Junko no acompañó a Nobue en sus carcajadas, sino que bajó bruscamente la mirada y se quedó observando las colillas que se arremolinaban a sus pies. Nobue confundía las cosas: la inteligencia no podía medirse por las notas que uno consiguiera en la escuela. Que una persona sacara buenas notas no lo describía como un ser humano decente. El Keiichi Asaba que Junko había conocido en Tayama era malvado, no tonto. Y esa era la combinación más aterradora de todas.
– ¿Cuántos erais en el grupo?
– Es difícil de decir, no había un número exacto. A veces, también se nos unían chicos del centro de la ciudad.
– Ya veo. Pero Asaba era el líder, ¿cierto?
– Sí. Él y el hermano mayor de Takada.
– ¿El hermano mayor?
– Sí. Había dos Takada. El menor tenía nuestra edad, y el mayor unos veinte años por aquel entonces.
– Así que, ¿el mayor de los Takada tenía coche?
– Sí. Era con su coche con el que nos movíamos. Cuando éramos muchos y no cabíamos en un solo vehículo, solíamos coger el de nuestros padres sin que éstos se enterasen.
– ¿Sin carnet de conducir?
– Ya ves. Es una locura, ¿eh? -Junko distinguió un tono desafiante apenas perceptible en la respuesta de Nobue que le lanzó una mirada de soslayo.
Junko intentó hacer memoria. ¿Estaban esos hermanos Takada entre los tres que había abrasado en la fábrica abandonada de Tayama? ¿Había visto algún rasgo similar -el de dos hermanos- en sus caras bajo el destello de luz que iluminó sus últimos minutos de vida?
– Y esos hermanos Takada, ¿son también de tu barrio?
– No. No tengo ni idea de dónde viven. Son amigos de Asaba. Creo que el menor iba a clase con él. Se llamaba Junichi, pero todos lo llamábamos Jun. A su hermano mayor lo conocíamos simplemente por Big Bro… Ahora que lo pienso, creo que nunca nadie lo llamó por su nombre.
– ¿Estaban presentes cuando te rajaron la espalda?
– Sí, lo estaban. -Las comisuras de los labios de Nobue esbozaron una mueca antes de que se echara a reír, sin regocijo alguno-. Mientras Asaba quedaba a mis espaldas, Jun me sujetaba las piernas. Big Bro se limitó a quedarse ahí sentado, fumando.
Sin pensarlo, Junko alzó la mirada y la clavó en Nobue. La chica estaba sacando un nuevo cigarrillo.
– ¿Sabes? A mí me da la sensación de que el hermano mayor era el líder -dijo Junko en voz baja.
Tras varios intentos con el mechero, la llama salió y Nobue dio una profunda calada al cigarrillo.
– No lo sé… Siempre pensé que Asaba era el líder. Cuando me hicieron esto, me dio la sensación de que Big Bro estaba demasiado asustado como para participar. Todos los estaban. Todos excepto Asaba.
– Pero…
– Me puse a llorar y a gritar. Había sangre por todas partes. Y entonces, Jun perdió los nervios. «¡Ya basta!», dijo a Asaba. Este se enfadó y amenazó a Jun con el cuchillo. Fue en ese momento cuando me levanté de un salto y eché a correr. -Nobue relataba la historia sin entonación alguna-. Corrí y corrí. Ni siquiera sabía hacia dónde me dirigía… Solo quería alejarme de aquel lugar. Asaba salió tras de mí. Pero después se dio la vuelta para ir a por el coche y alcanzarme, o eso pensé yo. Si me hubiese atrapado, estoy segura de que me habría asesinado. Las heridas me dolían a rabiar y estaba demasiado mareada como para mantenerme en pie. Sin embargo, no podía detenerme, así que seguí corriendo. Un camión pasó por allí y yo agité las manos para detenerlo…
– ¿Dónde ocurrió eso?
– ¿Conoces el vertedero que hay junto al río Wasaku?
– ¿En Tokio?
– Sí, en el distrito de Koto. No está muy lejos de aquí. Ya sabes, queda cerca de la Isla de los Sueños [4].
– ¿Fuisteis hasta allí? ¿Qué hacíais en aquel sitio?
