—Firmes, soldado —dijo bruscamente—. Inspección.
Fue un error. Él le arrebató la ampolla cuando Cordelia intentó aplicársela en el brazo y cerró la mano en torno a su garganta como si fuera una cinta de hierro candente. Ella contuvo el aliento, dolorida, pero a duras penas consiguió liberar los dedos y presionar el espray de la ampolla sedante contra el interior de su muñeca antes de que él la alzara y la arrojara al otro lado de la habitación.
Cordelia aterrizó de espaldas con estrépito, o eso le pareció, y acabó chocando contra la puerta. Bothari se abalanzó sobre ella. ¿Puede matarme antes de que le haga efecto el sedante?, se preguntó salvajemente, y se obligó a quedarse flácida, como si estuviera inconsciente. Sin duda las personas inconscientes no resultaban muy amenazadoras.
Evidentemente, no era el caso de Bothari, pues sus manos se cerraron en torno a su cuello. Una rodilla se hundió en su caja torácica y ella sintió que algo iba dolorosamente mal en esa región. Abrió los ojos a tiempo de ver que él ponía en blanco los suyos. Sus manos aflojaron la tenaza y rodó a cuatro patas, agitando la cabeza mareado, hasta quedar desplomado en el suelo.
Ella se sentó, apoyada contra la pared.
—Quiero irme a casa —murmuró—. Esto no entraba en la descripción de mi trabajo.
El débil chiste no hizo nada para disolver el nudo de histeria que se formaba en su garganta, así que recurrió a una disciplina más antigua y más seria, y susurró las palabras en voz alta. Para cuando terminó, había recuperado el autocontrol.
No podía arrastrar a Bothari hasta la cama. Alzó su pesada cabeza y le colocó una almohada debajo, y luego puso sus manos y piernas en posición más cómoda. Cuando Vorkosigan y su sombra regresaran, podrían encargarse de él.
La puerta se abrió por fin, y Vorkosigan e Illyan entraron, la cerraron rápidamente y caminaron con cuidado alrededor de Bothari.
—¿Bien? —preguntó Cordelia—. ¿Cómo fue?
—Con precisión mecánica, como un salto de agujero de gusano al infierno —replicó Vorkosigan. Volvió la palma de la mano hacia arriba con un gesto familiar que atrapó su corazón como un garfio.
Ella lo miró, asombrada.
—Es usted tan desconcertante como Bothari. ¿Cómo se han tomado lo del asesinato?
—Salió bien. Estoy bajo arresto y confinado a mis habitaciones, por sospecha de conspiración. El príncipe piensa que envié a Bothari a hacerlo —explicó—. Dios sabe cómo.
—Uh, sé que estoy muy cansada y no pienso con claridad. ¿Pero ha dicho que salió bien?
—Comodoro Vorkosigan, señor —interrumpió Illyan—. Recuerde que voy a tener que informar de esta conversación.
—¿Qué conversación? —dijo Vorkosigan—. Tú y yo estamos solos aquí, ¿recuerdas? No se requiere que me observes cuando estoy solo, como todo el mundo sabe. Empezarán a preguntarse por qué te retrasas aquí dentro antes de que pase mucho rato.
El teniente Illyan frunció el ceño al oír estas palabras.
—La intención del emperador…
—¿Sí? Háblame de la intención del emperador. —Vorkosigan lo miró de manera salvaje.
—La intención del emperador, tal como me la comunicó a mí, era impedir que se incriminara usted. Ya sabe que no puedo alterar mi informe.
—Ése fue tu razonamiento hace cuatro semanas. Ya viste el resultado.
Illyan pareció perturbado.
Vorkosigan habló en voz baja y controlada.
—Todo lo que el emperador requiere de mí se cumplirá. Es un gran coreógrafo, y tendrá su danza de soñadores hasta el último paso. —La mano de Vorkosigan se cerró en un puño, y luego se abrió de nuevo—. No he retirado nada que sea mío de su servicio. Ni mi vida. Ni mi honor. Reconóceme eso. —Señaló a Cordelia—. Me diste tu palabra entonces. ¿Pretendes retirarla?
—¿Quiere alguien explicarme de qué están ustedes hablando? —interrumpió Cordelia.
