»Ella se aferró a los pilares del porche y se balanceó para adelante y para atrás en la escalera. Algo se movió arriba en la ventana iluminada.
»—Ahora no te puedo dar las respuestas —le dije—. Créeme cuando te digo que vine a ti con la única intención de hacer el bien. Y que anoche no te habría traído preocupaciones ni problemas de haber podido evitarlo.
El vampiro se detuvo.
El muchacho quedó con el cuerpo hacia adelante y los ojos muy abiertos. El vampiro estaba helado, con la mirada en blanco, hundido en sus propios pensamientos, en sus recuerdos. Y, súbitamente, el joven bajó la mirada, como si fuera el acto respetuoso que le correspondía hacer. Volvió a mirar al vampiro y luego desvió sus ojos, con el rostro tan compungido como el del vampiro; y entonces empezó a decir algo, pero se detuvo.
El vampiro lo miró y estudió; de modo que el chico se ruborizó y volvió a desviar la mirada ansiosamente. Pero levantó sus ojos y miró entonces los del vampiro. Tragó saliva, pero le mantuvo la mirada.
—¿Es esto lo que quieres? —susurró el vampiro— ¿Es esto lo que quieres oír?
Sin hacer ruido, apartó su silla y caminó hasta la ventana. El muchacho se quedó como de piedra, mirando sus anchos hombros y la larga capa.
—No me contestas. No te estoy dando lo que quieres, ¿verdad? Querías una entrevista. Algo para la radio.
—Eso no tiene importancia. ¡Tiraré las cintas si usted así lo quiere! —El muchacho se puso en pie—. No puedo decir que comprendo todo lo que usted me dice. Sabría que estoy mintiendo si lo dijera. Por tanto, ¿cómo le puedo pedir que continúe, salvo para decir que lo que comprendo…, lo que comprendo es diferente de todo lo que haya comprendido antes?
—Dio un paso en dirección al vampiro. Éste parecía estar mirando la calle Divisadero. Entonces giró la cabeza lentamente y miró al joven y sonrió. Su rostro estaba sereno y casi afectuoso. Y el entrevistador, de improviso, se sintió incómodo. Se metió las manos en los bolsillos y volvió a la mesa. Luego miró vacilante al vampiro y dijo:
—¿Podría… continuar, por favor?
El vampiro dio media vuelta con los brazos cruzados y se apoyó en la ventana.
—¿Por qué? —preguntó.
El muchacho no supo qué contestar.
—Porque quiero escucharle. —Se encogió de hombros—. Porque quiero saber lo que sucedió.
—Muy bien —dijo el vampiro con la misma sonrisa bailoteándole en los labios. Regresó a su silla y se sentó frente al muchacho, cambió un poco la posición del magnetófono y dijo—: Un aparato maravilloso, realmente…, pues permite que continúe.
»Debes comprender que lo que entonces sentía por Babette era un deseo de comunicación más fuerte que cualquier otro deseo que sentía…, salvo por el deseo físico de… sangre. Era tan intenso que me podía hacer sentir la profundidad de mi capacidad de soledad. Cuando antes había hablado con ella, había habido una comunicación breve pero directa que era tan simple y satisfactoria como la de dar la mano a una persona, estrechársela, dejándola ir suavemente. Todo eso en un momento de gran necesidad o aflicción. Pero ahora estábamos confundidos. Para Babette, yo era un monstruo y eso me parecía espantoso, y hubiera hecho cualquier cosa para que cambiara de parecer. Le dije que los consejos que le había dado eran correctos, que ningún instrumento del demonio podía hacer algo correcto aunque quisiera.
»—¡Lo sé! —me dijo.
»Pero con eso ella quería decir que no podía confiar más en mí que en el mismo demonio. Me acerqué, pero ella retrocedió. Levanté la mano y ella se encogió, aferrándose a la barandilla.
»—Pues bien, entonces —dije, sintiendo una profunda exasperación—. ¿Por qué me protegiste anoche? ¿Por qué has venido a verme a solas?
