Выбрать главу

– ¿Qué pasa? ¿Qué pone ahí?-dice Ginés suplicante, casi lloroso, al ver que Eva empieza a rodear el coche, sin soltar la cuartilla, hasta llegar junto a la puerta del conductor.

Eva mira a través de la ventanilla, en la parte más baja de ésta, haciendo pantalla con ambas manos para evitar los reflejos de la luz del sol. Pero al parecer no ha conseguido ver lo que buscaba, porque ahora abre la puerta -que en este caso se abre sin dificultad-y mira directamente en el interior. Su rostro refleja por un instante una expresión de triunfo, pero luego tuerce el gesto y cierra la puerta bruscamente, tapándose la boca y la nariz con ambas manos.

– ¿Sabes por qué éste no se ha esfumado?-dice rodeando de nuevo el coche, ahora sin prisas, y enarbolando la hoja de papel retadoramente-. Iba a la fiesta, tenía preparado un discurso, se lo estaba estudiando… iba a la fiesta «puntualmente» pero se estrelló, el muy idiota, por el camino. Iría leyendo, repasando…

– No… puntual no… saldría muy tarde… el apagón.

– No se mató en el apagón: se mató antes, unas horas antes. Por eso no ha desaparecido. Es la primera persona que vemos que murió antes del apagón… estamos en un jodido mundo de muertos… se ve que los muertos no desaparecen.

– Eso no puede ser… ¿Y cómo lo sabes? ¿Cómo sabes cuándo…?

– Llevaba las luces apagadas, Ginés. Nadie va a la una de la noche con las luces apagadas… no en medio de la carretera, en una zona despoblada…

– Las luces… apagadas… y… ¿Y por qué lo hemos encontrado? ¿Por qué precisamente hemos tenido que ir a pasar…?

– ¿Qué pasa? ¿Estabas mejor creyendo en tu dios particular… en tu todopoderoso ángel exterminador…?

– ¡Responde a lo que te he dicho!

– Lo hemos encontrado porque debe de vivir por aquí, en uno de estos pueblos… estas urbanizaciones que hay por aquí… Es lógico, iba para allá, al refugio, estaba a punto de coger la carretera por donde hemos venido nosotros. Es el camino más corto.

– Pero… esto es una broma…

– ¿Una broma?

Eva empieza a reírse. Se ha detenido de camino a Ginés, junto a uno de los faros del coche, y ha empezado a reírse, primero discretamente, tapándose la boca, con cierta ironía, y luego cada vez de forma más ruidosa, más espontánea, hasta que la risa se ha hecho incontenible, jocunda, casi grosera.

– ¿Así que éste era vuestro temible Profeta?-dice Eva con la voz deformada por la risa, conteniéndola en parte por el esfuerzo de articular las palabras-. ¿Éste era el temible personaje que había adquirido un… un poder sobrehumano? ¡Vamos hombre! Un tipo que lleva un coche de hace veinte años, un coche de seiscientos euros… un tipo que va con calcetines blancos y con esa mierda de… un tipo que escribe esto…

– ¡Está muerto… deberías respetar…!

– ¡Pero si es verdad!-replica Eva, pasando de la risa a la rabia-. Era un tontito, un taradito… y por temor a este tío os habéis amargado la vida… por temor a este… pobre infeliz… Por temor a este tío ayer… no… no me quisiste hacer el amor… ¡hacer el amor! ¡ El único acto de amor que…! Pero ahora ya no, ahora te vas a joder…

– ¡Basta, por favor! No… no puede ser… ¿Y cómo es que nadie lo vio? Eso: ¿cómo es que nadie fue a socorrerlo hasta… hasta la hora del apagón?

– ¡Y yo qué sé! Porque no lo verían. Nosotros lo hemos visto porque le daba el sol. ¿Tanto te cuesta admitir la verdad… admitir que el terrible Profeta no era más que un… un colgado de mierda…?

– ¡Por favor, Eva!

– ¡Pero si es verdad! ¿Quieres ver lo que pone? ¿Quieres que te lo lea?

Eva extiende la hoja, que había arrugado parcialmente, y se dispone a leerla; pero el sol da directamente en la hoja y le deslumbra, y le obliga a girar sobre sí misma hasta darle sombra con su propio cuerpo.

