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»—¡Podrías estar muerta si fueras mortal! —insistió Lestat, encolerizado por su silencio; estiró las piernas y puso las botas en el suelo—. ¿Me oyes? ¿Por qué me preguntas esto ahora? ¿Por qué armas semejante alboroto? Siempre has sabido que eras una vampira.

»Y continuó hablando de ese modo, repitiendo lo que había dicho tantas veces: conoce tu naturaleza, mata, sé lo que eres. Pero todo esto pareció extrañamente fuera de lugar. Porque Claudia no tenía problemas con matar. Ella se apoyó en el respaldo y dejó caer la cabeza hasta donde lo podía ver, directamente frente a ella. Lo estudiaba nuevamente como si fuera una marioneta.

»—¿Tú me lo hiciste? ¿Cómo? —preguntó entrecerrando los ojos—. ¿Cómo lo hiciste?

»—¿Y por qué habría de decírtelo? Es mi poder.

»—¿Por qué sólo tuyo? —preguntó ella con la voz gélida y los ojos vacuos—. ¿Cómo se hace? —exigió, súbitamente enfurecida.

»Fue algo eléctrico. Él se levantó del sofá y yo lo hice de inmediato, enfrentándome con él.

»—¡Detenía! —me dijo; se estrujó las manos—. ¡Haz algo con ella! ¡No la puedo soportar!

»Y entonces se dirigió a la puerta, pero volviéndose se acercó de modo que quedó por encima de ella, dejándola bajo su sombra. Ella lo miró sin miedo, recorriendo su cara con total indiferencia.

»—Yo puedo deshacer lo que hice. A ti y a él —le dijo señalándome con un dedo—. Alégrate de ser lo que eres ¡O te romperé en mil pedazos!

Tras una pausa, el vampiro continuó:

—Pues bien, la paz de la casa quedó destruida, aunque hubo tranquilidad. Los días pasaban y ella no hacía preguntas, aunque ahora estudiaba con fruición los libros de ocultismo, de brujas y de magia. Y de vampiros. Esto era casi todo fantasía, ¿comprendes? Mitos, cuentos, a veces simples narraciones de horror. Pero ella lo leía todo. Leía hasta el alba, de modo que yo tenía que ir a buscarla y traerla al lecho.

»Lestat, mientras tanto, contrató a un mayordomo y a una criada, así como a un equipo de obreros para que le construyeran una gran fuente en el patio, con una ninfa de piedra que derramase aguas eternas a través de una gran concha. Hizo traer peces de colores y nenúfares, para que descansasen sobre la superficie y se deslizaran en las aguas siempre en movimiento.

»Una mujer lo había visto matar en el camino de Nyades que iba al pueblo de Carrolton, y hubo historias de ello en los periódicos, asociándolo con una casa embrujada cerca de Nyades y Melpomene; todo lo cual lo deleitaba. Durante un tiempo fue el fantasma del camino de Nyades, aunque al final los diarios dejaron de prestarle atención; y entonces cometió otro asesinato horrendo en otro lugar público y puso en funcionamiento a la imaginación de Nueva Orleans. Pero todo eso tenía cierto aspecto medroso. En cuanto a él, seguía pensativo, suspicaz; se me acercaba constantemente preguntándome dónde estaba Claudia, a dónde había ido, lo que estaba haciendo.

»—Ella está bien —le aseguraba yo, aunque estaba separado de ella y dolido como si hubiera sido mi novia. Apenas me prestaba atención entonces, como antes había hecho con Lestat. Ya veces se iba cuando yo le hablaba.

»—¡Mejor que esté bien! —dijo con maldad.

»—¿Y qué harás si no lo está? —le pregunté con más temor que intención agresiva.

»Me miró con sus fríos ojos grises.

»—Cuida de ella, Louis. ¡Habla con ella! —dijo—. Todo estaba perfecto, y, ahora, esto. No hay ninguna necesidad de ello.

