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Kazuki Tada tenía una excelente memoria y recordaba los lugares a los que Junko y él habían ido juntos o lo que habían hecho allí. Incluso detalles insignificantes como la gente con la que habían estado o se habían encontrado. Sus recuerdos de aquella época, antes de la tentativa de asesinato contra Kogure en Hibiya Park, seguían frescos en su memoria. Makihara había elaborado una lista de esas personas y lugares, y habían empezado a visitarlos uno por uno, metódicamente. Tras tachar los que Chikako ya había comprobado, aún les quedaba la mitad de la lista. El nombre de Yoshiko Arita aparecía justo en el medio.

– Debe de ser aquí.

Chikako se detuvo frente a un bonito edificio de apartamentos de cuatro plantas. Oyó un sonido sordo cuando un montón de nieve cayó del cableado eléctrico e impactó contra el suelo.

– Esta mañana, cuando la llamé, parecía sorprendida por recibir nuestra visita en un día como este.

– Hum, pues tendremos que mostrarle que los de la policía somos huesos duros de roer.

La entrada al edificio no había sido despejada, y Chikako casi quedó atrapada otra vez.

Yoshiko Arita tenía treinta y nueve años, las mejillas rosadas y la feliz sonrisa de quien es madre por primera vez. Exudaba cansancio, quizá fruto de alimentar a un bebé cada tres horas. Chikako recordó los primeros días de vida de su único hijo y la típica conversación que mantenía con las mujeres que se encontraban en su misma situación: «¡Necesito dormir!»

– Espero que no les haya costado mucho llegar hasta aquí. – Yoshiko se apresuraba por la cocina mientras les preparaba café. Chikako le pidió que no se molestase, pero Yoshiko se echó a reír y explicó-: ¡Yo también necesito uno!

El apartamento era pequeño pero acogedor, por lo que la limpieza se convertía en una necesidad. Con el mobiliario apartado en los rincones de la casa, la presencia de la cuna dominaba el espacio del centro en un suelo cubierto por tatami. Con el permiso de Yoshiko, Chikako se acercó a la cuna y vio a la pequeña que dormía profundamente, tapada por una mantita rosa. El característico olor dulce de un bebé amamantado la hizo sentir una punzada de nostalgia.

Tras soportar las temperaturas bajo cero del exterior, Chikako y Makihara se sintieron agradecidos de poder descansar a la mesa de la cocina con una buena taza de café caliente. Yoshiko rebuscó en un cajón y, finalmente, regresó con una sonrisa triunfante y una lata cuadrada de galletas en la mano. Abrió la tapa, y reveló una gran pila de fotografías.

– Cuando recibí la llamada de Kazuki Tada, intenté recordar lo que sabía de Junko. -Yoshiko se dispuso a ojear las fotografías, alegre-. Nunca las organizo. ¡ Ay, madre! Esta es de un viaje que hicimos hace quince años… Me limito a guardarlas aquí y a dejar que acumulen polvo.

– Ya verá como todo cambia con las fotos del bebé -sonrió Chikako-. En cuanto las tenga reveladas, las organizará en un álbum.

– ¿Usted cree? -Sin perder la sonrisa, Yoshiko miró a Chikako. Entonces, extrajo una foto grande y exclamó-: ¡Aquí está! No estaba segura de tenerla. Es de cuando Kazuki Tada y Junko trabajaban en Toho.

Yoshiko se la tendió a los detectives, pero fue Makihara quien la tomó.

– Es de una fiesta que celebran anualmente en la residencia de los hombres -explicó mientras se sentaba y tomaba entre las manos su taza de café-. Una especie de baile para los residentes. ¿Ve la mesa de refrescos?

Cerca de veinte hombres y mujeres se levantaban junto a letreros que anunciaban tallarines fritos y estofado de oden [14]. A juzgar por la imagen, se lo estaban pasando bien.

– ¿Las mujeres también vivían en la residencia?

– No, solo íbamos de visita. Toho Paper dispone de residencias para hombres solteros -rió Yoshiko-. Digamos que es algo así como una fiesta de citas. No pocas parejas se conocieron en circunstancias semejantes.

Chikako localizó la cara de Kazuki Tada en la foto. Aún tenía aspecto juvenil, con sus cálidos ojos y una dulce sonrisa. Junko Aoki trabajó tres años en la compañía. La foto no tenía fecha por lo que era imposible saber si había sido tomada antes o después del asesinato de Yukie.

