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– ¿Bennie? -dijo Grady, quien se le había acercado.

Ella seguía aspirando el perfume. Su padre había estado allí. A llevarle flores a su madre. Se había preocupado por ella. Era una persona real.

– ¿Bennie? -repitió Grady.

Bennie ya se incorporaba, sin pensar nada. Tenía el corazón desbocado. Tal vez el hombre seguía allí. Quizá no se había marchado. Se fue deprisa hacia el pasillo, y al final de la sala, hasta la puerta. No sabía por qué, pues probablemente se había marchado hacía mucho tiempo, pero le buscaba.

Había oscurecido y los periodistas seguían ocupando la acera. Uno de ellos la vio e hizo un gesto a su compañero fotógrafo. Los flashes la cegaron; primero un par y luego una docena. Le cauterizaban el cerebro como si fueran lásers y aun así ella seguía buscando, a pesar de que apenas veía nada. Tal vez se encontraba entre la multitud. Bennie siguió allí, con las manos contra el cristal, en la oscuridad, y no se movió hasta que Grady fue a buscarla.

Después de la ceremonia, Bennie se detuvo en su despacho para recoger sus papeles y luego volvió a casa andando para despejar la cabeza mientras Grady acompañaba a Hattie a su casa. Tenía una defensa que preparar y casi deseaba empezar ya a trabajar. Mejor tener la mente ocupada y dejar a un lado tantas emociones.

Ya en casa, se puso unos vaqueros y una blusa y, descalza, se fue al estudio para ponerse manos a la obra con sus accesorios habituales: un café recién hecho y una arrugada bolsa de M &M. A pesar de tener a mano todo lo que la tranquilizaba, tuvo poca suerte en la primera tarea, la redacción del planteamiento preliminar. Tenía jaqueca. Le dolían las entrañas. Pese a todo, siguió sentada ante el ordenador, dispuesta a redondear la primera frase: «Damas y caballeros del jurado, ante ustedes…».

Cada tecla resonaba en la estancia vacía. Reinaba el silencio en la noche, interrumpido de vez en cuando por alguna sirena policial. Bennie iba tomando el café a sorbos y curiosamente no le sabía a nada. «Damas y caballeros del jurado, ante ustedes…»No.

«Buenos días. Ante ustedes, damas y caballeros del jurado, se encuentra…»De pronto oyó que se abría la puerta de entrada, y seguidamente el golpeteo de unas bolsas de la compra contra el suelo. Sería Grady, de vuelta. Bear, con actitud vigilante, fue hacia la escalera, y Bennie oyó cómo se deslizaban las uñas del perro en las desnudas tablas de madera, pero no la reconfortó la idea de tener compañía. Hubiera preferido la casa para ella sola.

– ¿Cariño? -gritó Grady-. ¿Estás en casa?

– En el estudio -respondió ella, cuando Grady y el perro ya estaban arriba. Él seguía con la ropa de la ceremonia, aunque la corbata estampada se había aflojado formando una torcida V y la camisa ya estaba arrugada.

– ¡Qué bochorno hace fuera! -dijo Grady, acercándose al escritorio de Bennie para darle un beso en la mejilla.

Parecía tener los ojos empañados de lágrimas cuando se centraron en la pantalla.

– ¿Tu presentación?

– Sí.

– ¿Te ayudo?

– No hace falta.

– He comprado nata y un cargamento de M &M. Todo es poco para mi pequeña.

Bennie se esforzó en sonreír pero su cabeza seguía divagando. Su madre. La dedalera aterciopelada. Seguidamente: «Buenos días. Ante ustedes, damas y caballeros…».

– ¿Te apetece charlar un rato? ¿Llorar un poco más? -Grady sonrió con gesto comprensivo-. Ahí tienes un hombro. Dos, en realidad. Podemos tumbarnos juntos, descansar un poco.

– Gracias pero no. No tengo tiempo.

– ¿Quieres hablarme del caso, pues? ¿Ensayar la presentación conmigo?

– No, todavía no he llegado ahí. Aún tengo que redactarla.

Grady frunció los labios.

– ¿Te preparo un café?

– Aún hay hecho. -Bennie se volvió hacia la pantalla. «Buenos días. Ante ustedes, damas y…»-. Lo siento, Grady, tengo que concentrarme.

– De acuerdo -dijo él, dándole otro beso en la mejilla-. Estoy ahí fuera.

