»—Está demasiado oscuro aquí —dijo la mujer en el sofá.
»—Déjanos solos —dijo la otra mujer.
»Lestat tomó asiento y la llamó para que se sentara en sus rodillas. Y ella lo hizo, pasando su brazo izquierdo por la nuca de él, y con su mano derecha acariciándole los rubios cabellos.
»—Tu piel está helada —dijo ella, retrocediendo un poco.
»—No siempre —dijo Lestat, y entonces hundió la cara en el cuello de ella.
»Yo contemplaba todo esto, fascinado. Lestat era magistralmente inteligente y completamente vicioso, pero yo no sabía cuan inteligente era hasta que hundió sus dientes en ese cuello y le apretó la garganta con un dedo, mientras su otro brazo la estrechaba fuertemente, de modo que bebió hasta saciarse sin que la otra mujer se diera cuenta de nada.
»—Tu amiga no tiene aguante para el vino —dijo, depositando a la mujer inconsciente, con sus brazos cruzados en la mesa, bajo la cabeza.
»—Es una tonta —dijo la otra mujer, que se había acercado a la ventana y miraba las luces de la ciudad. Entonces Nueva Orleans era una ciudad de muchos edificios bajos, como probablemente sepas. Y en noches claras como ésa, las farolas de la calle se veían hermosas desde los altos ventanales de ese nuevo hotel español; y las estrellas de aquellos tiempos colgaban bajas, con el brillo que hoy lucen sobre el mar.
»—Yo puedo calentar esa fría piel tuya mejor que ella.
»Se volvió hacia Lestat, y debo confesar que sentí alivio al no tener que ocuparme de ella. Pero él no pensaba hacer nada tan simple.
»—¿Te parece? —le dijo.
»Le tomó una mano y ella exclamó:
»—Oh, ahora estás caliente.
—¿Quiere decir que la sangre lo había calentado? —preguntó el muchacho.
—Oh, sí —dijo el vampiro—. Después de matar, un vampiro tiene el cuerpo caliente como el tuyo ahora.
Y el vampiro iba a continuar hablando, pero, al mirar al muchacho, sonrió.
—Como te estaba diciendo… Lestat tenía a la mujer de la mano y dijo que la otra lo había calentado. Su cara, por supuesto, estaba ruborizada, muy alterada. La acercó aún más y ella lo besó, señalando entre risas que él era un verdadero horno de pasiones.
»—Ah, pero el precio es alto —dijo él, simulando tristeza—. Tu bonita amiga… —Se encogió de hombros—. La dejé agotada.
»Y dio un paso atrás como invitando a la mujer a acercarse a la mesa. Y ella lo hizo con una mueca de superioridad en sus pequeñas facciones. Se agachó a ver a su amiga, pero entonces perdió el interés, hasta que vio algo. Era una servilleta. Había cogido las últimas gotas de sangre de la herida en el cuello. Ella la levantó tratando de ver en la oscuridad.
»—Déjate caer el pelo —dijo suavemente Lestat. Y ella dejó caer la servilleta y, deshaciéndose las trenzas, su cabello cayó, rubio y sedoso, sobre su espalda.
»—Es suave —dijo él—, tan suave… te imaginaba así, echada en una cama de seda.
»—Las cosas que dices… —se burló ella, y le dio la espalda juguetonamente.
»—¿Sabes qué clase de cama? —preguntó él. Y ella se rió y dijo que la cama de él; era lo que se imaginaba. Volvió a mirarlo cuando Lestat avanzó. Y él, sin apartar su vista de ella un instante, tocó suavemente el cuerpo de su amiga, que cayó hacia atrás de la silla y quedó en el suelo con los ojos abiertos. La mujer dio un respingo. Se alejó rápidamente del cadáver y casi derrumbó una mesita. El candelabro cayó y se apagó.
»—Apaga la luz… y vuelve a apagar la luz —dijo él en voz baja. Y luego la abrazó como un insecto rabioso y le hundió los dientes en la garganta.
—Pero, ¿en qué pensaba usted mientras veía todo eso? —preguntó el entrevistador—. ¿Quiso detenerlo del mismo modo en que trató de hacerlo con Freniere?
—No —dijo el vampiro—. No podría haberlo hecho. Y debes entender que yo sabía que Lestat mataba seres humanos todas las noches. Los animales no le daban ninguna satisfacción. Contaba con los animales en caso de que todo lo demás fracasara, pero nunca como opción. Si yo sentía simpatía por las mujeres, eso estaba hundido en la profundidad de mi propia confusión. Aún podía sentir el débil martilleo del corazón de esa criatura muerta de hambre; todavía ardían en mí los interrogantes de mi propia naturaleza dividida. Me repelía el hecho de que Lestat hubiese preparado ese espectáculo para mi beneficio, esperando a que yo me despertara para matar a las mujeres. Y me volví a preguntar si podría deshacerme de él, y odié mi propia debilidad más que nunca.
»En el ínterin, él puso sus hermosos cuerpos sobre la mesa y paseó por el cuarto encendiendo las velas de los candelabros hasta que la iluminación pareció la adecuada para una boda.
»—Entra, Louis —dijo—, me hubiera gustado que tuvieras una pareja, pero sé cuan especial eres para elegir las propias. Pobres mademoiselles Freniere que arrojan lámparas. Hacen que una fiesta no sea muy cómoda, ¿no te parece? En especial en un hotel.
»Sentó a la muchacha rubia de modo que su cabeza reposó en el respaldo de damasco de la silla; y la mujer morena quedó con la cabeza sobre los pechos; había palidecido y sus facciones ya tenían un aspecto rígido, como si fuera una de esas mujeres a las que el fuego de su personalidad las hace hermosas. Pero la otra sólo parecía dormitar, y no tenía la seguridad de que estuviera muerta. Lestat le había abierto dos heridas; una en la garganta y otra arriba de su pecho izquierdo, y de ambas manaban sangre. Lestat le levantó una muñeca y, cortándola con un cuchillo, llenó dos copas y me rogó que me sentara.
»—Te voy a dejar —le dije de inmediato—. Quiero decírtelo ahora mismo.
»—Ya lo pensé —dijo, apoyándose en el respaldo—. Y pensé que me harías un anuncio florido. Dime lo monstruoso que soy, lo vulgar y miserable.
»—No emitiré juicios sobre ti. No me interesas. Ahora me interesa mi propia naturaleza y he llegado a creer que ya no puedo confiar en que tú me digas la verdad sobre ella. Tú utilizas el conocimiento para tu poder personal —le dije; y supongo que al igual que la gente que hace un anuncio semejante, no esperaba que me diera una respuesta honesta; no lo esperaba de ningún modo.
»Esencialmente, yo estaba escuchando mis propias palabras. Pero entonces vi que su rostro era el mismo con que me había dicho que hablaríamos. Me estaba escuchando. De pronto, me encontré sin argumentos. Sentí con más dolor que nunca el abismo que existía entre los dos.
»—¿Por qué te convertiste en un vampiro? —le espeté—. ¡Y qué vampiro eres! Vengativo y que goza con tomar la vida humana cuando ni la necesita. Esta chica…, ¿por qué la mataste cuando con una sola ya era suficiente? ¿Y por qué la asustaste antes de matarla? ¿Y por qué la has tirado en esta postura grotesca, como si tentaras a los dioses para que te fulminaran por tu blasfemia?