía estar seguro de que Lestat ya me hubiera dicho todo lo que yo necesitaba saber. Y yo necesitaba disimular. Mi hermana se casó en mi ausencia, por ejemplo, mientras yo sufría el «paludismo». Y algo similar me sucedió el día del funeral de mi madre. Mientras tanto, Lestat y yo nos sentábamos cada noche a cenar con el anciano y hacíamos ruido con nuestros cuchillos y tenedores, y él nos decía que comiéramos todo lo que teníamos en nuestros platos y que no bebiéramos demasiado vino. Con cientos de miserables dolores de cabeza, yo recibía a mi hermana en el dormitorio a oscuras, con las mantas hasta la barbilla. Les pedía a ella y a su marido que disculpasen la falta de luz, puesto que me hacía daño en los ojos, y les entregaba grandes sumas de dinero para que las invirtieran en nombre de todos. Por suerte, su marido era un idiota; inofensivo, pero un imbéciclass="underline" el producto de cuatro generaciones de matrimonios entre primos hermanos.
»Pero aunque estas cosas iban bien, empezamos a tener problemas con los esclavos. Ellos sí eran suspicaces. Y como ya he indicado, Lestat mataba a quien se le ocurría. En consecuencia, siempre había rumores de extrañas muertes en esa parte de la costa. Pero lo que motivó esas murmuraciones fue lo que ellos veían de nosotros. Y yo lo oí un atardecer cuando estaba entre las sombras cerca de las cabañas de los esclavos.