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– La fluidez verbal es una cualidad esencialmente femenina-replica Ibáñez-. Ocupáis un estrato de la actividad neuronal que… es como un piloto automático, una actividad que no impide…

– ¡Eh!-replica Amparo-, que las mujeres somos iguales que los hombres, ¿vale? Lo dicen los del gobierno.

– Iguales no: superiores, sin duda alguna. En un mundo en el que no se necesita cazar ni aporrear a los enemigos… la capacidad operativa de la mujer…

– ¡Qué sabes tú de mujeres!

Ibáñez replica pausadamente, sin ofenderse; da la impresión de que Amparo y él están desarrollando una dialéctica largas veces repetida.

– Tengo el conocimiento que me da la distancia, el mantenerme al margen y observar a las mujeres…

– Ya, como un baboso… «faldas escocesas». ¡Habráse visto… a los cincuenta años!

– Cuarenta y nueve, si no te importa. De todas formas… como dijo el filósofo: nunca es tarde si la picha es buena.

Nieves y Amparo interrumpen, ahora sí, el trabajo, y se ríen de verdad, con verdaderas ganas, y los frágiles platos de plástico que sostienen en las manos se agitan al ritmo de sus carcajadas, amenazando con volcar su carga.

– Es curioso…-dice Ibáñez, que ha observado con flemática dignidad la reacción que produjo su chiste-, no hace ni una hora que estamos juntos, después de tantos años, y ya estamos repitiendo los roles, los papeles que nos adjudicamos hace un cuarto de siglo, probablemente en el primer cuarto de hora, en el primer minuto de conocernos.

– Eso es verdad… sólo hasta cierto punto-dice Nieves-. Y si no a ver: cuando íbamos con la pandilla, ¿quiénes eran los que llegaban siempre antes que nadie, allí en el casino, cuando quedábamos por la tarde…?

– Ginés y Hugo-responde Amparo sin vacilar-, preparándonos el programa para la noche.

– Exacto-dice Nieves-. Y ahora, ¿quién está aquí preparando la fiesta, esperando que lleguen los demás? Pues los tres «separatas».

– Soltero y sin compromiso-puntualiza Ibáñez-, soy el único que se ha mantenido fiel al celibato.

– Perdona… es verdad-dice Nieves-, ya te metía en el mismo saco…

– Es verdad-dice Amparo en actitud reflexiva-, ninguno de los emparejados se ha presentado todavía.

– Pero… eso son circunstancias coyunturales-protesta Ibáñez-, son cosas que afectan a la proyección social del individuo, pero… en lo esencial, ante las grandes cuestiones, estamos siempre solos; y en cuanto a la personalidad… la personalidad se forma en la primera infancia, y con la herencia genética, por supuesto; a partir de ahí ya está todo decidido. Ya estás diseñado para el resto de tu vida.

– Cada cual cuenta la feria según le va-dice Nieves-. ¿Tú crees que una experiencia muy fuerte, una desgracia o algo así, no cambia la manera de pensar de una persona?

– La manera de pensar sí, la visión que tienes del mundo; pero los impulsos que te mueven…

– Pues yo te puedo asegurar que ahora soy mucho menos ingenua que antes-dice Amparo-. ¡Vamos! Ningún desgraciado volverá a joderme la vida. Eso lo saben los chinos.

– A propósito de joder la vida…-dice Ibáñez-. El Profeta…

– Andrés-corrige Nieves.

– Andrés tampoco ha llegado. Será que está casado y con un montón de hijos.

– Yo no creo que venga-dice Amparo.

– Nuestro amigo Andrés vendrá-dice Nieves, súbitamente seria, remarcando cada palabra-, me prometió que vendría y sé que cumplirá su palabra. Cada cual que haga lo que quiera, pero yo pienso aprovechar para pedirle perdón.

– Eso ya lo podrías haber hecho por teléfono-dice Ibáñez.

– No he hablado con él por teléfono.

– ¿Entonces cómo…?

– No conseguí pillarlo en casa, pero… en el contestador daba una dirección electrónica; todo lo que he hablado con él ha sido vía ordenador.

– ¿Y no sabes nada… nada de él? ¿No sabes cómo está, ni en qué trabaja, ni…?