Bennie miró la pantalla cuando él salió del estudio con el perro tras sus talones. No lograba concentrarse. Se le enfrió el café y sin darse cuenta empezó a escuchar las idas y venidas de Grady por la casa. Le llegó el aroma de pollo frito e imaginó la cocina llena de vapor con las patatas hervidas. Sabía que luego Grady haría puré con beicon. Grady era un excelente cocinero, sobretodo en especialidades del sur, y estaba preparando una de las cenas que más le gustaban a Bennie.

Oyó el ruido de los platos sobre la mesa de contrachapado. Casi saboreaba la helada cerveza que sin duda él habría abierto. Ya ni recordaba la última comida que había tomado. El olor a beicon chisporroteando subió desde la cocina hasta arriba. Aquello le hacía perder los estribos.

Cerró el archivo que tenía en el ordenador. Tenía que marcharse de allí. Ir a donde pudiera estar lejos de todo el mundo. Tenía que concentrarse en el caso, en Connolly.

Sabía adónde debía dirigirse.

14

Surf Lenihan seguía en el negro asiento envolvente del también negro TransAm. Llevaba un polo blanco, vaqueros y bebía de un tetra brik de batido de fresa. Había aparcado calle abajo, a una distancia prudente de la casa. Estaba observando, en la oscuridad.

Tomó otro trago de batido y tuvo la primera sensación agradable desde que la porquería había empezado a salpicar. Tal vez fuera porque finalmente había cogido las riendas de la situación en lugar de esperar que Citrone espabilara.

Surf era joven e iba escalando en el cuerpo. Ya tenía sus conexiones, al igual que en los negocios, y poco a poco iba conociendo a las personas adecuadas. No permitiría que Rosato le aguara la fiesta. No iba a permitir que nadie se la aguara. Con todo lo que le esperaba.

Seguía ojo avizor en la casa. Un edificio de obra vista, de tres plantas. Cualquiera habría pensado que ella pudo comprar una casa más bonita con el dinero que había sacado del cuerpo. Surf había seguido a Rosato hasta su casa, a una cierta distancia desde el despacho, con el coche de su novia. El TransAm era más espectacular de lo que él hubiera querido, pero como mínimo era negro. Cumplía su función.

En cuanto la vio salir del edificio del despacho, Surf imaginó que iba para casa. Conocía el lugar. Había buscado la dirección en la guía telefónica y habían llegado casi al mismo tiempo; cuando ella doblaba la esquina, Star aparcó en un espacio libre yse hundió en el asiento. Le pareció una mujer fuerte, que no estaba mal, si a uno le gustaban las chicas grandes. A él no. Las piernas estaban bien pero tenía pocas tetas. Además, era abogada. ¿Quién iba a hacérselo con una abogada? Más tarde obtuvo la respuesta: un abogado. Un tipo alto, flacucho, con corbata floreada, entró en la casa más tarde que ella. ¡Lo que faltaba, el mendas llevaba una bolsa de la compra!

Surf volvió la vista hacia la ventana de la primera planta. Un momento antes se había encendido la luz del cuarto pero no acertaba a ver nada, pues las persianas estaban cerradas. Tomó un último trago de batido y tiró el envase vacío al asiento de atrás. Esperaría a que Rosato saliera y luego él decidiría la secuencia. Haría lo que fuera por detenerla.

Siguió la espera. Se encendió una luz fuera de la casa, a la derecha de la puerta de entrada. Tal vez tenía un temporizador. Continuó algo encogido en el asiento. Vio abrirse y cerrarse la puerta. Salió Rosato y descendió la escalera. Llevaba una cartera en una mano y tiraba de la correa de un perro de la otra. Bonito chucho, aunque no tenía el aspecto de perro guardián. La cosa iba bien. Observó cómo subía por la calle, sola, sin el novio. Mejor. Ésta iba a ser la noche. Se iniciaba la secuencia. Encendió el motor, salió del aparcamiento y siguió por la calle detrás de ella.

Redujo la marcha al ver que se metía en un coche, un Ford grande, azul, y vio cómo arrancaba, con el perro asomando la cabeza por la ventanilla de atrás. Se preguntó adonde se dirigía: tal vez volvía al despacho, habría olvidado algo. ¿Con el perro? No. Pasaron por una calle cercana al despacho.