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– Sí… -Izaki negó con la cabeza-. Supongo que podemos esperar sentados. De todos modos, no volveré a dejar marchar ni a mi hija ni a mi nieto. Ya le he dicho que vamos a contratar un abogado y solicitar el divorcio.

«Así que ése era el motivo por el que Izaki estaba tan macilento».

– ¿Y las cosas no han empezado aún a calmarse?

Izaki no respondió a esa pregunta.

«Si la situación estuviese bajo control, no habría dejado el trabajo», pensó Chikako.

– Estoy pensando en marcharme de Tokio.

– ¿Con ellos?

– Sí. Yo nací en Kyushu [12], ¿sabes? Está algo alejado, pero aún me quedan parientes allí. Nos mudaremos a un sitio cerca de Fukuoka, buscaré trabajo como guardia de seguridad o algo así para que los tres podamos vivir juntos y en paz. Eso es lo que estoy pensando…

– Me parece una gran idea. Y así Kayoko podrá alejarse de todos los malos recuerdos asociados a su vida aquí.

– Además, si nos quedamos, él no cejará en su empeño por recuperarla -añadió Izaki con despreocupación, aunque su mirada era grave-. No sé cuántas veces ha aparecido por casa. Viene sin que nadie lo invite y vocifera como un niño caprichoso para intentar que Kayoko vuelva a su lado. Dice que nunca volverá a ser violento, que es un hombre distinto. Y Kayoko se lo cree. Ya ha regresado con él dos veces. La primera me llamó para avisarme de que se marchaba; la segunda, lo hizo mientras yo estaba trabajando.

No fue necesario preguntar qué había pasado. La adusta expresión de Izaki lo decía todo y, aun así, se lo contó.

– Ambas veces, ese cabrón le pegó tal paliza que acabó en el hospital.

– ¡Dios mío!

– Ya sabes lo que dicen. Buda olvida tres veces y a la cuarta, se enfada. Bueno, pues desde ese momento, no importa lo que ese tipo diga a Kayoko porque está decidida a no volver jamás con él. Ni siquiera cuando amenaza con quitarse la vida en la puerta de mi casa. Pero lo peor de todo, Chika-chan, es que me siento como si estuviésemos en medio de una guerra, una guerra de guerrillas…

– ¿Y qué dice él ahora?

– Quiere llevarse a mi nieto -gruñó Izaki-. Si se las arregla para conseguirlo, Kayoko tendrá que volver con él, ¿verdad?

Chikako sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

– Izaki, no puedes quedarte cruzado de brazos. Incluso lo de la fragilidad cardiaca de la suegra me suena a cuento. Sería mucho mejor que llamases a la policía.

Izaki parecía agotado. Negó con la cabeza.

– Es una opción, la segunda opción, digamos. Primero quiero que nos vayamos a Kyushu. Siempre quise jubilarme allí, de modo que la única diferencia es que lo haré diez años antes, ¿no?

A Chikako le dio la sensación de que intentaba convencerse a sí mismo de que sus problemas se acabarían pronto.

De modo que cuando Shimizu le contó que el viejo Izaki en persona había regresado a Tokio, Chikako se quedó asombrada. Ahora trabajaba en este grupo que ofrecía asesoramiento en casos de acoso.

– Izaki no atendió personalmente la consulta de Natsuko Mita. Forma parte del equipo directivo y está casi siempre dando conferencias, organizando eventos dirigidos a mujeres o enseñando técnicas básicas de autodefensa en colegios para niñas.

– Esa Stalker Hotline, ¿es una asociación sin ánimo de lucro? -preguntó Chikako.

– No, estoy convencido de que se trata de una empresa registrada.

– Me pregunto quién los financia.

Shimizu ya había indagado en ello y la informó de todo.

– En realidad, no es más que la filial de una gran compañía llamada Kanto, empresa especializada en «Servicios Integrales para la Seguridad de las Personas». Stalker Hotline es un nombre comercial. El capital social de Kanto está en manos de dos grandes grupos de servicios de seguridad. Los estatutos de la sociedad reflejan que sus actividades quedan diversificadas en varios sectores, ya sea la instalación de sistemas de seguridad especiales para empresas cuya plantilla está mayoritariamente compuesta por mujeres, o campañas de educación corporativa para prevenir el acoso sexual. Sin embargo, el nombre de Stalker Hotline es bastante conocido puesto que su labor contra el acoso les ha servido para salir en los medios de comunicación en más de una ocasión. Al parecer, reciben llamadas desde todos los rincones del país.

