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Malone consideraba innecesaria dicha precaución porque creía firmemente que Sharon no delataría a Brunner, pero había que tranquilizar a Shively para que éste no volviera a traer a colación la horrenda alternativa.

Mientras avanzaba mirando a ambos lados del camino en un intento de encontrar al viejo, Malone empezó a ensayar los argumentos que utilizaría con vistas a tranquilizar a Brunner y conseguir regresar con éste a Más a Tierra.

Además, estaba deseando contarle a Brunner los detalles del caso de Armand Peltzer, el ingeniero de Amberes, famoso en los anales de las auténticas huidas criminales por haber urdido uno de los más ingeniosos proyectos de la historia con vistas a la perpetración de un asesinato.

Para eliminar al marido de la mujer que amaba, Peltzer se sirvió de su hermano. Siguiendo las indicaciones de Peltzer, el hermano cambió de aspecto, atuendo e identidad, fingió ser otra persona, concertó con la futura víctima un encuentro de negocios y le asesinó.

Tras lo cual, el hermano se libró de su ficticia identidad. El crimen había sido cometido por una persona que no existía. La policía no podía buscar a nadie.

Precioso. Ascendiendo dificultosamente por la montaña, Malone iba pensando alborozado en este caso.

Pues, bien, el caso Peltzer sería el modelo del plan que había urdido en relación con Brunner. Le hablaría a Brunner del enigma de Leon Peltzer.

Le aconsejaría a Brunner que le dijera a su esposa que era sospechoso de haber cometido una estafa y tenía que ocultarse hasta que se apresara al verdadero culpable.

Era necesario que Brunner obtuviera la colaboración de su mujer. Después, adoptando un disfraz, sometiéndose incluso a una operación de cirugía estética, adoptando un nuevo nombre tal como había hecho el hermano de Peltzer, yéndose a vivir a otra casa e iniciando un nuevo tipo de negocios, Brunner podría permanecer tranquilamente en Los Angeles y seguir en contacto con su esposa.

Y un día, dentro de uno o dos años, una vez se hubiera olvidado por completo el asunto del secuestro de Sharon Fields, Brunner podría recuperar su antigua identidad.

Era absolutamente necesario que le expusiera a Brunner aquella idea. Sabía que lograría convencer a Brunner y tranquilizar a Shively y a Yost.

Tras resfrescar la memoria en relación con el caso Peltzer y elaborar la adaptación del mismo a las circunstancias de Brunner, Malone recuperó el buen humor. Entonces se percató de que había llegado a un lugar que le era conocido.

A su izquierda había un precipicio y a su derecha el bosquecillo en cuyo claro se encontraba oculto el cacharro.

Malone se detuvo para respirar un poco, confiando en que ya no estaría muy lejos de Brunner y le podría dar alcance en cuestión de minutos.

La confianza de Malone se basaba en que, a diferencia de lo que había ocurrido en el caso de Shively, a quien Brunner había esquivado, él sería bien recibido por parte del fugitivo.

Brunner sabía que Malone era su aliado y amigo y le constaba que siempre se había puesto de su parte. A punto de reanudar su camino, Malone experimentó una súbita punzada de preocupación.

Shively le había indicado que el cacharro se encontraba en su sitio y que Brunner no se había largado con él. Y, sin embargo, si la teoría de Malone no fallaba, Brunner se había ocultado algo más atrás, permitiendo que Shively pasara por su lado y comprobara que el vehículo estaba en su sitio, y esperando a que Shively se diera por vencido y regresara al refugio.

Si la teoría era cierta, tal vez Brunner, emprendiendo de nuevo su huida, hubiera llegado momentos antes hasta el lugar en que se encontraba el cacharro huyendo con éste.

En tal caso, resultaría imposible darle alcance yendo a pie, y Malone tendría que abandonar su búsqueda. Para asegurarse de que el cacharro estuviera todavía en su sitio, Malone dio la vuelta y se adentró en el bosquecillo de árboles y arbustos.

Una vez en él, avanzando entre el follaje, pudo ver claramente el achaparrado vehículo bajo su camuflaje de ramas en el mismo lugar en que Yost y Shively lo habían dejado. Malone iba a marcharse aliviado cuando algo le llamó la atención.