– No. No sé nada de eso. Sé que vendrá, y algo me dice que nos quiere demostrar que nos perdona, que… que no nos guarda rencor.

– ¡Pobre chico!-dice Amparo-. Me encantaría que le hubiese ido bien y que…

– Vendrá, vendrá-dice Ibáñez con entonación jesuítica, convencionalmente sacerdotal-y nos traerá un obsequio, unas yemitas de Santa Teresa… convenientemente espolvoreadas con cianuro.

– Eso es lo que no me gusta de ti-dice Nieves-, que no seas capaz de hablar en serio; nunca; ni de las cosas más…

– ¿Sagradas?-propone Ibáñez aprovechando la indecisión léxica de Nieves-. Tratándose del Profeta…

– ¡Muy gracioso!

– ¡Ay, vale ya!-ataja Amparo con voz estridente-. ¡Si os vais a poner a discutir yo me largo! No quiero discutir más, nunca más, en la vida… ni tampoco aguantar discusiones ajenas.

– ¡Claro que sí!-dice Ibáñez-. Es lo que nos hacía falta: alguien con voz de mando. De verdad, lo digo en serio; un poco de disciplina castrense nos vendrá…

– Anda-le interrumpe Nieves-, vuelve a poner el disco… qué esta sala tan grande, así, sin música… Ya acabaremos nosotras con esto.

Ibáñez deja inmediatamente el plato encima de la mesa, y arranca en dirección al equipo de música; pero a los dos o tres pasos se detiene y dice:

– ¿De verdad queréis oírlo otra vez?… A mí ya me empalaga un poco tanta nostalgia. Y que conste que me gustó, ¿eh?, me gustó escuchar de nuevo todas esas canciones… después de tantos años, pero… montar una fiesta con un solo disco…

– Ya te dije que Maribel y Rafa quedaron en traer la música.

– ¡Cielos!-dice Ibáñez exagerando el acto de tragar saliva-, ¿precisamente ellos? En el último cuarto de siglo se ha consolidado la democracia, ha aparecido masivamente la inmigración, el cambio climático, el calentamiento global, ha caído el muro de Berlín, cambiando radicalmente la política de bloques… pero dudo que nuestra feliz pareja haya mejorado sus gustos musicales, o estéticos en general.

– No le hagas caso, Nieves-dice Amparo-, fue una gran idea, lo del disco; es un regalo precioso, a mí me emocionó. ¡Y lo que te debe de haber costado…!

– Lo que valen los ocho cedés. La música me la bajé…

– Eso ya lo sé, mujer-dice Amparo-, me refería al trabajo de buscar, y lo de la foto y… y además que te acordaras de todos, de lo que le gustaba a cada uno.

– La verdad es que en algún caso no me acordaba, no estaba segura: con Hugo, por ejemplo… me quedé en blanco, me salía lo de Ginés, lo de Pink Floyd. Pero se lo…

Nieves vacila un momento antes de continuar

– … quiero decir… que investigué por ahí, y al final lo saqué. Da igual-dice a continuación dirigiéndose a Ibáñez-, no pongas el disco si no quieres. La verdad es que i después tendremos que escucharlo unas cuantas veces más, «liando estén todos.

– Entonces, ¿qué hago? Supongo que vuestro conceplo stajanovista del trabajo me impedirá dedicarme a la simple meditación. Está visto que queréis convertir esta fiesta, lodo el refugio, en una especie de koljós en el que se trabaja de sol a sol para el politburó de la nostalgia.

– Sal un momento al patio, a ver si se ha abierto algún claro…

– Eso-dice Amparo-, tráenos el parte meteorológico.

– A mí me da miedo-dice Nieves-salir ahí fuera sola con lo oscuro que está… cuando era joven tenía menos miedo.

Nieves ha hablado dirigiéndose a Amparo, en tono confidencial, pero no tan bajo que no le haya oído Ibáñez.

– No os preocupéis-dice éste a punto de franquear la puerta-, en ausencia de los machos reproductores, bien puedo hacer yo de macho alfa, y salir a la selva a enfrentarme a pecho descubierto con los animales salvajes.

Tragado por la puerta y por la oscuridad, Ibáñez desaparece de la vista de las mujeres. Amparo, de espaldas a él, no parece haber prestado la menor atención a sus palabras.