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»—No me gustan —dijo con una furia acerada cuando nos acercábamos al Hotel Saint-Gabriel. Su entrada inmensa e iluminada estaba silenciosa en aquellas horas cercanas al alba. Pasé al lado de los empleados semidormidos—. ¡Los he buscado por medio mundo y los detesto!

»Se quitó la capa y la arrojó en un rincón de la habitación. Un golpe de lluvia azotó los vidrios del balcón. Me encontré apagando las luces una a una y levantando el candelabro hasta las lámparas de gas como si fuera Lestat o Claudia. Y entonces, al ver el sillón de terciopelo que había deseado en aquel sótano, me desplomé en él. Por un momento el cuarto pareció relumbrar a mí alrededor; cuando fijé la vista en el marco dorado del cuadro de árboles y aguas serenas, se deshizo el embrujo de los vampiros. Ahí no nos podían tocar y, no obstante, yo sabía que eso era una mentira, una estúpida mentira.

»—Estoy en peligro, en peligro —dijo Claudia con furia latente.

»—Pero, ¿cómo pueden saber lo que le hicimos? Además, ¡los dos estamos en peligro! ¿Piensas por un momento que no reconozco mi propia culpabilidad? Y si tú fueras la única… —estiré mis brazos en su dirección cuando se me acercó, pero sus ojos furiosos se posaron en mí y dejé que mis manos cayeran a un costado—, ¿piensas que te abandonaría en el peligro?

»Ella sonrió. Por un instante, no pude creer en mis propios ojos.

»—No, Louis, tú no lo harías. Tú no lo harías. El peligro me ata a ti.

»—El amor me ata a ti —dije en voz baja.

»—¿El amor? —murmuró—. ¿Qué quieres decir con el amor?

»Y entonces, como si se percatara del dolor en mis facciones, se me acercó y me puso las manos en las mejillas. Estaba fría, insatisfecha, del mismo modo en que yo me sentía frío e insatisfecho, provocado por aquel chico mortal, pero insatisfecho.

»—Tú siempre has dado mi amor por sentado. Nosotros estamos unidos… —dije; pero al mismo tiempo que decía estas palabras, sentí que Saqueaba mi antigua convicción; sentí el tormento que había sentido la noche anterior cuando ella me provocara con la pasión mortal; me separé de ella.

»—Tú me dejarías por Armand si él te hiciera un solo gesto —dijo.

»—Jamás… —dije.

»—Me dejarías. Y él te quiere tanto como tú a él. Te ha estado esperando…

»—Jamás… —repetí, y me levanté, acercándome al armario. Las puertas estaban cerradas, pero no dejarían afuera a los vampiros. Únicamente nosotros podíamos mantenerlos alejados levantándonos tan pronto como nos lo permitiera la luz. Me di vuelta y le dije que se acercara. Ella estaba a mi lado. Quise hundir la cara en su cabello, quise rogarle que me perdonara. Porque, en realidad, ella tenía razón. Sin embargo, yo la amaba; yo la amaba como siempre. Y ahora, cuando la apreté contra mí, ella dijo:

»—¿Sabes lo que dijo una y otra vez sin siquiera abrir los labios? ¿Sabes en qué estado de trance me puso, cuando mis ojos sólo podían verlo a él, como si pusiera mi corazón en un hilo?

»—Entonces, tú lo sentiste… —susurré—. A mí me sucedió lo mismo.

»—¡Me dejó indefensa! —dijo ella, y vi su imagen apoyada en los libros del escritorio, y su cuello laxo, como sus manos.

»—¿Pero qué dices? ¿Que él te habló, que…?

»—¡Sin palabras! —repitió; pude ver que se apagaban las lámparas de gas, las llamas demasiado sólidas en su inmovilidad; la lluvia golpeaba en los vidrios—. ¿Sabes lo que me dijo…? —susurró—. Que yo debía morir, que debía dejarte en paz.

»Sacudí la cabeza y, no obstante, en mi monstruoso corazón sentí una ola de excitación. Ella dijo la verdad tal como la creía. En sus ojos había una película vidriosa y plateada.

