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Valencia soltó un chillido de bebé y cayó como un saco, de rodillas en el suelo. Había sido un golpe contundente. Alice se quedó un momento entre las dos, jadeando, esperando que sangraran lo suficiente. Todo había salido bien. Dos pájaros de un tiro. Parecería una pelea carcelaria en la que las reclusas se matan entre sí. Incluso pensó en el detalle de colocar el cuchillo en la mano de Leonia para asegurar la jugada. Tenía las pistas cubiertas. Las huellas coincidían. Los guardianes se mantendrían en silencio si no querían acusarse ellos mismos.

Esperó hasta comprobar que estaban muertas, salió del almacén y se metió de nuevo en su celda con ayuda de Dexter. Se desnudó en la oscuridad con el ruido de fondo de los ronquidos de su compañera de celda y se metió en silencio en la combada cama. Más tarde arreglaría cuentas con Shetrell; le haría una visita. Era demasiado arriesgado hacerlo entonces, además del cansancio que sentía. Hacía como que dormía cuando se dispararon las sirenas que indicaban que habían encontrado los cadáveres.

17

Surf estaba escondido junto a la puerta de la casa de Della Porta cuando Rosato salió como alma que lleva el diablo, con el perro pegando saltos en dirección hacia el Ford. ¡Maldición! Ella no había apagado la luz de arriba y por tanto Surf no se había percatado de que bajaba. Había perdido la oportunidad de atraparla en el vestíbulo. Rosato iba tan disparada que ni siquiera pudo correr tras ella. No se lo pondría fácil, pues seguro que empezaría a chillar.

Surf se apartó del árbol cuando el Ford salió a toda velocidad. Se fue hacia el TransAm y puso rápidamente el motor en marcha. De pronto se detuvo. «Un momento», pensó. ¿Qué ocurría? La mujer no parecía ir a la carrera cuando llegó a casa de Della Porta y en cambio había salido a toda prisa. ¿Por qué?

Aún con el motor en marcha, echó un vistazo al piso de Della Porta. Rosato había dejado la luz encendida. ¿Qué habría estado haciendo ahí arriba? ¿Por qué se había marchado de aquella forma?

Surf puso la marcha y se alejó de allí.

18

Bennie aparcó y quedó desconcertada ante el panorama que tenía delante. En plena noche y la cárcel bullía de actividad. Se veía luz por las rendijas de las ventanas y sonaban las sirenas de las torres de vigilancia. Vehículos de todo tipo bloqueaban la entrada: coches negros del Departamento de Prisiones, coches patrulla de la policía, furgonetas de los medios de comunicación con largos postes para la transmisión por ondas y tres camiones de bomberos. ¿Qué había ocurrido? ¿Una fuga? ¿Un incendio? Bennie se metió en el aparcamiento mientras Bear, alterado, iba de un lado para otro en el asiento de atrás.

– ¡Atrás! -le dijo un policía de Filadelfia, acercándose a su coche entre el ruido, blandiendo una linterna negra.

Bennie asomó la cabeza por la ventanilla.

– Tengo una dienta aquí. Debo entrar a verla. Los letrados en vísperas de juicio tienen veinticuatro horas de acceso.

– Esta noche no, señora.

– ¿Qué sucede? ¿Ha habido un incendio?

Una sensación de pánico se apoderó de su estómago. Pese a estar furiosa con Connolly, no deseaba que le ocurriera nada.

– ¡Le he dicho que salga, señora! -gritó el poli, pero Bennie paró junto a la puerta, puso el freno de mano y saltó del coche-. ¡Eh, espere! -gritó el hombre mientras ella corría hacia el barullo.

Tenía la respiración entrecortada y empezaba a tomar conciencia del miedo que la embargaba. No sabía por qué ni cómo, pero estaba asustada. Aquello podía estar en llamas: los vehículos de bomberos. O bien una pelea, un motín. Se abrió paso entre la multitud de agentes y periodistas y consiguió llegar a la puerta.

– ¡Alto ahí! -exclamó un guardián muy alto, que bloqueaba la entrada junto con otro uniformado de negro-. Esta noche aquí no entra nadie.

