Выбрать главу

Aparte de eso, Everard sólo sabía que hacía investigaciones de campo en la Roma de la Edad de Hierro, ese periodo en el que la arqueología del norte de Europa empezaba a mezclarse con la historia escrita. Había estado tentado de pedir su informe de servicio, cosa que tenía autoridad para hacer dentro de ciertos límites. Ciertamente aquél no era un entorno cómodo para ninguna mujer, y menos aún una científica del futuro. Se había decidido en contra. Además, el asunto podría no resultar una crisis real. Quizá la investigación no revelaría nada más que un error o confusión, sin necesidad de adoptar medidas correctoras.

Encontró la puerta y pulsó el timbre. Ella abrió. Durante un momento los dos guardaron silencio.

¿Ella estaba también sorprendida? ¿Había ella esperado que un agente No asignado fuese algo más impresionante que un enorme y sencillo tipo con la nariz rota y con las palabras «Medio Oeste», después de todo lo que había pasado, aún escritas en la frente? Ciertamente no había esperado una aparición celestial como la de aquella rubia alta con un vestido tan elegante.

—¿Cómo está? —dijo en inglés—. Soy…

Ella sonrió, una boca ancha de grandes dientes. Nariz respingona, frente alta. Sus rasgos no eran lo que se dice hermosos, aparte del mutable turquesa de los ojos, pero él los admiraba, y su figura podía haber pertenecido a una Juno atlética.

—Agente Everard —terminó ella por él—. Es un honor, señor. —El tono era cálido sin ser sumiso y le estrechó la mano como a un igual—. Bienvenido.

Acercándose al entrar, vio que realmente no era joven. La piel clara había sufrido muchos climas; finas arrugas rodeaban sus labios y ojos. Bien, ella no podía haber conseguido lo que debía haberle valido su rango en unos pocos años, y el tratamiento de longevidad no eliminaba todas las marcas.

Echó un vistazo al salón. Estaba decorado con sencillez y comodidad, como el suyo propio, aunque las cosas de ella no estaban gastadas o apagadas y no se veía ningún recuerdo. ¿Quizá no se atrevía a inventar una explicación para sus visitantes normales… y amantes? Sobre las paredes reconoció una copia de un paisaje de Cuyp y una fotografía astronómica de la Nebulosa del Velo. Entre los libros, en las estanterías de suelo a echo, vio obras de Dickens, Mark Twain, Thomas Mann, Tolkien. Una lástima que los títulos holandeses no le dijesen nada.

—Por favor, siéntese —le animó Floris—. Fume si lo desea. He preparado café, o el té puede estar listo en unos minutos.

—Gracias, el café será perfecto. —Everard se sentó en un sillón. Ella trajo de la cocina la cafetera, tazas, eterna y azúcar, lo puso sobre la mesa baja y se sentó en el sillón frente a él.

—¿Prefiere el inglés o el temporal? —le preguntó.

A él le gustaba ese estilo, directo pero sin brusquedad.

—El inglés, por ahora —decidió. La lengua de la Patrulla tenía una gramática capaz de manejar la Cronoquinesia, el tiempo variable y las paradojas asociadas, pero cuando se trataba de asuntos humanos, era tan ineficaz como solían ser los lenguajes artificiales (era poco probable que un esperantista que se golpease el pulgar con un martillo gritase «¡Excremento!»)—. Pretendo entender de forma preliminar y por encima de qué va esto.

—Pensé que vendría preparado. Lo que tengo aquí que no está en la oficina son… oh, fotografías, pequeños objetos, el tipo de cosas que uno se trae de una misión, cosas que no tienen especial valor para la ciencia o cualquier otro más que como recuerdos. ¿No? —Everard asintió. Bien, pensé que si los sacaba del cajón eso le daría una mejor visión del entorno, o que me recordaría observaciones que podrían serle útiles.

Él bebió. El café estaba preparado como a él le gustaba, fuerte y caliente.

