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El despacho de Nick sólo estaba a unas manzanas de allí y aquel territorio, aquella parte de Chelsea les resultaba familiar, de modo que caminaron en compatible silencio.

—Necesito hacer una llamada —dijo ella mientras Nick se detenía delante de un elegante edificio de oficinas y desechaba el cerrojo de las puertas dobles que accedían a un vestíbulo pequeño pero elegante.

—Estoy en el apartamento de uno de mis hermanos de momento. Es un poco protector y le gusta saber dónde estoy si salgo con alguien que no conozco. Antes solía enfadarme con él. Ahora simplemente le digo lo que quiere saber. Bueno, la mayor parte del tiempo.

Ella sacó el móvil y marcó el número de Tris, aliviada cuando le salió el contestador automático en lugar de su hermano. Dejó su mensaje y colgó rápidamente.

—No te ofendas—dijo en voz baja.

—No estoy ofendido. Ha sido inteligente por tu parte. Eso hace de ti una mujer inteligente —dijo Nick.

Bonita respuesta.

Él la acompañó al ascensor y las puertas se cerraron, dejándoles en un espacio íntimo, muy íntimo. Se aclaró la voz y se arriesgó a echarle una mirada. Tenía un perfil impresionante; además de unos pies grandes. Entre ellos fluía una sensación tan intensa que casi se podía palpar; Hallie pensó que también él estaba tan cerca que casi lo podría palpar; pero ése no sería un gesto prudente. Él se volvió hacia ella y esbozó esa sonrisa pausada y encantadora que penetraba en los cerebros e iba directamente a los sentidos y entonces

—Estamos aquí —dijo y las puertas del ascensor se abrieron.

El despacho de Nick era una explosión visual de color y movimiento. Los dibujos animados cubrían cada centímetro de espacio disponible, los ordenadores y las impresoras escáner atestaban cada mesa. Había una cocina pequeña llena de café y cola; una trucha de plástico decoraba la parte superior del microondas. Todo aquel lugar era un caos organizado y verdaderamente intrigante.

—¿Y cuántas personas trabajan aquí? —quiso saber ella.

—Doce, incluyéndome a mí.

—A ver Son todos hombres.

—Salvo Fiona, nuestra secretaria. Tristemente, se niega a limpiar.

—Ya me cae bien.

—Supongo que es lógico —dijo él—. Lo mismo le pasa a Clea. Éste es mi despacho —añadió mientras abría la puerta de una habitación asombrosamente ordenada.

—¿Para qué tienes la canasta de baloncesto?

—Para pensar.

Bueno.

—¿Y la televisión con pantalla de plasma y los sillones reclinables?

Había dos sillones, uno junto al otro, más o menos a un metro y medio de una pantalla fija en la pared.

—Para trabajar.

¡Ah! No sabía por qué había esperado un despacho normal con una decoración normal. Nicholas Cooper no tenía nada de corriente.

—Bien, entonces dime más cosas sobre este juego tuyo. ¿Es algo que sabría si estuviéramos casados?

—Lo sabrías —respondió Nick en tono divertido mientras insertaba un disco en la consola y le hacía un gesto para que se sentara en el sillón.

—Si de verdad lleváramos casados estos últimos tres años, habrías prohibido que se hablara de ello.

Eso no le sonó como algo propio de una esposa.

—¿No podría haberte sido de ayuda y haberte animado?

—Sin duda. Sólo pretendía ser realista, pero no tenemos que hacer eso. En lugar de eso podemos inventarnos una historia.

—Eso es decisión tuya. Tú eres el experto en fantasía. ¿Por cierto, cuánto tiempo le has dicho a tu distribuidor que llevas casado?

—No se lo he dicho —la miró de reojo—. Estoy pensando en un par de meses, tal vez en menos. Así, si no sabemos algo el uno del otro no parecerá tan raro.

—A mí me parece bien.

