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—¡Quédese donde está! —exclamé—. Estaré listo en el acto.

Luego me transformé en Benny Grey, el descolorido criado para todo que comete los crímenes en La casa sin puertas; dos toques rápidos para dibujar unas líneas desde la nariz hasta las comisuras de la boca, unas ligeras bolsas bajo los ojos, y crema Max Factor número 5 por todo el rostro, sin emplear más de veinte segundos en toda la transformación… Podía hacerlo dormido; La casa sin puertas se mantuvo en cartel durante noventa y dos representaciones consecutivas antes de que la hicieran en película.

Me volví hacia Broadbent y éste se quedó sin aliento.

—¡Dios santo! Casi no puedo creerlo.

Seguí en mi papel de Benny Grey y ni siquiera sonreí. Lo que Broadbent no sabía era que en realidad el maquillaje no era necesario. Desde luego, la pintura ayuda al actor, y yo la había usado principalmente porque él esperaba que lo hiciese: como todos los no iniciados, creía que las transformaciones se lograban con pintura y polvos.

Dak seguía mirándome.

—Es increíble —dijo con admiración—. Oiga, ¿podría hacer algo parecido conmigo? ¿Algo rápido?

Estaba a punto de admitir que no, cuando me di cuenta de que su pregunta desafiaba mi orgullo profesional. Me sentí tentado de decirle que si mi padre le hubiese tomado bajo su tutela a la edad de cinco años, ahora posiblemente estaría capacitado para vender entradas en una barraca de feria, pero luego lo pensé mejor.

—¿Sólo quiere estar seguro de que no le reconocerán?—pregunté.

—Sí, sí. ¿No podría maquillarme, o ponerme una nariz falsa, o algo por el estilo?

Meneé la cabeza.

—No importa cómo le maquillase, siempre parecería un niño disfrazado para el carnaval. Usted no puede actuar, y nunca aprenderá a su edad. No tocaremos su rostro.

—¿Eh? Pero con esta nariz que tengo. . .

—Escúcheme. Cualquier cosa que hagamos con esa nariz sólo servirá para que la gente se fije en ella, puedo asegurárselo. Sin embargo, creo que bastará con que si nos encontramos con un conocido suyo, éste le mire y se diga: “Caramba, ese tipo alto me recuerda a Dak Broadbent. No es Dak, desde luego, pero se le parece mucho”. ¿Qué opina de eso?

—Pues… creo que es lo que necesito. Mientras esa persona esté segura de que no soy yo, todo irá bien. Se supone que ahora me encuentro en… Bien, en estos momentos no debería estar en la Tierra.

—Su amigo estará completamente seguro de que no es usted, porque cambiaremos su manera de andar. Ése es su rasgo más distintivo. Si su modo de caminar no es el mismo, entonces no puede ser usted… debe de tratarse de algún otro hombre alto y musculoso que se le parece.

—Bien, enséñeme cómo debo andar.

—No, nunca lo aprendería. Yo le obligaré a que camine tal como yo quiero que lo haga.

—¿Cómo?

—Pondremos un puñado de piedrecitas o algo equivalente en la puntera de sus zapatos. Eso hará que encoja los dedos de los pies y le obligará a caminar erguido. Le será imposible deslizarse sobre el suelo con ese paso felino propio de un piloto. Mmmm… Además, le pondré una tira de cinta adhesiva de un hombro al otro para que no se olvide de sacar el pecho. Con eso bastará.

—¿Cree que nadie podrá reconocerme sólo porque camine de manera distinta?

—Desde luego. Un conocido suyo no sabrá explicar por qué se siente seguro de que no es usted, pero el mismo hecho de que su convicción sea subconsciente y sin explicación no le dejará la menor duda sobre ello. Bueno, le maquillaré un poco, para que se sienta más tranquilo, pero en realidad no es necesario.

Regresamos juntos al salón de la suite que ocupaban. Yo seguía en mi papel de Benny Grey; una vez que adopto cualquier papel, necesito un esfuerzo consciente de la voluntad para volver a asumir mi propia personalidad. Dubois estaba hablando por el videófono; levantó la vista, me miró un momento y se quedó con la boca abierta. Salió corriendo de su rincón y exclamó:

—¿Quién es ése? ¿Y dónde está nuestro actor?