»Pero preferí que ella se acercase a mí. Y lo hizo. Era una tarde temprano, cuando me acababa de despertar. La casa estaba a oscuras. La vi de pie al lado de los ventanales; tenía puesta una blusa de grandes mangas y miraba con las cejas bajas el movimiento vespertino de la rué Royale. Pude oír a Lestat en su cuarto, y el ruido del agua en su palangana. Llegó el débil aroma de su colonia y se alejó como el sonido de la música del café, dos pisos más abajo.

»—No me dices nada —dijo ella en voz baja; no me había percatado de que ella supiera que yo había abierto los ojos. Me acerqué a ella y me hinqué a su lado—. Tú me lo dirás, ¿verdad? —insistió—. ¿Cómo lo hizo?

»¿Es eso lo que realmente quieres saber? —le pregunté, estudiándole el rostro—. ¿O más bien por qué te lo hicieron a ti… y lo que tú eras antes? No comprendo lo que quieres decir con ese “cómo”, porque si quieres decir cómo se hizo, tú, a tu vez, podrías hacerlo…

»—Ni siquiera sé qué estás diciendo —dijo, con algo de frialdad; luego dio media vuelta hacia mí y me puso las manos en la cara—. Mata conmigo esta noche —me dijo, con tanta sensualidad como una amante—. Y dime lo que sabes. ¿Qué somos nosotros? ¿Por qué no somos como los demás? —preguntó, y miró a la calle.

»—No conozco las respuestas a tus preguntas —le dije. Su cara se contorsionó súbitamente como si tratase de escucharme en medio de un ruido ensordecedor. Y entonces sacudió la cabeza.

»Pero yo continué:

»—Me pregunto las mismas cosas que tú. Yo no las sé. ¿Cómo fui hecho? Te contaré que… que Lestat me hizo. Pero la fórmula la desconozco.

»Su cara seguía en tensión. Allí estaba viendo yo las primeras señales del miedo, o de algo peor y más profundo que el miedo.

»—Claudia —le dije, poniendo mis manos sobre las suyas y posándolas suavemente sobre mi piel—. Lestat no tiene nada importante que decirte. No hagas esas preguntas. Hace incontables años que eres mi compañera en mi búsqueda de todo lo que se puede saber de la vida mortal y de la creación mortal. Ahora no seas mi compañera en esta ansiedad. Él no nos puede dar las respuestas. Y yo no poseo ninguna.

»Pude ver que ella no lo podía aceptar, pero no había previsto su retirada convulsa, la violencia con que se tiró del pelo un instante y luego se detuvo como si su gesto fuera inútil, estúpido. Me llenó de aprensión. Ella miraba al cielo. Estaba brumoso, sin estrellas; las nubes llegaban por la parte del río. Ella hizo un súbito gesto con los labios, como si se los hubiera mordido, luego se dirigió a mí y, aún susurrante, me dijo:

»—Entonces, él me hizo…, él lo hizo… ¡Tú no lo hiciste!

»Hubo algo horrendo en su expresión y me retiré de ella antes de haber tenido la intención de hacerlo. Me quedé frente a la chimenea y encendí una vela delante del alto espejo. Y allí, de repente, vi algo que me dejó perplejo, algo que, en la oscuridad, me pareció una máscara espantosa; luego tomó su realidad tridimensionaclass="underline" un viejo cráneo. Lo miré. Tenía un ligero color a tierra, pero había sido limpiado.

»—¿Por qué no me contestas? —preguntó ella.

»Oí que se abría la puerta de la habitación de Lestat. Él saldría de inmediato a matar. O al menos a encontrar su víctima. Yo no lo haría. Yo dejaba que las primeras horas de la noche se acumularan con tranquilidad, así como el hambre se acumulaba en mí, hasta que el deseo se hacía demasiado fuerte y yo me entregaba a todo de manera más completa, más ciega. Oí claramente que ella repetía su pregunta, que quedó flotando en el aire como un eco de una campana…, y sentí latir mi corazón.

»—Él me hizo, por supuesto. Él mismo lo dijo. Pero tú me escondes algo. Algo que él soslaya cuando se lo pregunto. ¡Dice que jamás podría haberlo hecho sin tu ayuda!