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La Universidad de Edimburgo, el contratista primario, subcontrató la selección de la tripulación al Instituto para Estudios Sociales. Tras descartar a todos los voluntarios que no reunían los requisitos indispensables de edad, salud, mentalidad, formación o carácter, el Instituto se encontró con que tenía nueve mil candidatos potenciales, todos ellos sanos en cuerpo y mente y con al menos una de las especializaciones necesarias requeridas. Se esperaba que el Instituto proporcionara varias tripulaciones de cuatro parejas aceptables.

No pudo hallarse ni una sola de esas tripulaciones. Las especialidades más importantes requeridas eran astrogación, medicina, mecánica, cocina, pilotaje de naves, semántica, ingeniería química, ingeniería electrónica, física, geología, bioquímica, biología, ingeniería atómica, fotografía, cultivos hidropónicos, ingeniería de cohetes. Cada miembro de la tripulación tenía que poseer más de una especialización, o ser capaz de adquirirla en el tiempo necesario. Había centenares de combinaciones posibles de ocho personas en posesión de tales especializaciones; al fin salieron tres combinaciones de cuatro parejas casadas que las poseían…, pero en los tres casos los especialistas en dinámica de grupo que evaluaban los factores temperamentales en busca de compatibilidad se llevaron las manos a la cabeza, llenos de horror.

El contratista primario sugirió bajar el listón de la importancia de la puntuación relativa a la compatibilidad; el Instituto ofreció rígidamente devolver el dólar de su simbólica retribución. Mientras tanto, un programador de ordenadores cuyo nombre no ha quedado registrado hizo que las máquinas buscaran tripulaciones alternativas que pudieran formar tres parejas. Halló varias docenas de combinaciones compatibles, cada una definida por sus propias características, que debían ser completadas por la pareja. Mientras tanto, las máquinas siguieron revisando las variaciones de datos producidas por defunciones, retiradas, nuevos voluntarios, etc.

El capitán Michael Brant, adscrito al Ejército, comandante de la reserva, piloto —licencia ilimitada—, y veterano de treinta vuelos a la Luna, tenía al parecer un hurón en el Instituto, alguien que le buscaba nombres de mujeres voluntarias solteras susceptibles de completar —con él— una tripulación, y luego emparejaba su nombre con el de ellas y traspasaba el problema a las máquinas para que determinasen si la combinación era o no aceptable. Eso dio como resultado un viaje en reactor a Australia para proponerle matrimonio a la doctora Winifred Coburn, una solterona especialista en semántica, con cara de caballo y nueve años mayor que él. Los archivos de Carlsbad la presentan con una expresión de relajado buen humor, pero, excepto eso, como una persona por completo carente de atractivo.

O quizá Brant actuó sin información interior, impulsado simplemente por ese rasgo de audacia intuitiva necesario para dirigir una exploración. Sea como fuese las luces parpadearon, las tarjetas perforadas brotaron, y así se halló finalmente una tripulación para la Envoy:

El capitán Michael Brant, comandante de la expedición y piloto, astrogador, cocinero suplente, fotógrafo suplente, ingeniero de cohetes.

La doctora Winifred Coburn de Brant, cuarenta y un años, especialista en semántica, enfermera titulada, oficial de intendencia, historiadora.

El señor Francis X. Seeney, veintiocho años, segundo comandante, segundo piloto, astrogador, astrofísico, fotógrafo.

La doctora Olga Kovalic de Seeney, veintinueve años, cocinera, bioquímica, especialista en hidropónica.

El doctor Ward Smith, cuarenta y cinco años, médico y cirujano, biólogo.

La doctora Mary Jane Lyle de Smith, veintiséis años, ingeniera atómica, técnica en electrónica y energía.

El señor Sergei Rimsky, treinta y cinco años, ingeniero electrónico, ingeniero químico, mecánico no diplomado y encargado de instrumentos, criólogo.

La señora Eleonora Álvarez de Rimsky, treinta y dos años, especialista en geología, selenología e hidropónica.

La tripulación poseía todas las especializaciones requeridas, aunque en algunos casos las especializaciones secundarias habían sido adquiridas a través de un entrenamiento intensivo durante las semanas que precedieron al lanzamiento. Y, lo que era más importante, el carácter de todos sus miembros resultaba mutuamente compatible.

Demasiado compatible, quizá.

La Envoy partió sin ningún problema, según lo previsto. Durante la primera parte del viaje sus informes diarios pudieron ser captados por los radioyentes particulares; a medida que se fue alejando y se debilitaron las señales, los satélites de comunicaciones se encargaron de retransmitirlas a la Tierra. La tripulación parecía hallarse en perfectas condiciones físicas, y enteramente feliz. Lo peor con lo que tuvo que enfrentarse la doctora Smith fue una infección de tiña. La tripulación se adaptó bien a la ingravidez y, tras los primeros ocho días, ni siquiera necesitaron tomar pastillas contra el mareo. Si el capitán Brant tuvo algún problema de tipo disciplinario, no informó de él a la Tierra.

La Envoy entró en una órbita de aparcamiento justo dentro de la órbita de Fobos, y pasó dos semanas dedicada a la exploración fotográfica. Luego, el capitán Brant anunció por radio: «Intentaremos el amartizaje mañana a las doce horas, HMG, al sur del Lacus Soli».

Después de éste no se recibió ningún mensaje más.

2

Transcurrió un cuarto de siglo de la Tierra antes de que Marte volviera a ser visitado por seres humanos. Seis años después que la Envoy quedara en silencio, la sonda teledirigida Zombie, patrocinada conjuntamente por la Geographic Society y la Société Astronautique Internationale, cruzó el vacío, se estableció en órbita en torno del planeta durante el período de espera, y luego regresó. Las fotografías tomadas por el vehículo robot mostraron un terreno desprovisto de atractivos según los estándares humanos; sus instrumentos de grabación confirmaron lo tenue y poco conveniente que era la atmósfera de la zona para la vida humana.

Pero las imágenes que proporcionó la Zombie demostraron también claramente que los «canales» eran obras de ingeniería de algún tipo, y otros detalles fueron interpretados como ruinas de ciudades. De no haber estallado la Tercera Guerra Mundial, sin duda se hubiera organizado sin más demora una expedición tripulada a gran escala.

Pero la guerra y el consiguiente retraso dieron al fin como resultado una expedición mucho mejor preparada y más segura que la de la perdida Envoy. La nave Champion de la Federación, con una tripulación totalmente masculina de dieciocho astronautas experimentados y un número mayor de colonos, también masculinos, cubrió la distancia en sólo diecinueve días gracias al impulsor Lyle. La Champion amartizó al sur del Lacus Soli, puesto que el capitán Van Tromp tenía intención de buscar la Envoy. La segunda expedición informó diariamente a la Tierra por radio, pero tres de esos informes fueron del mayor interés científico.

El primero decía: «Nave espacial Envoy localizada. No hay supervivientes».

El segundo y más sensacional afirmaba: «Marte está habitado».

El tercero indicaba: «Corrección al despacho 23-105: localizado un superviviente de la Envoy».

3

El capitán Willem van Tromp era una persona humanitaria y con muy buen sentido. En su viaje de vuelta, antes de aterrizar, radió:

—Mi pasajero no debe, repito, no debe ser sometido a la tensión de ninguna recepción pública. Preparen una lanzadera de baja gravedad, una camilla y un servicio de ambulancia, y una guardia armada.