– «Inolvidables amigos: cuando llega un momento de tu vida que… que las cosas…», ¡su padre qué mal escrito está!-dice Eva interrumpiendo la lectura para mirar fugazmente a Ginés-. Cuesta leerlo de lo mal redactado que está, «…que las cosas han cambiado para uno, y se da cuenta de los errores que ha cometido, aunque no siempre por mi culpa, porque quizás unos padres demasiado protectores también tienen alguna culpa, y el ambiente religioso en que me educaron, que ya no se lleva con nuestros tiempos, produjeron un joven INCAPAZ DE MANIFESTAR SUS SENTIMIENTOS…», lo pone en mayúsculas, el tío, «… y al que una broma normal hecha sin mala intención podía hacerle mucho daño…». ¡Olé! ¿Para qué poner comas?…Bla bla bla, bla bla bla, sigue así un buen rato… ah, sí, aquí: «… pero creo que ha llegado el momento de perdonar, perdonar a los que yo creía que me odiaban aunque en verdad…», bla bla bla, «… y por eso decidí organizar esta fiesta, para que conozcáis al nuevo Andrés, y también alegremente…», ¡olé!,«… para que veáis que recuerdo un montón de cosas que nos pasaron, porque aunque tuve algunos disgustos la verdad es que los mejores momentos de mi juventud los pasé con vosotros…». Es igual, es lamentable… Pero lo mejor es lo del finaclass="underline" «… he conocido a una persona que me ha hecho ver las cosas diferentes, bueno, no la he conocido ahora, en realidad ya hace años que la conozco, porque es una vecina, y siempre nos habíamos saludado, pero ahora al fin me ha dado a entender, con palabras y con actos que yo creo que sólo pueden significar una cosa, y es que yo le importo algo, porque incluso hemos quedado para ir al cine dentro de unos días. Se trata de una persona atractiva, y muy sexi…», ¡de verdad, lo escribe así, es increíble!, «… y aunque aún no hemos llegado a ningún contacto…», bueno…

Eva se ha callado de golpe al levantar la vista del texto y mirar a Ginés. La sonrisa irónica y resabiada se ha borrado de su rostro a toda velocidad, como vuelve la forma a una almohada que estaba siendo apretada, como si los secretos hilos que tiraban de sus facciones y las contraían hubieran sido cortados de golpe, simultáneamente, y la piel tardara unos segundos en recuperar su posición de reposo. Ginés ya no está allí. Ella se ha vuelto a mirarle unas cuantas veces mientras leía, la penúltima hace unos pocos segundos, mientras se refería a la palabra «sexi», pero todavía ha leído una frase más, y la última mirada se ha encontrado con el vacío, con el paisaje, en el espacio que antes ocupaba Ginés.

Ahora es Eva la que niega, primero con la cabeza y después con la voz, con una voz que se convierte en un gemido angustioso, lloriqueante. Todavía tiene una última reacción, una loca esperanza, y rodea el coche frenéticamente, e incluso mira debajo de éste. Pero no hay lugar para la esperanza: el paraje, aunque angosto, es descampado, sin árboles, y nadie es capaz de recorrer cien metros de subida en tres segundos.

Eva sigue un rato caminando alrededor del coche, erráticamente, empujada tan sólo por la inercia de sus piernas.

– ¡No, no, por favor, ahora no!-dice con voz llorosa-. ¡No me hagas esto! ¡Yo te quería! ¡Te quería! Te habría perdonado, es que estaba… es que estaba enfadada… ¡No, no me hagas esto!

Eva se detiene y se tapa la cara con las manos. Está un momento en silencio, en esa posición, y de pronto lanza un grito horrísono y prolongado, uno de esos gritos que nacen como un gemido que va creciendo y acaban estrangulados por su propia intensidad animal, dejando la garganta ronca y dolorida.

El grito cesa. No hay eco en el paisaje abierto, tapizado de pequeños arbustos. En un segundo ha renacido el silencio, el silencio opaco y persistente de la naturaleza inhabitada. Eva aparta las manos lentamente, y se queda unos instantes inmóvil, con la mirada fija y vidriosa. A su lado, el coche reposa serenamente como si nada hubiese ocurrido, iluminado por la alegre luz matinal, con su rígido ocupante sereno e indiferente, ajeno a todo lo sucedido.