Después de su primera mirada, se dirigía a Broadbent, sin molestarse en examinarme con detenimiento. Benny Grey es un tipo de aspecto tan insignificante y vulgar que no hay necesidad de mirarle dos veces.

—¿Qué actor? —contesté, con el murmullo opaco y descolorido de Benny.

Aquello hizo que Dubois se volviera hacia mí. Me miró, y luego sus ojos se clavaron en mis ropas. Broadbent estalló en una risotada y le palmeó la espalda.

—¿Y tú decías que no podía actuar? —Luego añadió, cortante—: ¿Has hablado con todos, Jock?

—Sí.

Dubois me contempló perplejo y luego apartó la vista.

—Bien. Tenemos que salir de aquí dentro de cuatro minutos. Veamos con qué rapidez puede transformarme, Lorenzo.

Dak se había quitado un zapato, y se levantó la camisa a fin de que yo pudiera colocarle la cinta adhesiva en los hombros. De pronto se encendió la luz que había sobre la puerta y el zumbador de llamada empezó a sonar. Dak se quedó inmóvil.

—Jock, ¿esperamos a alguien?

—Probablemente es Langston. Me dijo que trataría de ponerse en contacto con nosotros antes de marcharnos.

Dubois se dirigió hacia la puerta.

—Quizá no sea él —apuntó Broadbent—. Puede que…

No llegué a saber quién pensaba Broadbent que podía ser, porque Dubois ya abría la puerta. Encuadrado en el dintel, semejante a un espectro de pesadilla, apareció un marciano.

Por un segundo que pareció toda una vida de agonía, no pude ver más que al marciano. No me fijé en el humano que le seguía, ni vi la varita mortal que el marciano llevaba en uno de sus seudomiembros.

Luego el marciano se deslizó dentro de la habitación, el humano que iba con él le siguió, y la puerta volvió a cerrarse automáticamente. El marciano graznó:

—Buenas tardes, caballeros. ¿Acaso piensan marcharse?

Me quedé helado, sin poder pensar en nada, bajo los efectos de un agudo ataque de xenofobia. Dak estaba en desventaja por hallarse a medio vestir. Pero el pequeño Jacques Dubois actuó con un sencillo heroísmo que le convirtió en mi hermano aun en el mismo momento de morir… Se lanzó de cabeza contra aquella varita mortal. De frente… sin intentar esquivar su destructor disparo.

Debió de morir, con un agujero en el vientre por el que se podía pasar el brazo, antes de llegar al suelo. Pero no soltó su presa, y el seudomiembro se estiró como si fuese de goma y luego se partió a unos centímetros del cuello del monstruo. El pobre Jock aún tenía la varita entre las manos.

El terrestre que había seguido a aquella cosa maloliente y maligna al interior de la habitación tuvo que hacerse a un lado para poder disparar… pero cometió un error. Debió atacar primero a Dak y luego a mí. En vez de eso, desperdició su primer tiro sobre Jock, y ya no tuvo tiempo de volver a disparar, porque Broadbent le deshizo el rostro de un solo tiro. Hasta entonces no supe que Dak iba armado.

Privado de su arma, el marciano no intentó la huida. Dak se le acercó de un salto y dijo:

—¡Ah, Rrringriil, te saludo!

—Te saludo, capitán Dak Broadbent —graznó el marciano, y luego añadió—: ¿Avisarás a mi nido?

—Avisaré a tu nido, Rrringriil.

—Te doy las gracias, capitán Dak Broadbent.

Dak estiró el brazo, con el largo y huesudo índice extendido, e introdujo éste en el ojo del marciano, empujando con todas sus fuerzas hasta que los nudillos presionaron contra la caja craneana del monstruo. Luego retiró la mano y su dedo apareció bañado en un líquido verdoso. Los miembros nudosos del extraño ser se replegaron hasta el interior del tronco en un espasmo reflejo, pero aun después de su rápida agonía el marciano siguió erguido sobre su base. Dak se retiró con rapidez hacia el lavabo, y oí como se lavaba las manos. Yo me quedé allí plantado, casi tan inmóvil como el ya difunto Rrringriil.