Tecleó de nuevo.
—Vorkosigan a Sala de Tácticas.
—Al habla el comandante Venne, señor.
—Oh, bien. Venne, me gustaría recibir actualizaciones cada hora desde el momento en que partan el príncipe y el almirante Vorhalas. Y hágame saber de inmediato, no importa la hora, si empieza a recibir algo fuera de lo corriente, algo que no esté en los planes.
—Sí, señor. El príncipe y el almirante Vorhalas parten ya, señor.
—Muy bien. Adelante. Vorkosigan, corto.
Se acomodó en su asiento y tamborileó con los dedos sobre la mesa.
—Ahora, a esperar. Pasarán unas doce horas antes de que el príncipe llegue a la órbita de Escobar. Empezarán a desembarcar poco después. Una hora para que las señales nos lleguen desde Escobar. Una hora para que las señales regresen. Mucho tiempo. Una batalla puede terminar en dos horas. Podríamos reducir ese tiempo en tres cuartos si el príncipe nos permitiera movernos.
Su tono desenfadado enmascaraba su tensión, a pesar de su consejo a Illyan. La habitación en la que se hallaba apenas parecía existir para él. Su mente se movía con la flota, girando en una tensa constelación alrededor de Escobar, rápidos correos chispeantes, sombríos cruceros, lentos transportes de tropas, los vientres repletos de hombres. En sus dedos, olvidado, un lápiz óptico giraba una y otra vez.
—¿No sería mejor que comiera algo, señor? —sugirió Illyan.
—¿Qué? Oh, sí, supongo. Y usted, Cordelia… debe tener hambre. Adelante, Illyan.
Illyan se marchó a buscar comida. Vorkosigan trabajó ante su consola unos cuantos minutos más antes de apagarla con un suspiro.
—Supongo que será mejor pensar también en dormir. La última vez que dormí fue a bordo de la General Vorhartung, cerca de Escobar… hace día y medio, supongo. Más o menos cuando la capturaron a usted.
—Nos capturaron un poco antes. Nos remolcaron durante casi un día.
—Sí. Enhorabuena, por cierto, por una maniobra de éxito. No era un verdadero crucero de batalla, ¿no?
—La verdad es que no puedo decirlo.
—Alguien quiere considerarlo una victoria.
Cordelia reprimió una sonrisa.
—Por mí, bien. —Se preparó para soportar más preguntas pero, curiosamente, él cambió de tema.
—Pobre Bothari. Desearía que el emperador le concediera una medalla. Me temo que lo mejor que podré hacer por él es hospitalizarlo adecuadamente.
—Si al emperador le desagradaba tanto Vorrutyer, ¿por qué lo puso al mando?
—Porque era el hombre de Grishnov, y bien famoso como tal, y el favorito del príncipe. Por poner todos los huevos en una sola cesta, como si dijéramos. —Se interrumpió, cerrando el puño.
—Me hizo sentir que había encontrado el mal definitivo. Creo que después de él no habrá nada que me asuste de verdad.
—¿Ges Vorrutyer? No era más que un villano pequeño. Un artesano anticuado cometiendo crímenes uno a uno. Los actos verdaderamente imperdonables los cometen hombres tranquilos en preciosas habitaciones de seda verde; esos tratan con la muerte al por mayor, a toneladas, sin lujuria, ni ansia, ni deseo, ni ninguna emoción redentora que los excuse, sólo el frío temor a algún supuesto futuro. Pero los crímenes que esperan impedir en ese futuro son imaginarios. Los que ellos cometen en el presente… ésos son reales. —Su voz se fue apagando mientras hablaba, de modo que al final casi lo hacía en susurros.
—Comodoro Vorkosigan… Aral… ¿qué le está reconcomiendo? Está tan tenso que parece que se vaya a poner a andar por el techo de un momento a otro.
Él se echó a reír.
—Me apetece. Es la espera, supongo. Soy malo esperando. No es buena cosa en un soldado. Envidio su habilidad de esperar pacientemente. Parece tan calmada como la luz de la luna sobre el agua.
—¿Es bonito eso?