Entonces apareció el juego. La música del comienzo era adecuadamente estridente y la figura femenina que apareció en ese momento en la pantalla, muy de moda.

—Muy bonita —dijo ella con educación—. ¿Qué hace ella?

—Sobre todo pelea —le pasó un mando de control del videojuegos—. Aprieta un botón, cualquier botón.

Hallie presionó unos botones y fue recompensada con una ráfaga de patadas, vueltas y gruñidos femeninos. Aunque Hallie se dio cuenta de que la figura de la pantalla ni siquiera sudaba un poco.

—¿Son esas proporciones anatómicamente posibles? —quiso saber.

—Para las terrícolas, no —dijo Nick—. Y ella no lo es. Xia es de Nuevo Marte.

—Nuevo Marte, ¿eh? Ya se me podría haber ocurrido. Sobre todo por la ropa. ¿Tiene alguna opción para cambiarse de modelo?

—¿Quieres cambiarle la ropa?

—Bueno, no creo que pueda darle una patada en el trasero a un marciano con esos tacones de aguja, ¿verdad?

Hallie suspiró.

—Estás perdiendo credibilidad, Nick.

—¿A qué te dedicabas antes de vender zapatos? —le preguntó él.

—Trabajé en una mesa de black jack de un casino de Sydney durante una temporada.

—¿Por qué lo dejaste?

—Porque no veía el sol nunca.

—¿Y antes de eso?

—Estuve una breve temporada bañando perros en una peluquería canina —el recuerdo era vago, pero aun así se estremeció—. Demasiadas pulgas.

—¿Y tienes algún título o formación?

—Tengo un título en Bellas Artes y estoy cursando para conseguir el diploma de Sotheby's de Arte Asiático. Por eso vine a Londres.

—¿Y por qué Arte Asiático?

—Mi padre es catedrático de historia con un interés particular en la cerámica china antigua y cuando yo era pequeña pasaba muchas horas en su taller con él y me leí todos sus libros.

Habían sido las rajas en los vidriados sobre cerámica lo que primero le había llamado la atención. La rica historia que había detrás de cada pieza había sostenido ese interés.

—Entonces estás siguiendo los pasos de tu padre. Debe de estar muy orgulloso de ti.

—No, la mayor parte del tiempo mi padre me ignora. De todos modos aprendo. Soy capaz de distinguir una copia falsa de un jarrón de la dinastía Ming a diez metros de distancia. En realidad, estoy totalmente segura de que el Ming que hay en el Museo Central es una copia.

Él se quedó mirando.

—De acuerdo, noventa por cien segura de ello.

—¿Entonces por qué no estás terminando tu diploma?

—Lo haré. En cuanto gane el dinero suficiente para pagar mis dos últimos semestres.

—¿Vendiendo zapatos?

—Es un empleo ¿no?—dijo ella a la defensiva—. Los trabajos interesantes y bien pagados son muy poco frecuentes cuando eres estudiaste. Los empleadores saben que estás sólo haciendo algo eventual.

—¿Y no podías haberle pedido a tu familia que te ayudara?

—No —respondió en tono seco.

Había tocado un lema tabú. Sus hermanos le habrían prestado el dinero. ¡Maldición! Habrían querido prestárselo y su padre lo mismo; pero ella se había negado a aceptar esa ayuda. La señora Independiente. Y la molestaba mucho que no hubieran entendido por qué se había negado. Ninguno de sus hermanos había aceptado dinero de nadie cuando habían empezado. Estaba en casa de Tris porque él tenía una habitación libre y porque los alquileres en Londres estaban por las nubes. Ésa era toda la ayuda que estaba dispuesta a aceptar.

Pero el dinero fácil no era su estilo en absoluto. Sin embargo, cobrar diez mil libras por una semana de trabajo, por hacer un trabajo bastante fuera de lo común y de naturaleza exigente, eso ya era otra cosa.

—¿Cuanto necesitas para terminar tus estudios? —le preguntó él con curiosidad.