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Por consiguiente, decídete pronto si no quieres que tus restos se esparzan por toda esta habitación. Pórtate bien y no me des la lata si no quieres acabar igual que ella. -Miró despectivamente el brazo que Malone mantenía extendido y le ordenó-: Baja el brazo.

Malone notó la presión del arma contra sus costillas y bajó lentamente el brazo.

– Así está mejor, muchacho. Yo sé que puedes ser muy listo cuando el caso lo requiere.

Shively se adelantó unos pasos y después se detuvo. La expresión de crueldad de su rostro se desvaneció por unos momentos.

– Mira, muchacho, en momentos así no queda sitio para el sentimentalismo. Quien cuenta eres tú. El ejército me lo enseñó en el Vietnam y jamás he olvidado la lección.

Ahora yo entro allí y tú procura no pensar en ello. Vuelvo en seguida. Terminaré en menos de un segundo.

Ella ni siquiera se dará cuenta. Una bala y quedaremos libres.

Después la enterraremos, limpiaremos la casa, lo eliminaremos todo, incluidas las huellas digitales, nos dirigiremos al cacharro, nos largaremos de aquí y habrán terminado las vacaciones.

– Shiv, es una terrible equivocación. Por favor, no.

– Déjame hacer las cosas a mi modo. Tú no tienes nada que ver con eso. Te lo digo para que no sientas remordimiento. Del trabajo sucio me encargaré yo. ¿Por qué no vas a prepararte un buen trago?

Tras lo cual, Shively se volvió para dirigirse al corredor que conducía al dormitorio.

Malone se quedó clavado e inmovilizado donde estaba, como si, una vez más, se encontrara atrapado y perdido en las redes de un sueño.

Sharon Fields había estado viendo en la pantalla del televisor portátil -con el volumen muy bajo-el enjambre de policías uniformados del Topanga Canyon, había visto el traslado del cuerpo de Yost a la ambulancia y la desintegración de su última esperanza.

Era como si se encontrara junto a su propia tumba contemplando cómo bajaban su propio cadáver. Angustiada ante el inesperado sesgo que habían tomado los acontecimientos, estaba demasiado aturdida para poder imaginarse lo que había ocurrido.

Pero de una cosa estaba segura.

Félix y Nellie no podían haberla traicionado poniendo en peligro su vida y sacrificándola a aquel insensato y fallido intento de apresar vivo a uno de sus secuestradores.

Hubiera querido que Félix y Nellie recabaran la ayuda de la policía, claro, pero hubiera deseado que lo hicieran de una forma discreta e invisible para proteger su vida mientras no la encontraran.

Pero la policía había fracasado. Y todo el mundo lo sabía. Pensó en los tres supervivientes que había en las otras habitaciones de la casa. ¿Qué estarían haciendo? ¿Se habrían enterado? Mantenía una vez más la incrédula mirada pegada a la pantalla de televisión.

Mientras se esforzaba por escuchar los apenas audibles comentarios, en un intento de aferrarse a algo que pudiera resucitar su esperanza librándola de la sensación de sentencia inminente que estaba experimentando, escuchó un segundo sonido que poco a poco sustituyó al de la televisión y la distrajo.

Se esforzó por averiguar el origen del segundo sonido y lo descubrió intuitivamente. Alguien se estaba acercando a su puerta.

Las pisadas se iban acercando y resultaban tan siniestras y aterradoras como la primera noche en que las había oído antes de ser violada. Extendió la mano hacia el botón del aparato. Lo giró rápidamente a la izquierda y se borró la imagen de la pantalla.

Estaban abriendo la puerta y corriendo el pestillo. Indiferencia, indiferencia, como si no supiera nada de lo ocurrido.

Fue a sentarse rápidamente en la silla del tocador, buscó un cosmético cualquiera, encontró la barra de carmín y se la acercó temblorosa a los labios Se abrió la puerta y ella se volvió sonriendo con fingida sorpresa.

Shively estaba cruzando la estancia, y en aquellos momentos su asombro fue sincero y se mezcló con un temor que se esforzó por disimular, ya que, por primera vez, Shively no se había molestado en cerrar la puerta.