– Eso demuestra que hay demasiadas víctimas de acoso, ¿no te parece?

– ¿Estás diciendo que deberíamos adoptar una postura más activa, Ishizu?

– Sí. Y no bromeo.

La policía rara vez actuaba antes de que se cometiese un crimen. No le extrañaba que Izaki hubiese acabado trabajando para una organización que prevenía los crímenes machistas. Debía de haber actuado así por lo que le sucedió a su propia hija. Pero ¿y Kayoko? Quizá la situación hubiese mejorado y ya estuviese de vuelta en Tokio, a salvo. O en cualquier otro lugar, casada con un verdadero compañero esta vez. ¿Cómo le iría ahora a Izaki?

«Iré a verlo.» Aún no había noticias del capitán Ito. Al echar un vistazo a su mesa, vio que su informe descansaba intacto, donde lo había dejado. «¿De qué me sirve esperar aquí y perder el tiempo?», pensó. Metió el teléfono móvil en el bolsillo y se puso de pie.

Stalker Hotline estaba situada en un bonito edificio de doce plantas que daba a la intersección principal del centro de Ginza, el barrio de tiendas y entretenimiento más conocido de todo Tokio. Apartamento 602, sexta planta. El nombre completo de la compañía, Kanto: Servicios Integrales para la Seguridad de las Personas, quedaba expuesto junto con su nombre comercial, más conocido por el público, en la hilera de rótulos del vestíbulo.

Al dirigirse hacia el ascensor, reparó en un póster que colgaba ostentosamente en la pared. Una caligrafía grande y de aspecto esponjoso, diseñada para imitar el efecto de la publicidad aérea, se plasmaba sobre un fondo azul cielo. Rezaba así:

«Señoritas que acuden a visitar Stalker Hotline, por favor, no abandonen ahora. Estamos en la sexta planta. La primera consulta es gratis. ¡Ánimo! ¡Cuentan con nuestro apoyo!».

Un biplano de alas rojas se deslizaba entre las nubes en forma de letras, y desde la ventanilla del piloto, asomaba una mujer de aspecto clásico, con una capa ondeante y el puño alzado al aire. Chikako sonrió. El póster era una idea excelente para animar a las mujeres que habían conseguido llegar tan lejos, pero que aún necesitaban un empujoncito para entrar en el ascensor.

La sexta planta se abría a un diminuto pasillo, no más ancho que una estera de tatami. En el caso de que un visitante albergara la más mínima duda, la única puerta que quedaba en frente lucía el mismo póster del vestíbulo de abajo.

Chikako abrió la puerta y entró. Fue recibida por una hilera de mesas en las que se disponía un gran número de cajas perfectamente ordenadas y llenas de panfletos. En ellas podía leerse: «Por favor, sírvase». Tras las mesas, se alzaba un biombo que impedía que el visitante pudiera ver el resto de la habitación, pero Chikako oyó voces y el insistente tono de los teléfonos.

Los panfletos respondían al tipo que uno esperaría encontrar en una organización de esa naturaleza: lista de clínicas que proporcionaban asesoramiento para víctimas de violencia machista, publicaciones para sobrellevar el estrés postraumático, números de teléfono de varias oficinas públicas e incluso un folleto artesanal editado por una asociación de mujeres que habían sido víctimas de acoso. Tras echar una breve ojeada a los títulos y encabezamientos, presionó el discreto timbre que quedaba junto a la pila de papeles.

Tras responder con un: «¡Bienvenida! ¡Ahora mismo estoy con usted!» en tono alegre, una joven apareció desde detrás del biombo con unos documentos en la mano. Iba vestida con un jersey azul marino de cuello alto y una larga falda de algodón. Llevaba el pelo muy corto y lucía brillantes pendientes en sus orejas. Chikako consideró su cálida bienvenida más propia de una peluquería de barrio que de un centro de ayuda.

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[12] Tercera isla más grande de Japón, situada al sur del archipiélago. (N. de la T.)