»Lo que vi en su rostro era astucia. Tenía una razón, pero no me la revelaría de ningún modo. Le era imposible hablarme libre y abiertamente, brindarme la comunicación que yo deseaba. Me sentí afligido al mirarla. Ya era tarde y yo podía ver y oír que Lestat había entrado en el sótano y retirado nuestros ataúdes. Y yo necesitaba irme. Aparte de sentir otras necesidades… La necesidad de matar y de beber. Pero no era eso lo que me afligía. Era algo más, algo mucho peor. Era como si esa noche fuera la única de miles de noches, un mundo sin fin, una noche encorvándose sobre otra noche hasta hacer un gran arco del que no podía ver el final, una noche en la que yo andaba bajo el frío y las estrellas insensibles. Pienso que desvié la mirada y me puse una mano sobre los ojos. De improviso me sentí débil y oprimido. Pienso que hacía algún sonido en contra de mi voluntad… Y entonces, en ese paisaje vasto y desolado de la noche, donde yo estaba a solas y Babette sólo era una ilusión, vi súbitamente una posibilidad que jamás había considerado, una posibilidad de la cual había huido, absorto como estaba con el mundo, con todos mis sentidos de vampiro, enamorado del color, la forma, el sonido, el canto y la suavidad y las variaciones infinitas. Babette se movía, pero no le presté atención. Sacaba algo del bolsillo, y era su gran llavero. Subía los escalones. “Déjala, ir”, pensé.
»—Criatura del demonio —susurró—. Aléjate de mí, Satán —repitió. La miré. Estaba inmovilizada en los escalones, mirándome con sus grandes ojos suspicaces. Había alcanzado la lámpara que colgaba de la pared y la tenía en sus manos, mirándome, cogiéndola como a una cartera valiosa.
»—¿Piensas que vengo de parte del demonio? —le pregunté.
»Ella movió rápidamente los dedos de la mano izquierda alrededor de la manija de la lámpara y con la mano derecha hizo la señal de la cruz, y pronunció las palabras latinas apenas audibles para mí; su rostro emblanqueció y se arquearon sus cejas cuando no se produjo el menor cambio debido a eso.
»—¿Esperabas que me deshiciera en una nube de humo?
—le pregunté, acercándome, porque ahora la veía objetivamente debido a mis pensamientos—. ¿Y adonde me iría? —le pregunté—. ¿Al infierno de donde vine? ¿Con el demonio a quien represento? —Me quedé al pie de la escalinata—. Suponte que te diga que no sabes nada del demonio. ¡Suponte que ni siquiera sabes si existe!
»En el paisaje de mis pensamientos, yo había visto al demonio y ahora yo pensaba en el demonio. Desvié la mirada. Ella no me escuchaba tal como tú ahora me escuchas. Ella no escuchaba. Miré las estrellas. Lestat estaba listo, yo lo sabía. Era como si hiciera años que estaba listo con el carruaje. Tuve la súbita sensación de que mi hermano estaba allí y hacía años que estaba y que me hablaba en voz baja, pero excitada. Y lo que me decía era desesperadamente importante, pero se alejaba de mí con la misma rapidez con que lo decía, como el ruido de las ratas en los tablones de una casa inmensa. Hubo un sonido crujiente y un estallido de luz.
»—¡No sé si vengo o no del infierno! ¡No sé quién soy! —le grité a Babette, y mi voz ensordeció mis propios oídos—. ¡Voy a vivir hasta el fin de los tiempos y ni siquiera sé quién soy!
»Pero la luz relumbró delante de mí; era la lámpara que ella había encendido con una cerilla y que ahora alzaba de modo que no le podía ver la cara. Por un instante, sólo pude ver la luz y luego el gran peso de la lámpara me golpeó en el pecho con mucha fuerza, y el vidrio se hizo añicos en los ladrillos, y las llamas rugieron en mi cara, en mis piernas. Lestat gritaba en la oscuridad:
»—¡Apágalas, apágalas, idiota! ¡Te consumirán!
»Y sentí que algo me arropaba violentamente en mi ceguera. Era la chaqueta de Lestat. Me había caído indefenso contra el pilar, tan indefenso del fuego y del golpe recibido como del conocimiento de que Babette quería destruirme y del conocimiento de que yo no sabía en absoluto quién era.