– Vaya, me estaba preguntando cuándo volverías -le dijo levantándose de la silla para saludarle, él se le estaba acercando sonriendo misteriosamente, con una mano metida en el bolsillo derecho del pantalón.

– Estás muy guapa, encanto -le dijo-. casi me había olvidado de lo guapa que eras.

Ella esperó pensando que iba a estrecharla entre sus brazos pero le vio detenerse a cosa de un metro y medio de distancia.

– ¿Es que ni siquiera vas a besarme? -le preguntó.

– Te tengo preparada otra cosa -contestó él sin dejar de sonreír.

– ¿De veras? -le preguntó ella aparentando coquetería-. ¿Podré adivinarlo?

– No sé. Tal vez sí. -La miró de arriba abajo-. Bueno, ya ha llegado el gran día. Voy a echarte de menos.

Ella se esforzó por averiguar si hablaba con sinceridad.

– Gracias. Y yo a ti también. -Vaciló-. Ya conoces la frase partir es morir un poco.

– Sí -dijo él mirándole la blusa con los ojos contraídos-. Lástima que todo haya terminado. -Hizo un gesto con la mano libre-. Estos pechos, no creo que vuelva a ver jamás otros iguales.

– En estos momentos son para ti si los quieres.

– Quítate la blusa, nena.

– Pues, claro.

Presa de la confusión, Sharon se desabrochó la blusa y se la quitó. Arrojándola al suelo, hizo ademán de desabrocharse el sujetador.

– ¿Cómo es posible que lleves eso?

– Me estaba vistiendo para mi regreso a casa, él la contempló en silencio mientras se quitaba el sujetador y lo dejaba caer al suelo.

Después la vio erguirse y echar los hombros hacia atrás, permitiéndole posar los ojos en sus blancos pechos y en los generosos pezones pardo rojizos.

Sharon observó que se le movían los finos labios y le preguntó inmediatamente:

– ¿Quieres que me lo quite todo? ¿Quieres que nos hagamos el amor?

La estaba mirando con ojos brillantes y su sonrisa se había trocado en una mueca.

– Me gustaría mucho, nena, pero ya no disponemos de tiempo. -Fijó la mirada en sus pechos desnudos-. Sólo quería echarles un último vistazo antes de irnos.

– ¿Acaso habéis cobrado ya el rescate? -le preguntó ella desconcertada-. ¿Vamos a irnos ahora?.

– No vamos a irnos. Voy a irme yo. Tú te quedas. -Su sonrisa había desaparecido-. Sabes que no hemos cobrado el rescate. Sabes que no tenemos nada. Sabes que mi compañero ha muerto. Sabes que tu gente nos ha traicionado, ha intentado engañarnos y no ha cumplido la parte del trato que le correspondía.

– No lo creo -dijo ella jadeando y acercándose las manos al pecho-. ¿Cómo podría saberlo?

– Lo “sabes” pequeña perra. -Shively se desplazó de lado y apoyó la palma de la mano sobre el televisor-. Aún está caliente. Sabes todo lo que ha ocurrido. Y también sabes por qué estoy aquí.

– Yo no -empezó a decir ella retrocediendo.

– El trato era el dinero o tu vida -le dijo Shively lentamente-. No hay dinero, pues, muy bien, no hay vida.

– ¿Qué estás diciendo? -empezó a decirle ella tartamudeando aterrorizada.

– Estoy diciendo que ojo por ojo. Justicia estoy diciendo. Por culpa tuya ha muerto Brunner. El viejo ha muerto.

Por culpa de los hijos de puta ricachones que trabajan para ti, Yost -sí, así se llamaba-, Yost ha muerto. Por consiguiente, sólo queda una persona que puede delatarnos y señalarnos con el dedo.

– No, te juro que no, yo no lo haré, te lo prometo, te lo juro. -dijo ella retrocediendo hacia la pared.

– No te esfuerces, -le dijo él despiadadamente-. Sabes que nos odias. Sabes que darías cualquier cosa con tal de echarnos el guante. Pero no te lo vamos a permitir, ¿comprendes?

Petrificada y sin poder hablar observó cómo extraía la mano del bolsillo. La mano que empuñaba un arma.

Levantando el arma en dirección a ella y acercando el índice al gatillo le dijo: