—Eso está ya muerto y enterrado.
—Sí. —Vorhalas hizo un gesto supersticioso, automáticamente, un evidente gesto heredado de la infancia, vacío de creencias pero lleno de costumbre.
—Por cierto… ¿qué es la Colonia de Leprosos? —preguntó Vorkosigan con curiosidad.
—¿Nunca lo has oído? Bueno… ya comprendo por qué no. ¿Nunca te has preguntado por qué tienes un porcentaje tan alto de meteduras de pata, soldados incorregibles y gente a punto de ser dada de baja entre tu tripulación?
—No me esperaba a la flor y nata del servicio.
—En el cuartel general lo llamaban la Colonia de Leprosos de Vorkosigan.
—Y yo era el leproso jefe, ¿eh? —Vorkosigan parecía más divertido que ofendido—. Bueno, si eran lo peor que puede ofrecer el servicio, tal vez no lo haremos tan mal después de todo. Cuídate. No me apetece ser el segundo al mando.
Vorhalas se echó a reír, y los dos se estrecharon la mano. Se acercó a la puerta y se detuvo.
—¿Crees que contraatacarán?
—Por Dios, claro que contraatacarán. No se trata de una avanzadilla de comercio. Esa gente va a luchar por sus hogares.
—¿Cuándo?
Vorkosigan vaciló.
—Poco después de que empecéis a desembarcar tropas de asalto, pero antes de que la maniobra haya terminado. ¿No lo harías tú? El peor momento para tener que iniciar una retirada. Lanzaderas que no saben si subir o bajar, sus naves nodriza dispersándose y destruyéndose, suministros necesarios que no desembarcan, suministros que desembarcan y no son necesarios, la cadena de mando rota… un comandante sin experiencia al control absoluto…
—Me pones la carne de gallina.
—Sí, bueno… intenta retrasar el principio cuanto sea posible. Y asegúrate de que tus comandantes entienden al dedillo las órdenes de contingencia.
—El príncipe no lo ve así.
—Sí, se muere por dirigir un desfile.
—¿Qué aconsejas?
—No soy tu comandante esta vez, Rulf.
—No es culpa mía. Te recomendé al emperador.
—Lo sé. No quise aceptarlo. Yo te recomendé a ti.
—Y acabamos con ese sodomita hijo de puta de Vorrutyer. —Vorhalas sacudió la cabeza tristemente—. Aquí hay algo que va mal…
Vorkosigan lo condujo amablemente hasta la puerta, dejó escapar un suspiro y se quedó de pie, capturado en su visión del futuro. Alzó la cabeza y miró a Cordelia a los ojos con triste ironía.
—¿No había alguien, cuando los antiguos romanos celebraban sus triunfos, que iba detrás susurrando al oído del homenajeado que era mortal y que la muerte lo esperaba? Los antiguos romanos probablemente también pensaban que era un coñazo.
Ella no dijo nada.
Vorkosigan e Illyan entraron a sacar al sargento Bothari de su improvisado e incómodo escondite. Casi habían atravesado la puerta cuando Vorkosigan soltó una imprecación.
—Ha dejado de respirar.
Illyan resopló, y colocaron rápidamente a Bothari de espaldas sobre la alfombra. Vorkosigan le acercó la oreja al pecho y le palpó el cuello buscándole el pulso.
—Hijo de puta. —Cerró los puños, y los descargó bruscamente contra el esternón del sargento; luego volvió a escuchar—. Nada.
Se dio media vuelta, con aspecto fiero.
—Illyan. Quienquiera que te proporcionó ese pis de lagarto, búscalo y que te dé un antídoto. Rápido. Y sin llamar la atención. Sobre todo sin llamar la atención.
—¿Cómo… y si… no debería… merece la pena…? —empezó a decir Illyan. Alzó las manos, indefenso, y salió corriendo por la puerta.
Vorkosigan miró a Cordelia.
—¿Quiere empujar o soplar?
—Empujar, supongo.
