Bennie mantuvo a raya sus emociones porque tenía mucha práctica en ello. Todo el tiempo sostuvo a Hattie, tanto para apoyo propio como para el de la enfermera, y la soltó sólo un instante para mandar un mensaje.
– Hola -dijo cuando su asociada respondió al teléfono-. Supongo que te habrás enterado.
– Sí, y lo siento muchísimo -respondió Judy-. ¿Puedo ayudarte en algo?
– Pues sí, te lo agradezco. Redacta una carta para Guthrie y cuéntale lo ocurrido. El viernes por la noche es el velatorio, el sábado, el funeral, y necesitaremos una semana de aplazamiento para el juicio de Connolly. Si le pedimos una semana, probablemente nos conceda tres días. Esta noche pasaré un momento para firmarla y tú puedes disponer que se la entreguen en mano mañana.
– Cuando te he dicho si podía ayudarte en algo no me refería al caso.
– Tú ocúpate del caso y yo me ocuparé de mí misma. ¿Alguna novedad?
– Sí. Mary ha hablado con su compañera de estudios sobre Guthrie y Burden. Cree que éste le dio el empujón para llegar a juez a cambio de sus favores.
– Caro le costó el puesto. Dile que haga el seguimiento y descubra dónde está Burden. En la vista de urgencia dijeron que se encontraba fuera del país. Quiero saber si sigue fuera y dónde está. Eso mismo. ¿Es todo lo que habéis conseguido?
Judy dudó un instante.
– Yo he averiguado algo que te interesará.
– ¿De qué se trata?
– Creo que Connolly vendía drogas y para ello se servía de un grupo de mujeres de boxeadores.
Bennie se apoyó en el revestimiento de la pared del tanatorio.
– ¿De verdad? ¿Cómo lo sabes?
– Hoy he hablado con una de las mujeres, en el gimnasio.
– ¿Traficaba con drogas… Connolly? -Bennie se dejó caer en una de las sillas plegables que rodeaban la sala. Le costaba reflexionar-. ¿Qué hacías tú en el gimnasio? No es lo que yo te había mandado hacer.
– Ya lo sé, pero tuve un presentimiento.
Bennie se frotó la frente. ¿Estaría Connolly implicada en tráfico de drogas? ¿Y Della Porta? ¿Connolly le había vuelto a mentir?
– ¿Tienes alguna prueba de ello, Carrier, o son simplemente habladurías? ¿Te ha facilitado algún nombre esta mujer?
– No se trata de chismorreo. Hay una tal María, una tal Ceilia, no tengo sus apellidos pero los conseguiré. Ah, y también otra llamada Valencia no sé qué, que al parecer vendía para Connolly. Ahora está en la cárcel por posesión. Por si te sirve de algo, hay consenso en que nuestra dienta es indiscutiblemente culpable.
– ¿Bennie? -la llamó de pronto Hattie desde la sala contigua.
Parecía que le temblaba la voz.
– Tengo que dejarte, Carrier. Averigua dónde está esa tal Valencia. -Bennie inspiró profundamente-. Empieza por la cárcel del condado, donde está Connolly.
Judy colgó y su joven rostro adoptó una expresión gravísima.
– Creo que Bennie no está muy bien -dijo, mirando a Mary, que acababa de llegar a la sala de reuniones procedente del barrio de Connolly, donde había ido a interrogar a unos vecinos con Lou.
– Me lo ha dicho Marshall -dijo Mary con aire comprensivo. Dejó la cartera sobre la mesa y se secó la frente-. Tiene que ser duro eso de perder a los padres.
– Sí. -Judy se dejó caer en la silla giratoria-. Los míos están tan llenos de salud… Hacen escalada, van en bici, viajan… Siempre pienso que vivirán eternamente.
– Yo también tengo la impresión de que los míos vivirán siempre, y no hacen más ejercicio que rezar. -Mary decidió cambiar de tema-: ¿Vamos a solicitar un aplazamiento?
– Sí, una semana.
– Nos haría falta un año para sacar a Connolly en libertad. -Mary se sentó en otra silla giratoria-. He dejado a Lou investigando por ahí, pero no hemos encontrado a ningún testigo que pueda ayudarnos en la defensa. De todas formas, un montón de vecinos vieron a Connolly correr calle abajo. Creo que lo hizo ella, Judy. Creo que ella lo mató.