– Aquí está Junko Aoki. -Yoshiko señalaba a una mujer esbelta que quedaba en el margen izquierdo de la foto, ligeramente apartada de los demás-. No destaca mucho, ¿verdad?

Era exactamente igual que el retrato que Kazuki Tada había trazado a partir de sus recuerdos. Tenía el mismo corte de pelo, las mismas mejillas delgadas y los mismos labios huérfanos de sonrisa.

No era nada extraño que una mujer de veinte años cambiara radicalmente de aspecto en el intervalo de unos pocos meses. Algunas empezaban a brillar por sí mismas cuando se enamoraban o hacían nuevas amistades, pero también cuando alcanzaban la cima de su belleza natural, momento en el que empezaban a experimentar con su aspecto.

Sin embargo, Junko, no había hecho nada parecido. No había nada añadido, ni nada omitido. Era la misma. Quizá explicara eso la soledad que desprendía, tal vez no había conocido a nadie que la hiciera cambiar.

«Me pregunto si sigue siendo la misma.»

Por lo visto, cuando Junko se acercó a casa de Kazuki Tada, no lo hizo sola. Iba en el asiento del copiloto, de modo que alguien debía de estar al volante.

¿Sería un hombre el conductor? ¿Podría existir alguien con el que Junko compartiera tanto su corazón como para ir a ver juntos a un fantasma del pasado, a Kazuki Tada? Quizá el rostro de Junko Aoki ya hubiese dejado de palidecer bajo esa mirada tan solitaria.

Chikako no consideraba el matrimonio o el amor como el único camino a la felicidad de una mujer, pero sabía que cuando llegaba el momento de conocer a alguien, la vida podía dar un giro definitivo.

– ¿Se ha metido Junko en algún lío? -Yoshiko dio voz a su pregunta con tono dubitativo, y la expresión de su amistosa cara redonda quedó borrada por la preocupación. Lógicamente le habían contado lo justo. No obstante, Chikako se apresuró a tranquilizarla.

– No, no, no ha hecho nada malo.

– Kazuki Tada me pareció algo distraído y preocupado por teléfono. -Yoshiko agachó la cabeza-. Junko era muy callada. Siempre estaba sola, pero parecía estar cómoda con ello, de modo que nadie le prestaba demasiada atención. Prácticamente la llevamos a rastras a este baile, pero no sonreía mucho ni hablaba con nadie, así que todos le dieron de lado.

– ¿Nos podría prestar esta foto? -preguntó Makihara.

– Claro, adelante. Es la única que tengo de ella. Siento que no se le vea muy bien la cara, pero de todos modos, pueden llevársela.

Makihara sacó su bloc de notas y preguntó a Yoshiko si recordaba los lugares que Junko frecuentaba mientras trabajaba en Toho Paper.

– Cafeterías, bares, librerías, tiendas, florerías, dentista… ¿Quizá algún sitio donde almorzasen juntas? ¿O una tienda de ropa a la que fueron después del trabajo? ¿Una película que vieron, tal vez?

Yoshiko negó con la cabeza a cada una de las preguntas.

– No hicimos nada de eso juntas, ni siquiera una vez. Ahora que lo pienso, fue casi un milagro que asistiese a aquel baile. Siempre se mantenía alejada de los demás. Parecía disfrutar únicamente de su propia compañía. Aún así, yo siempre la saludaba e intercambiaba alguna palabra con ella. A veces, volvíamos juntas a la estación. Pero eso es todo.

Makihara cerró su bloc de notas y miró a Chikako. Dijo que le gustaría dejarse caer por Toho Paper. Quizá hubiese algún archivo de antiguos empleados donde quedara registrada la dirección en la que vivía por aquel entonces.

– Lo siento, pero me temo que esto ha sido una pérdida de tiempo para ustedes.

Chikako le dio una palmadita en el brazo, como si quisiera asegurarle lo contrario. Makihara se despidió y se encaminó hacia la salida con demasiada brusquedad. Se dirigió al ascensor, por lo que Chikako y Yoshiko quedaron solas en la entrada de la casa.

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[14] Estofado de diversos ingredientes que se cocinan en un caldo de algas. (N. de la T.)