En cierta ocasión había estudiado las habilidades de los exploradores y rastreadores indios, y todavía recordaba aquello que siempre buscaban los perspicaces ojos de éstos.

Podía descubrirse si alguien había pasado por un lugar antes que tú, aunque no hubiera dejado huellas, si encontrabas alguna roca o piedra removida.

Si ésta llevara removida algún tiempo, el sol habría secado la humedad de su parte inferior.

Si la acababan de remover, no habría tiempo de que el sol la hubiera secado y la roca aparecería todavía húmeda. Y allí al otro lado, entre los arbustos, Malone pudo distinguir claramente varias piedras que habían sido removidas.

Estaban húmedas. Qué curioso, pensó Malone adentrándose en el bosquecillo. ¿Quién habría estado allí? Tal vez Shively buscando a Brunner. Tal vez el propio Brunner. O -se estremecía al pensarlo-otra persona, un desconocido, un intruso.

Malone se dirigió rápidamente hacia el lugar, cuya tierra había sido hollada recientemente.

Se arrodilló para tocar las húmedas piedras y, al hacerlo, sus ojos se posaron en un espectáculo inesperado.

Las suelas de unos zapatos. Avanzando a gatas y arañándose los brazos con las zarzas, Malone llegó hasta los zapatos, observó que estaban llenos y jadeó dando un respingo. Se puso en pie sin atreverse a mirar y, al final, se esforzó por hacerlo. Separó los arbustos y descubrió inmediatamente el cuerpo.

Era ni más ni menos que Leo Brunner, grotescamente tendido boca abajo sobre la tierra. Se observaba un horrible agujero en la espalda de su chaqueta, un agujero del que seguía brotando lentamente la sangre que ya formaba un oscuro círculo congelado alrededor de la herida mortal.

Malone avanzó tropezando como en sueños y se arrodilló para averiguar si su amigo estaba con vida. Giró la rígida cabeza hacia sí y vio los ojos ciegos con los globos levantados hacia arriba, la helada boca abierta y la inmovilidad de la muerte.

Malone dejó escapar un sollozo, retrocedió, se puso rápidamente en pie y abandonó a toda prisa el bosquecillo en dirección al claro. Leo Brunner había sido alcanzado a sangre fría por un disparo en la espalda, le habían matado, asesinado.

Temblando a pesar del calor, el primer instinto que afloró en Malone fue el de conservación, el de hacer lo que Brunner había intentado hacer, es decir, huir, escapar, dejar a sus espaldas para siempre aquella insensata escena. Pero le impidió hacerlo el recuerdo de Sharon a la que había dejado encerrada bajo llave en su dormitorio del refugio, el recuerdo de sus húmedos labios y de su absoluta confianza en él.

Aquella muchacha a la que amaba tomo jamás había amado a ninguna, había depositado su supervivencia enteramente en sus manos, y él había jurado protegerla y encargarse de que fuera puesta sana y salva en libertad. Pensó en ella, sola en el refugio con el monstruo.

Dirigió una vez más la mirada hacia cl bosquecillo y se estremeció. Aquella pesadilla era auténtica y él la estaba viviendo.

Pero tal vez lograra alejarla. Aunque estaba aturdido y sabía que era un cobarde, no tenía más remedio que regresar a Más a Tierra.

Dio la espalda al camino, que conducía a Arlington y a la civilización y volvió lentamente sobre sus pasos emprendiendo con piernas temblorosas el regreso al escondite.

Dado que la oficina del “sheriff” del condado de Riverside tenía jurisdicción sobre la zona de las Gavilán Hills, y dado que muchos de sus patrulleros estaban familiarizados con la zona montañosa que rodeaba la presa Mockingbird y el lago Mathews, el capitán Culpepper accedió a que el “sheriff” Varney, de Riverside, se encargara de llevar a la práctica lo que ahora se le antojaba la última esperanza de hallar con vida a la víctima del secuestro.

Poniendo inmediatamente manos a la obra, el “sheriff” Varney reunió gran número de coches patrullas y ordenó que acudieran a Arlington, a la mayor brevedad posible, todos los vehículos de reserva que pudieran encontrarse.