—Mucho.
—Parece bonito. No tenemos ninguna de esas dos cosas en casa. —Ella parecía absurdamente complacida por el cumplido implícito.
Illyan regresó con una bandeja, y Cordelia no consiguió sacarle nada más a Vorkosigan. Comieron, y le tocó el turno a Vorkosigan de dormir, o al menos de tumbarse en la cama con los ojos cerrados, porque se levantaba cada hora para ver el desarrollo de las nuevas tácticas.
El teniente Illyan lo observaba por encima de su hombro, y Vorkosigan le señalaba rasgos característicos de la estrategia a medida que se iban produciendo.
—Me parece bien —comentó Illyan una vez—. No comprendo por qué está tan ansioso. Podríamos conseguirlo, a pesar de los recursos superiores de los escobarianos a la larga. No les servirán de nada si los agotan a la corta.
Temerosos de volver a sumergir a Bothari en un coma profundo, lo dejaron regresar a la semiconsciencia. El sargento permaneció sentado en un rincón, encogido en un nudo miserable, despertando y dormitando con malos sueños en ambos estados.
Al final Illyan se fue a dormir a su propio camarote, y Cordelia echó otra cabezada. Durmió largo rato, y no despertó hasta que Illyan regresó con otra bandeja de comida. Encerrada en aquella habitación, Cordelia empezaba a perder la noción del tiempo. Vorkosigan, sin embargo, lo vivía minuto a minuto. Después de comer, se metió en el cuarto de baño para lavarse y afeitarse, y regresó con un nuevo uniforme verde, tan acicalado como si estuviera preparado para celebrar un encuentro con el emperador.
Comprobó las últimas actualizaciones tácticas por segunda vez.
—¿Han empezado a desembarcar tropas ya? —preguntó Cordelia.
Él miró su cronómetro.
—Hace casi una hora. Deberíamos recibir los primeros informes de un momento a otro. —Se sentó y permaneció quieto, como un hombre sumido en profunda meditación, el rostro como de piedra.
El informe táctico de esa hora llegó, y Vorkosigan empezó a estudiarlo, al parecer comprobando detalles. A la mitad, en la pantalla apareció la cara del comandante Venne.
—¿Comodoro Vorkosigan? Recibimos algo muy extraño. ¿Quiere que le envíe una copia de los datos tal como llegan?
—Sí, por favor. Inmediatamente.
Vorkosigan fue sorteando un puñado de conversaciones de todo tipo, y encontró la señal de un comandante, un hombre moreno y fornido que hablaba a su cuaderno de bitácora con acento gutural teñido de miedo.
—… nos atacan con lanzaderas! Devuelven nuestro fuego disparo a disparo. Los escudos de plasma están ahora al máximo… no podemos darles más potencia y seguir intentando disparar. Debemos bajar los escudos y tratar de incrementar nuestra potencia de fuego o renunciar al ataque…
La estática interrumpió la transmisión.
—… no sé cómo lo hacen. No pueden haber creado motores lo bastante grandes en esas lanzaderas para generar esto…
Más estática. La transmisión se cortó bruscamente.
Vorkosigan seleccionó otra. Illyan se inclinó sobre su hombro, ansioso. Cordelia permaneció sentada sobre la cama, en silencio, la cabeza gacha, escuchando. La copa de la victoria: amarga en la lengua, pesada en el estómago, triste como la derrota…
—… la nave insignia está siendo atacada ferozmente —informó otro comandante. Cordelia reconoció la voz con un respingo y dobló el cuello para verle la cara. Era Gottyan: evidentemente había conseguido por fin su rango de capitán—. Voy a bajar todos los escudos y tratar de destruir una a impulso máximo.
—¡No lo hagas, Korabik! —gritó Vorkosigan sin esperanza. La decisión, fuera cual fuese, ya había sido tomada hacía una hora, y sus consecuencias estaban inevitablemente fijas en el tiempo.
Gottyan volvió la cabeza hacia un lado.
—¿Preparado, comandante Vorkalloner? Vamos a intentar… empezó a decir, y fue ahogado por la estática, luego por el silencio.