—Bien pensado. Los miraré más tarde. Pero, cuando es posible, me gusta empezar oyendo el caso en directo, de primera mano. Los detalles precisos, el análisis erudito, la imagen amplia, vienen más tarde. —En otras palabras, no soy un intelectual, soy un granjero que primero se hizo ingeniero y luego policía.

—Pero yo tampoco he estado en la escena —dijo ella.

—Lo sé. Nadie del cuerpo lo ha estado hasta ahora, ¿no? Sin embargo, se le ha informado del problema de forma detallada, y estoy seguro de que lo ha meditado a la luz de su experiencia, de su campo en particular. Eso la convierte en lo más cercano a un observador que tenemos.

Everard se inclinó hacia delante.

—Vale —siguió diciendo—, le puedo decir lo siguiente: el Mando Intermedio me preguntó si podría investigarlo. Habían recibido un informe sobre inconsistencias en una crónica de Tácito y los tenía preocupados. Los hechos evidentemente se centran en los Países Bajos en el primer siglo d.C. Resulta que ése es su campo, y que usted y yo somos más o menos contemporáneos. —Una generación entre nuestros nacimientos, ¿no?— Así que podríamos cooperar con mayor o menor eficacia. Por eso soy yo el agente No asignado al que llamaron. —Everard señaló David Copperfield para mostrarle que los dos tenían algo más en común—. Barkis está dispuesto. Llamé a Ten Brink y luego a usted casi inmediatamente, y vine rápidamente. Quizá primero debería de haber estudiado mi Tácito. Lo he leído, claro, pero hace mucho tiempo en mi línea de mundo y ahora se me ha vuelto vago. Volví a repasar el material, pero fue un simple repaso, y resulta algo complejo, ¿no? Adelante, instrúyame desde el principio. Si repite algo que ya sepa, ¿qué tiene de malo?

Floris sonrió.

—Tiene unos modales de lo más encantadores, señor —murmuró ella—. ¿Es a propósito? —Por un instante, él se preguntó si no estaría flirteando; pero se puso tensa y procedió, con toda profesionalidad, de un modo académico—:

»Ciertamente sabe que tanto los Anales como las Historias nos llegaron incompletas. De las Historias, el ejemplar más antiguo que sobrevive contiene sólo cuatro libros de los doce originales, y parte del quinto. Esa parte se interrumpe en medio de una descripción de lo que nos preocupa. Naturalmente, cuando se desarrolle el viaje en el tiempo, una expedición irá a su época y recuperará las secciones perdidas. Son muy deseadas. Tácito no es uno de los cronistas más fiables, pero era un notable estilista, un moralista… y para algunos hechos, la única fuente escrita de importancia.

Everard asintió.

—Sí. Los exploradores leen a los historiadores en busca de pistas de lo que deberían buscar y a qué deberían prestar atención, antes de cartografiar lo que realmente ha sucedido. —Tosió—. ¿Por qué estoy explicándole su trabajo? Perdóneme. ¿Le importa si enciendo una pipa?

—En absoluto —dijo Floris ausente, antes de continuar—. Sí, las Historias completas, así como Germania, han sido mis guías personales. He encontrado incontables detalles que difieren de lo que él escribió, pero eso es de esperar. En general, y habitualmente en lo particular, su relato de la gran rebelión y su consecuencia es fiable.

Hizo una pausa, luego dijo con irremediable honradez:

—No he realizado mis investigaciones sola. Nada de eso. Otros están muy ocupados en cientos de años antes y después de mi periodo en particular, en áreas que van de Rusia a Irlanda. Y están ésos, los verdaderamente indispensables, que se quedan en casa para reunir, correlacionar y analizar nuestros informes. Pero, por casualidad, opero en los alrededores de lo que ahora es Holanda y las zonas cercanas de Bélgica y Alemania, durante la época en que la influencia celta estaba desapareciendo, después de la conquista romana de la Galia y cuando el pueblo germánico empezaba a desarrollar una cultura realmente distintiva. Tampoco hemos aprendido mucho, comparado con lo que no sabemos. Somos muy pocos.