—Ah, pase, sargento. Estaba hablando de usted.
—Bothari —jadeó ella.
La alta figura y el familiar rostro de borsoi del soldado de Vorkosigan agachó la cabeza para poder pasar por la puerta. ¿Cómo, cómo podía él haber detectado su pesadilla personal? Un caleidoscopio de imágenes atravesó su memoria: un bosque oscuro, el chasquido de los disruptores, los rostros de los muertos y los medio muertos, una forma acechante como la sombra de la muerte.
Se concentró en su realidad actual. ¿La reconocería él? Sus ojos no la habían tocado todavía: estaban fijos en Vorrutyer. Demasiado juntos, aquellos ojos, y ni siquiera al mismo nivel. Daban a su rostro un inusitado grado de asimetría que aumentaba su notable fealdad.
La imaginación desbocada de Cordelia se fijó en su cuerpo. Era de algún modo un error, encogido en su uniforme negro, no como la recta figura que había visto por última vez exigiéndole un puesto de honor a Vorkosigan. Algo iba mal, terriblemente mal. Una cabeza más alto que Vorrutyer, sin embargo parecía casi arrastrarse ante su amo. Tenía la espalda torcida de tensión mientras miraba a su… ¿su torturador? ¿Qué haría un violador mental como Vorrutyer con el material presentado por Bothari?, se preguntó ella. Dios, Vorrutyer, ¿te imaginas, en tu retorcimiento amoral, en tu monstruosa vanidad, que controlas a este elemental? ¿Y te atreves a jugar con esa locura que acecha en sus ojos? Los pensamientos de Cordelia iban al compás de su pulso desbocado. Hay dos víctimas en esta habitación. Hay dos víctimas en esta habitación. Hay dos…
—Aquí tiene, sargento. —Vorrutyer señaló por encima de su hombro a Cordelia, tendida sobre la cama—. Vióleme a esta mujer.
Acercó una silla y se dispuso a observar, de cerca y con alegría.
—Vamos, vamos.
Bothari, el rostro tan ilegible como siempre, se desabrochó los pantalones y se acercó al pie de la cama. La miró por primera vez.
—¿Alguna palabra más, «capitana» Naismith? —preguntó Vorrutyer sarcástico—. ¿O por fin se ha quedado sin habla?
Ella miró a Bothari, sacudida por una piedad casi amorosa. Él parecía casi en trance, lujuria sin placer, expectación sin esperanza. Pobre diablo, pensó Cordelia, qué han hecho contigo. Sin deseos de continuar la pugna verbal, rebuscó en su corazón palabras no para Vorrutyer, sino para Bothari. Algunas palabras de consuelo, no aumentaré su locura… El aire de la habitación parecía frío y pegajoso, y ella tiritó, sintiéndose completamente agotada, sin resistencia, triste. Él se tumbó sobre ella, pesado y oscuro como el plomo, haciendo que la cama crujiera.
—Creo —dijo ella lentamente por fin—, que los atormentados están muy cerca de Dios. Lo siento, sargento.
Él la miró, su cara a un palmo de la suya, durante tanto tiempo que ella se preguntó si la había oído. Su aliento no era bueno, pero ella no apartó la cara. Entonces, para su sorpresa, se levantó y se volvió a poner los pantalones, temblando levemente.
—No, señor —dijo con voz grave y monocorde.
—¿Qué? —Vorrutyer se incorporó en su asiento, sorprendido—. ¿Por qué no? —exigió.
El sargento buscó las palabras.
—Es la prisionera del comodoro Vorkosigan. Señor.
Vorrutyer se quedó mirando, primero aturdido, luego iluminado.
—¡Así que es la betana de Vorkosigan! —Su fría diversión se evaporó con el nombre, con un siseo como el de una gota de agua al caer sobre una parrilla al rojo.
¿La betana de Vorkosigan? Una breve esperanza destelló en su interior, ante la posibilidad de que el nombre de Vorkosigan pudiera ser una clave para su seguridad, pero murió. La probabilidad de que esa criatura fuera una especie de amigo de él era sin duda bajo cero. Ahora la estaba mirando, pero la atravesaba con la mirada, como si fuera una ventana a un paisaje aún más maravilloso. ¿La betana de Vorkosigan?