Ella se arrodilló junto a Bothari, y Vorkosigan le tomó la cabeza, la echó atrás y le insufló una bocanada de aire. Cordelia le apretó el esternón con las manos y empujó con todas sus fuerzas, marcando el ritmo. Empujar, empujar, empujar, soplar, una y otra vez, sin parar. Al cabo de un rato los brazos le temblaban y el sudor le perlaba la frente. Podía sentir sus propias costillas rechinando con cada empujón, dolorosamente, y los músculos de su pecho se retorcían de forma espasmódica.
—Tenemos que cambiar.
—Bien. Estoy hiperventilando.
Cambiaron de sitio, Vorkosigan se hizo cargo del masaje cardíaco, Cordelia hizo una pinza en la nariz de Bothari y le cubrió la boca con la suya. Tenía la boca mojada por la saliva de Vorkosigan. La parodia de beso fue horrible, pero evitarla era despreciable. Continuaron, una y otra vez.
El teniente Illyan regresó por fin, sin aliento. Se arrodilló y presionó la nueva ampolla contra el cuello agarrotado de Bothari, junto a la arteria carótida. No sucedió nada. Vorkosigan siguió bombeando.
De repente, Bothari se estremeció y luego se estiró, arqueando la espalda. Tomó una irregular y temblorosa bocanada de aire, y luego se detuvo de nuevo.
—Vamos —instó Cordelia, casi para sí.
Con una brusca y espasmódica toma de aire empezó a respirar de nuevo, entrecortada pero persistentemente. Cordelia se sentó en el suelo y lo miró, sin disfrutar del triunfo.
—Hijo de puta.
—Creía que veía usted significado en este tipo de cosas —dijo Vorkosigan.
—En abstracto. La mayoría de los días es sólo dar tumbos en la oscuridad con el resto de la creación, chocando con cosas y preguntándose por qué duele.
Vorkosigan miró a Bothari también, con el sudor corriéndole por la cara. Luego se puso en pie y corrió a su mesa.
—La protesta. Tengo que escribirla y cursarla antes de que Vorhalas se marche, o no servirá de nada.
Se sentó en su silla y empezó a teclear rápidamente en su consola.
—¿Por qué es tan importante? —preguntó Cordelia.
—Sssh. Más tarde.
Tecleó con furia durante diez minutos, y luego la envió electrónicamente en busca de su comandante.
Mientras tanto, Bothari continuó respirando, aunque su cara conservó un mortal tono verdoso.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Cordelia.
—Esperar. Recemos para que la dosis sea adecuada —Vorkosigan miró irritado a Illyan—, y que no le provoque ninguna especie de estado maníaco.
—¿No tendríamos que pensar en alguna forma de sacarlos a ambos de aquí? —protestó Illyan.
—Idea descartada. —Vorkosigan empezó a insertar los nuevos discos de datos y a repasar los informes tácticos—. Como escondite tiene dos ventajas que no comparte ningún otro lugar de la nave. Si eres tan bueno como dices, no está vigilado por ninguno de los hombres del oficial político jefe ni del príncipe…
—Estoy bastante seguro de que es así. Me jugaría mi reputación.
—Ahora mismo te estás jugando la vida, así que será mejor que tengas razón. Segundo: hay dos guardias armados en el pasillo para impedir que nadie entre. No se puede pedir más. Admito que estamos un poquito estrechos.
Illyan, exasperado, puso los ojos en blanco.
—He reducido la seguridad hasta el límite que me atrevo. No puedo hacer más sin atraer la atención.
—¿Aguantará veinticuatro horas más?
—Tal vez. —Illyan frunció el ceño, intrigado y molesto—. Tiene algo planeado, ¿verdad, señor?
No era una pregunta.
—¿Yo? —Vorkosigan tecleó en la consola y los reflejos de las luces de colores se dibujaron sobre su rostro impasible—. Estoy simplemente esperando a que llegue una oportunidad razonable. Cuando el príncipe parta para Escobar, la mayoría de sus hombres de seguridad irán con él. Paciencia, Illyan.