»—Con su presencia me arrebataba la vida —dijo, y sus hermosos labios temblaron de tal manera que no lo pude soportar; la abracé, pero sus ojos continuaron llenos de lágrimas—. Le arrebata la vida al chico que es su esclavo, me la quita a mí, a quien 61 haría su esclava. Te quiere a ti. Te quiere y no tolerará que me interponga en su camino.

»—¡No lo comprendo! —me resistí, besándola; quise cubrir de besos sus mejillas, sus labios.

»—No, yo lo comprendo demasiado bien —susurró ella ante mis labios, incluso cuando la besaba—. Tú eres quien no lo comprende. La admiración te ha enceguecido, la fascinación por su conocimiento, por su poder. Si supieras cómo sacia su sed con la muerte lo odiarías más de lo que jamás odiaste a Lestat. Louis, jamás debes volver a él. Te lo digo, ¡estoy en peligro!

»A la noche siguiente la dejé, convencido de que entre todos los vampiros del teatro sólo podía confiar en Armand. Ella me dejó ir sin ganas, y la expresión de sus ojos me produjo honda preocupación. La debilidad le era desconocida y, sin embargo, sentí miedo, como si algo se quebrara, cuando me dejó salir.

»Y me apresuré en mi misión; esperé fuera del teatro hasta que el último de los espectadores se hubo marchado, y los porteros estaban cerrando ya las puertas.

»No estoy seguro de que supieran de quién se trataba. ¿Un actor como los demás que no se quitaba la pintura? No importaba. Lo importante fue que me dejasen pasar, y entré; vi a varios vampiros en el recibidor; nadie me importunó y llegué ante la puerta abierta de Armand. Él me vio de inmediato; sin duda había oído mis pasos, y me saludó y rogó que tomara asiento. Estaba ocupado con el chico humano, quien cenaba en el escritorio utilizando un plato de plata con carnes y pescado. Una jarra de vino estaba a su lado y, aunque seguía febril y débil desde la noche pasada, su piel estaba rosada y su calor y su fragancia fueron un tormento para mí. Al parecer no para Armand, quien se sentó en una silla de cuero frente a mí y al lado del fuego y miró al humano con los brazos cruzados. El muchacho llenó su copa y la levantó en un brindis para Armand.

»—Mi amo —dijo; sus ojos relampaguearon mientras sonreía.

»—Tu esclavo —susurró Armand con voz profunda, que pareció apasionada. Y lo observó mientras el chico bebía. Lo pude ver saboreando los labios húmedos, la carne móvil del cuello mientras bajaba el vino. Entonces el chico tomó un bocado de carne blanca, hizo el mismo saludo y la consumió lentamente, con sus ojos fijos en Armand. Fue como si Armand participara de su fiesta, bebiera esa parte de la vida que ya no podía compartir salvo con los ojos. Aunque parecía concentrado en ello, era algo calculado; no era la tortura que yo sintiera años atrás cuando me quedaba fuera de la ventana de Babette ansiando tener vida humana.

»Cuando el chico hubo terminado, se arrodilló con los brazos alrededor del cuello de Armand, como si saboreara de verdad esa piel helada. Pude recordar la primera noche que Lestat se había acercado a mí; cómo le ardían los ojos, cómo le brillaba la cara.

»Por último, todo terminó. El chico se fue a dormir y Armand cerró las puertas enrejadas detrás de él. En pocos minutos, pesado con la comida ingerida, estaba durmiendo. Armand se sentó a mi lado y sus grandes ojos hermosos y tranquilos parecieron inocentes. Cuando sentí que me empujaban hacia él, cerré los ojos; deseé que hubiera fuego en la chimenea, pero sólo había cenizas.

»—Dijiste que no revelara nada de mis orígenes, ¿por qué? —le pregunté. Fue como si sintiera que yo me defendía, pero no se ofendió; sólo me miró con un leve asombro. Pero yo me sentía inseguro, demasiado inseguro para esa sorpresa, y, una vez más, desvié la mirada.

»—¿Mataste al vampiro que te creó? ¿Por eso estáis aquí sin él? ¿Por qué no nos decís su nombre? Santiago cree que lo matasteis.

»—Y si eso es verdad, o si no podemos convenceros de lo contrario, ¿trataréis de destruirnos? —pregunté yo.