– Vengo a ver a mi cuenta, mi hermana gemela -soltó Bennie, sin reflexionar.

– Lo siento. Tenemos órdenes de no dejar entrar a nadie en el edificio. Ni siquiera a los familiares.

– ¿Cómo? ¿Por qué? Infórmeme de algo por lo menos. ¿Qué sucede? ¿Se ha producido un incendio, un motín?

– Un problema -respondió el guardián, mirando al otro.

– ¿Qué tipo de problema? Dígamelo, se lo ruego. ¡Por favor! ¿Acaso no está la prensa ahí? -dijo Bennie señalando los vehículos de los medios de comunicación, y el guardián cedió, algo reacio.

– Un apuñalamiento. Dos reclusas muertas.

– ¡No! -exclamó Bennie-. ¿Quiénes? ¿Sabe los nombres?

– ¿Verdad que no se ha notificado nada a las familias, Pete? -dijo el guardián mirando al otro, quien lo negó con la cabeza-. Hasta que no se haga, no podemos proporcionar ninguna información. Es el procedimiento habitual.

– Dígame sólo si ha muerto Alice Connolly.

– ¿Connolly? -El guardián movió la cabeza-. No hay constancia de ese nombre. Tranquila.

Sin embargo, la noticia le había caído encima como una bomba. No podía descifrar el dolor que sentía en las entrañas. Aquello tenía que haberla tranquilizado pero no era así. Un apuñalamiento. Todo le parecía sospechoso.

– ¿Quién ha muerto? Infórmeme, por favor.

– Es todo lo que podemos decirle. Si desea ver a su hermana gemela, vuelva por la mañana y hable con la dirección. Esto estará cerrado toda la noche. Por la mañana se abrirá como de costumbre.

Bennie se volvió sin responder. No era capaz de articular palabra. No veía nada. Por todas partes había focos de televisión, sirenas en marcha, periodistas corriendo, micrófono en mano. A Bennie se le revolvían las entrañas. Apenas podía respirar. Llegó hasta el borde de la aglomeración. Aspiró una bocanada de aire fresco y recuperó el ritmo.

Un doble asesinato la noche anterior al juicio de Connolly. Durante la misma noche en la que ella y Connolly habían estado hablando. ¡Santo cielo! Bennie forzó la vista para contemplar aquel centro de alta seguridad. Las luces rojas, blancas y azules centelleaban en la fachada como en un carnaval. LA OPORTUNIDAD DE CAMBIAR, podía leerse en calidoscópicos destellos, lo que recordó a Bennie el día en que conoció a Connolly.

Entonces tomó conciencia de algo. En lo más profundo de su ser la constatación fue tomando cuerpo, advirtiéndola y abarcándolo todo, más allá de la lógica y la racionalidad. Fueron sus huesos los que se lo transmitieron, al vibrar al ritmo de la información, y acto seguido el propio corazón se lo confirmó. Aquella noche Connolly había matado a alguien. Bennie habría puesto la mano en el fuego. Su cabeza funcionaba a cien por hora y de pronto se encontró bloqueada detrás de un equipo de televisión. Las blancas luces no paraban de centellear y Bennie se apartó del resplandor al tiempo que un cámara decía:

– A punto, Jim, cinco, cuatro, tres, dos, uno.

– Jim Carson en directo -se oyó la voz de un presentador-. Han sido identificadas las víctimas del mortal apuñalamiento ocurrido esta noche. Son Valencia Mendoza y Leonia Page. Las autoridades del centro están investigando cómo…

Valencia Mendoza. Valencia. Bennie no tuvo que seguir escuchando para tener una confirmación de lo que ya sabía. Connolly había matado a Valencia. Bennie había citado el nombre de Valencia y unas horas después la muchacha caía asesinada.

Bennie giró sobre sus talones mientras las luces de la televisión la cegaban y las sirenas retumbaban en su cerebro. Cruzó entre la multitud a toda velocidad manteniendo la cabeza baja para evitar que alguien la reconociera y se plantó ante la puerta principal, donde encontró a los mismos guardianes que la observaron con aire cansino.