– Por supuesto que lo hizo. Y además trafica con drogas. Un buen elemento.
Judy contó a Mary sus clases de boxeo secretas y de lo que se había enterado por medio de Ronnie Morales. Mary no salía de su asombro.
– Eso no puedo creérmelo -dijo Mary cuando la otra hubo terminado.
– ¿El qué? ¿Las drogas? ¿El asesinato?
– No, las clases de boxeo. -Se sentía herida-. Me has dicho que ibas al ginecólogo.
– Te he mentido. Lo siento, pero tenía que hacerlo.
– ¿Por qué?
– Porque si te lo hubiera dicho, me habrías acompañado y luego tu madre nos habría matado a las dos.
– Tonta. -Mary sonrió-. Mi madre sólo te habría matado a ti.
10
Puesto que estaba ya fuera de horas de visita, Bennie tuvo que esperar a Connolly en el cubículo de comunicaciones. No recordaba haberse sentido jamás tan vacía. Había competido en regatas de remo, había manejado la espadilla con músculos y agallas, pero jamás se había sentido tan agobiada. La fatiga tras una carrera desencadenaba siempre una cierta euforia, si bien con un punto de somnolencia, a lo que se unía la tranquilidad de la consecución; en cambio, el cansancio que experimentaba en aquellos momentos tenía un cariz más sombrío. Era una fatiga que se hundía hasta los huesos y procedía en parte de la aflicción y también de haber tenido que reprimirla. Se incorporó en el asiento de plástico, juntó y separó las manos sobre la pulida superficie de fórmica y finalmente las apretó junto al regazo.
Tuvo un sobresalto al oír el claqueteo, levantó la vista y vio que acompañaban a Connolly por el vigilado pasillo, hacia la comunicación. La reclusa avanzaba con paso firme descendiendo por el corredor, y a Bennie se le ocurrió que el nivel de ruido normal no le había dejado oír siquiera sus pasos. Connolly andaba como Bennie, deprisa, con los pies ligeramente hacia fuera. Era algo que siempre había preocupado a su madre, que no paraba de repetirle: «Tienes que andar con las piernas juntas, como una señorita».
– ¿Qué has dicho? -le preguntó Connolly, con expresión desconcertada, al entrar hacia la parte del cubículo destinado a las reclusas.
– ¿Cómo?
– Has dicho algo sobre mi forma de andar.
– No, no he dicho nada. Decía… -La voz le falló y tuvo que aspirar una considerable bocanada de aire-. Mejor será que se siente. Tengo malas noticias.
– ¿Sobre el caso? ¿Algún problema? -Connolly se sentó y se inclinó un poco sobre la tabla-. Lo sabía. Sabía que ocurría algo. Lo intuía.
– No, su caso sigue el curso normal. Se trata de algo peor. Mi madre ha… ha fallecido. En el hospital. No ha sufrido ni tampoco se ha encontrado sola.
– ¡Jo, qué alivio! -saltó Connolly, y luego quedó inmóvil al ver la expresión de asombro de Bennie-. Quiero decir que es un alivio que no haya sufrido -se apresuró a añadir Connolly, pero Bennie cayó hacia atrás contra el respaldo como si la hubieran empujado.
– No es lo que me ha parecido a mí. Creo haber oído que le aliviaba el hecho de que ella…
– ¿Hubiera muerto? Evidentemente no me alivia que haya muerto. ¿Por qué tendría que aliviarme? No es eso lo que quería decir, ¡maldita sea!
– ¿No? ¿Acaso le importa algo?
– ¡Oh, por favor! -Connolly se pasó la mano por el pelo rojizo-. Bueno, vale, me ha aliviado que no se tratara de mi caso. Acaban de despertarme para decirme que mi abogada lleva horas esperándome aquí. ¿De qué podía pensar que se trata si no? Tú misma dijiste que no íbamos a hablar de asuntos personales, como de nuestra madre, y por ello lo último que esperaba era que aparecieras para hablar de ella. Ni siquiera sabía que estuviera tan enferma. Creía que tenía algo mental, pero nada más. No creo que la gente muera de algo así.