Выбрать главу

—Hay un oficial barrayarés ahí fuera que dice que quiere hablar contigo. —Alfredi la siguió hasta la puerta, con el rostro lleno de recelo y hostilidad—. Creo que no deberías ir sola. Nos falta muy poco para ir a casa. Sin duda te la tienen jurada.

—Oh. No pasa nada, Marsha.

Vorkosigan estaba ante el refugio, con el uniforme verde de diario del Estado Mayor, acompañado como de costumbre por Illyan. Parecía tenso, respetuoso, cansado y encerrado en sí mismo.

—Capitana Naismith —dijo formalmente—, ¿puedo hablar con usted?

—Sí, pero… no aquí. —Ella era plenamente consciente de las miradas de sus compañeras—. ¿Podemos dar un paseo o algo?

Él asintió, y echaron a andar en silencio compartido. Él cruzó las manos a la espalda. Ella se las metió en los bolsillos de su chaquetilla naranja. Illyan los siguió, como un perrillo imposible de espantar. Dejaron el complejo de los prisioneros y se encaminaron hacia el bosque.

—Me alegro de que viniera —dijo Cordelia—. Hay algunas cosas que quería preguntarle.

—Sí. Quise venir antes, pero poner fin a todo esto de manera adecuada me ha mantenido muy ocupado.

Ella asintió, indicando las insignias amarillas de su cuello.

—Enhorabuena por el ascenso.

—Oh, esto. —Tocó una insignia brevemente—. No significa nada. Es sólo una formalidad, para facilitar el trabajo que estoy haciendo ahora.

—¿Y cuál es?

—Desmantelar la flota de guerra, guardar el espacio local en torno a este planeta, trasladar a los políticos de Barrayar y Escobar. Limpieza general, ahora que la fiesta ha terminado. Supervisar el intercambio de prisioneros.

Seguían un amplio sendero a través del verde bosque y la empinada cuesta de la falda del cráter.

—Quería pedirle disculpas por interrogarla con drogas. Sé que la he ofendido enormemente. La necesidad me impulsó. Fue una necesidad militar.

—No tiene que disculparse de nada. —Cordelia miró a Illyan. Debía saberlo…—. De nada, literalmente. Me he dado cuenta.

Él guardó silencio.

—Ya veo —dijo por fin—. Es usted muy aguda.

—Al contrario, estoy muy confundida.

Él se volvió para encarar a Illyan.

—Teniente, le pido un favor. Deseo estar unos minutos a solas con esta dama para discutir un asunto muy personal.

—No debería, señor. Lo sabe.

—Una vez le pedí que se casara conmigo. Nunca me dio su respuesta. Si le doy mi palabra de que no discutiremos de otra cosa, ¿podríamos tener unos momentos de intimidad?

—Oh… —Illyan frunció el ceño—. ¿Su palabra, señor?

—Mi palabra. Como Vorkosigan.

—Bueno… supongo que entonces está bien.

Illyan se sentó en un tronco caído y ellos continuaron sendero arriba.

Una vez en lo alto, se encontraron en un promontorio familiar que asomaba al cráter, el mismo lugar donde Vorkosigan había planeado la recuperación de su nave, hacía tanto tiempo. Se sentaron en el suelo, observando la actividad del campamento, silenciada por la distancia.

—En otro momento nunca habría hecho usted eso —observó Cordelia—. Dar su palabra en falso.

—Los tiempos cambian.

—Ni me habría mentido.

—Es verdad.

—Ni habría fusilado a un hombre por crímenes en los que no había participado.

—No fue una decisión espontánea. Primero se le sometió a un consejo de guerra. Y las cosas se resolvieron con un poco de prisa. De todas formas, eso contentará a la Comisión Judicial Interestelar. Los tendré encima mañana. Investigando los abusos a las prisioneras.

—Creo que va a acabar con las manos manchadas de sangre. Las vidas individuales están perdiendo su significado para usted.

—Sí. Ha habido tantas… Casi es hora de renunciar. —Sus palabras y su rostro parecían carentes de toda expresión.

—¿Cómo lo reclutó el emperador para ese… extraordinario asesinato? Usted, nada menos. ¿Fue idea suya? ¿O de él?