—Ahora tengo a ese hijo de puta puritano estirado agarrado por las pelotas —jadeó ferozmente—. Esto podría ser aún mejor que el día que le conté lo de su esposa.
La expresión de su cara era extraña y preocupante, la máscara de suavidad parecía derretirse y caerse a pedazos. Era como tropezar de pronto en el centro de una caldera. Él pareció recordar la máscara y recompuso las piezas, sólo a medias.
—Sabe, me ha abrumado. Las posibilidades que ofrece… dieciocho años no fueron demasiada espera para una venganza tan ideal. Una mujer soldado. ¡Ja! Él probablemente consideró que era la solución ideal para nuestra mutua… dificultad. Mi guerrero perfecto, mi querido hipócrita, Aral. Apuesto a que tiene usted mucho que aprender de él. Pero sabe, de algún modo estoy seguro de que no le ha hablado de mí.
—Por su nombre no —reconoció ella—. Posiblemente por categoría.
—¿Y qué categoría era ésa?
—Creo que el término que empleó fue «la escoria del servicio».
Él sonrió agriamente.
—Yo no recomendaría hablar así a una mujer en su posición.
—Oh, ¿entonces encaja en la categoría? —Su respuesta fue automática, pero su corazón se encogía dentro de ella, dejando un hueco resonante. ¿Qué está haciendo Vorkosigan en el centro de la locura de este tipo? Sus ojos se parecen a los de Bothari ahora…
La sonrisa de él se tensó.
—He encajado en muchas cosas en mi vida. Junto con su puritano amante. Deje que su imaginación reflexione un poco sobre eso, querida mía, mi dulzura, mi mascota. No lo creerá viéndolo ahora, pero fue todo un viudo alegre, antes de entregarse de manera tan irritante a esos estallidos de caballerosidad.
Se echó a reír.
—Su piel es muy blanca. ¿La tocó él… así?
Pasó una uña por el interior del brazo, y ella se estremeció.
—Y su pelo. Estoy seguro de que debió quedar fascinado por ese pelo salvaje. Tan bonito, y de un color tan poco habitual.
Retorció un mechón suavemente entre sus dedos.
—Tengo que pensar qué puede hacerse con ese pelo. Se podría arrancar el cuero cabelludo por completo, desde luego, pero debe ser algo aún más creativo. Tal vez me llevaré un trocito, y jugaré con él, de manera casual, en la reunión de Estado Mayor. Lo dejaré deslizarse entre mis dedos… para ver cuánto tiempo tarda en llamarle la atención. Alimentaré la duda, y el creciente temor con, oh, una o dos observaciones casuales. Me pregunto cuánto tiempo tardará en confundir esos informes suyos, tan molestamente perfectos… ¡ja! Luego lo enviaré durante una semana a cumplir alguna misión lejana, todavía preguntándose, todavía en la duda…
Tomó el cuchillo enjoyado y cortó un grueso mechón, que enroscó y guardó cuidadosamente en el bolsillo de su pecho, sin dejar de sonreír en ningún momento.
—Hay que tener cuidado, naturalmente, para no hacer que recurra a la violencia… se vuelve entonces tediosamente inmanejable.
Pasó un dedo con un movimiento en forma de L por el lado izquierdo de su barbilla, siguiendo la posición exacta de la cicatriz de Vorkosigan.
—Es mucho más fácil de empezar que de detener. Aunque últimamente está muy comedido. ¿Su influencia, cachorrillo mío? ¿O es que simplemente se nos está haciendo viejo?
Arrojó el cuchillo sobre la mesilla de noche, descuidadamente, y luego se frotó las manos, soltó una carcajada y se acercó a ella para susurrarle amorosamente al oído:
—Y después de Escobar, cuando ya no necesitemos al perro guardián del emperador, no habrá límite a lo que yo pueda hacer. Tantas posibilidades…
Empezó a dar rienda suelta a un montón de planes para torturar a Vorkosigan a través de ella, repletos de detalles obscenos. Estaba extasiado ante esta visión, con la cara pálida y húmeda.