– Había ratas enormes. -Nobue extendió las manos y marcó una distancia de unos treinta centímetros para ilustrar el tamaño de los bichos-. Y con rabos incluidos, eran así de largas. Nos dedicábamos a darles caza, matarlas, dispararlas…
Nobue enmudeció. Junko mantuvo la mirada clavada en ella, sin apartarla un momento.
– ¿Llevaban armas? -Nobue no respondió-. Tenían una, ¿verdad? No te preocupes. No me sorprende en absoluto. Ya había contemplado esa idea.
Ahora era Nobue quien parecía sorprendida.
– ¿Por qué? -De súbito, abrió los ojos como platos. Boquiabierta, preguntó-: ¿Entonces, te…? ¿Esa herida de tu hombro…? ¿Asaba te disparó? ¿Es eso?
– ¿Asaba tenía un arma, verdad? -insistió Junko que prefirió ignorar la pregunta de la chica. Se presionó la herida del hombro con la mano.
Nobue asintió.
– ¿La tenía cuando te torturaron?
– Sí.
– Qué extraño. Un camionero te socorrió… Por lo tanto, la policía tuvo que enterarse de lo sucedido. ¿Por qué no intervinieron entonces? En cuanto a lo de mi hombro, tienes razón, Asaba me disparó. Y todavía lleva encima el arma. Dices que eso pasó hace un año. ¿Por qué no se supo nada?
Nobue estaba visiblemente perturbada, y Junko no tardó en entender el por qué. No daba crédito.
– ¡No informaste a la policía!
– Hum…
– Pero… ¿Por qué no? El conductor que te recogió tuvo que intentar llevarte o bien a la policía o bien al hospital, ¿no?
Nobue soltó una débil carcajada de impotencia.
– Aquel camionero había acudido al vertedero a tirar lo que no debía. Se habría metido en un buen berenjenal si la policía se hubiese enterado.
Vertido ilegal de residuos.
– Total, no podía acudir a la policía ni a ningún sitio, e ir a un hospital también le habría causado demasiadas complicaciones… Lo que importa es que se detuvo nada más verme chillar y agitar los brazos como una loca. No me ignoró y siguió su camino. Era un viejecito muy honrado. Me trajo en seguida a casa, pero se marchó con la misma rapidez. Después fueron mis padres los que se encargaron de todo.
– ¿Y ellos no quisieron ir a la policía?
Nobue pareció recibir esas palabras como una descarga eléctrica. Cuando volvió el rostro hacia Junko, su rostro había adoptado una expresión muy seria.
– Les rogué que no lo hicieran -confesó sin rodeos.
– ¿Por qué?
– Porque sabía que si lo hacían, nos asesinarían a los tres.
Junko reparó de nuevo en el punto negro en el ojo de Nobue. Creyó ver algo cauterizado en su interior.
– ¿Y crees que hiciste lo correcto? -inquirió Junko en voz baja.
– Me puedo dar con un canto en los dientes -repuso con el mismo tono apagado-. No sé si fue la elección acertada o no. Pero estoy satisfecha. Al fin y al cabo, estamos vivos. -Se encogió ligeramente de hombros, y prosiguió-: Al poco tiempo, Asaba llamó por teléfono. Ocurrió al día siguiente o dos días después, creo. Yo estaba durmiendo. Mi padre le pidió que me dejara en paz. Le dijo que si se olvidaban de mí, no avisaría a la policía.
A juicio de Junko, habían firmado un pacto con el diablo. Asaba tenía todas las de ganar. Podía respetar el acuerdo o romperlo. Y si lo rompía, la predicción de Nobue se haría realidad: los tres acabarían muertos. El silencio de la familia no les garantizaba seguridad alguna.
– Asaba rió como un loco cuando escuchó lo que decía mi padre -continuó Nobue-. Se sabía dueño y señor de la situación. Otro elemento que jugó a su favor fue el hecho de que yo hiciese un montón de tonterías con la banda. Tonterías que no quise que llegaran a los oídos de la policía.
– ¿Tu padre también sabe eso?
– Claro. Esa es la razón por la que accedió a no llamar a la policía. «Acabará con tu futuro», me dijo. -Nobue estalló en carcajadas-. Como si tuviera futuro…
– Por supuesto que lo tienes. Y ahora estás trabajando, con tus padres.
Nobue meneó la cabeza, en una negación rotunda a las palabras de Junko.