Él no eludió la respuesta, ni negó nada.

—Fue idea suya, y de Negri. Yo no soy más que su agente.

Sus dedos tiraron suavemente de los tallos de hierba, rompiéndolos delicadamente uno a uno.

—No me abordó directamente. Primero me pidió que tomara el mando de la invasión a Escobar. Empezó con un soborno: el virreinato de este planeta, de hecho, cuando sea colonizado. Lo rechacé. Luego lo intentó con amenazas, dijo que me entregaría a Grishnov, para que me acusara de traición, y que no habría perdón real. Le dije que se fuera al infierno, aunque no en esas palabras. Ése fue un mal momento entre nosotros. Luego se disculpó. Me llamó «lord Vorkosigan». Me llamaba «capitán» cuando quería ser ofensivo. Luego mandó llamar al capitán Negri, con un archivo que ni siquiera tenía nombre, y los jueguecitos se terminaron.

»Razón. Lógica. Argumentación. Pruebas. Estuvimos sentados en la sala verde de la Residencia Imperial de Vorbarr Sultana una semana entera, el emperador, Negri y yo, repasándolo, mientras Illyan daba vueltas por los pasillos, estudiando la colección de arte del emperador. Tiene usted razón en su deducción respecto a Illyan por cierto. No sabe nada del verdadero propósito de la invasión.

»Ya vio al príncipe, brevemente. He de añadir que lo vio en su mejor faceta. Vorrutyer tal vez fuera su maestro, pero el príncipe lo superó con creces hace tiempo. Pero si hubiera tenido la más leve idea de lo que es el servicio político, creo que su padre le habría perdonado incluso sus costumbres más repulsivas.

»No era un hombre equilibrado, y se rodeaba de gente cuyos intereses eran desequilibrarlo aún más. Auténtico sobrino de su tío Yuri. Grishnov pretendía gobernar Barrayar a través de él, cuando llegara al trono. Por su cuenta (Grishnov habría estado dispuesto a esperar, creo), el príncipe había orquestado dos intentos de asesinato en la persona de su padre en los últimos dieciocho meses.

Cordelia silbó sin sonido.

—Casi empiezo a comprenderlo. ¿Pero por qué no eliminarlo sin llamar la atención? Sin duda que el emperador y su capitán Negri podrían haberlo conseguido, mejor que nadie.

—Se discutió la idea. Dios me ayude, incluso me ofrecí voluntario para hacerlo yo, como alternativa a este… baño de sangre.

Hizo una pausa.

—El emperador se está muriendo. Se ha quedado sin tiempo para esperar a que el problema se resuelva solo. Para él, intentar dejar la casa en orden se ha convertido en una obsesión.

»El problema es el hijo del príncipe. Sólo tiene cuatro años. Dieciséis años es mucho tiempo para un gobierno regente. Con el príncipe muerto, Grishnov y todo el partido ministerial se aprovecharían del vacío de poder.

»No era suficiente matar al príncipe. El emperador consideró que tenía que destruir a todo el partido de la guerra, de manera tan efectiva que no volviera a alzarse durante otra generación. Y allí estaba yo, sopesando los problemas estratégicos con Escobar. Luego la información sobre los espejos de plasma llegó a través de la red de inteligencia de Negri. La inteligencia militar no tenía ese dato. Luego otra vez yo de por medio, con la noticia de que se había perdido la sorpresa. ¿Sabe que suprimió también parte de eso? Sólo podía ser un desastre. Y allí estaban Grishnov, y el partido de la guerra, y el príncipe, todos en busca de gloria. Él sólo tuvo que hacerse a un lado y dejarlos que corrieran a su perdición. —Vorkosigan arrancaba ahora la hierba a puñados.

—Todo encajó tan bien que resultaba hipnotizante de pura fascinación. Pero difícil. Incluso existía la posibilidad, dejando que los acontecimientos se desarrollaran por su cuenta, de que murieran todos menos el príncipe. Me colocaron donde el guión decía que debía estar. Para retar al príncipe y asegurarme de que estuviera en primera línea en el momento adecuado. De ahí esa escena que vio usted en mi camarote. Nunca perdí los nervios. Simplemente, estaba clavando otro clavo en el ataúd.