—El teniente Illyan tiene un pequeño conflicto entre su deber y su conciencia —dijo Vorkosigan, cruzándose de brazos y mirando a la pared del fondo—. No es algo que pueda resolverse sin redefinir una cosa o la otra, y debe elegir ahora.
—Verá, hubo otro incidente como ése. —Illyan señaló con el pulgar en dirección a las habitaciones de Vorrutyer—. Con una prisionera, hace unas cuantas semanas. El comodoro Vorkosigan quiso, eh, hacer algo al respecto ya entonces. Yo le convencí de lo contrario. Después… después accedí a no inmiscuirme con ninguna acción que quisiera emprender, si la situación volvía a plantearse.
—¿La mató Vorrutyer? —preguntó Cordelia morbosamente.
—No —respondió Illyan. Se miró las botas.
—Vamos, Illyan —dijo Vorkosigan, cansado—. Si no los descubren, podrás darle al emperador el informe completo, y que él lo altere si quiere. Si los encuentran aquí, la integridad pública de tus informes no va a ser tu mayor preocupación, créeme.
—¡Maldición! El capitán Negri tenía razón —dijo Illyan.
—Suele tenerla… ¿Qué es lo que dijo?
—Dijo que permitir que los juicios personales influyeran en mi deber acerca de los asuntos más nimios sería igual que quedarse un poquito embarazado… que las consecuencias me sobrepasarían muy pronto.
Vorkosigan se echó a reír.
—El capitán Negri es un hombre con mucha experiencia. Pero puedo decirte que, muy raramente, incluso él ha hecho algún juicio personal.
—Pero Seguridad está poniéndolo todo patas arriba ahí fuera. Llegarán aquí tarde o temprano por un simple proceso de eliminación. En el momento en que a alguien se le ocurra dudar de mi integridad, se acabó.
—Con el tiempo —reconoció Vorkosigan—. ¿Cuánto tiempo calculas?
—Completarán el registro de la nave dentro de unas pocas horas.
—Entonces tendrás que redirigir sus esfuerzos. Ampliar su área de búsqueda… ¿no partió ninguna nave de aquí entre la muerte de Vorrutyer y el momento en que se instaló el cordón de Seguridad?
—Sí, dos, pero…
—Bien. Usa tu influencia imperial. Pide toda la ayuda que, como ayudante de más confianza del capitán Negri, puedas conseguir. Menciona a Negri frecuentemente. Sugiere. Recomienda. Duda. Mejor no sobornar ni amenazar, eso es demasiado obvio, aunque puede que haya que llegar a eso. Torpedea sus procesos de inspección, haz que los registros se evaporen… todo lo que sea necesario para enturbiar las aguas. Consígueme cuarenta y ocho horas, Illyan. Es todo lo que pido.
—¿Todo? —se atragantó Illyan.
—Ah. Intenta asegurarte de que seas tú y nadie más quien traiga las comidas y todo eso. E intenta traer algunas raciones de más cuando lo hagas.
Vorkosigan se relajó visiblemente cuando Illyan se marchó, y se volvió hacia ella con una sonrisa triste y torpe que fue tan buena como una caricia.
—Bienvenida, señora.
Ella le hizo un esbozo de saludo militar y le devolvió la sonrisa.
—Espero no haberle complicado demasiado las cosas. Personalmente, quiero decir.
—En absoluto. De hecho, las ha simplificado enormemente.
—El Este es el Oeste, arriba es abajo, y ser falsamente arrestado por haberle cortado la garganta a su oficial en jefe es una simplificación. Debo estar en Barrayar. Supongo que no se molestará en explicarme qué esta pasando aquí.
—No. Pero por fin comprendo por qué ha habido tantos locos en la historia de Barrayar. No son su causa, sino su efecto. —Suspiró, y habló tan bajo que fue casi un susurro—. Oh, Cordelia. No tiene ni idea de cuánto necesito a una persona cuerda cerca de mí. Es usted agua en el desierto.
»Tiene usted buen aspecto… parece que ha perdido peso.
Él parecía diez años más viejo que hacía seis meses.
—Oh, vaya. —Se pasó una mano por la cara—. ¿En qué estaré yo pensando? Debe de estar agotada. ¿Quiere dormir, o algo?