Выбрать главу

Desenvolvió despacio el bulto y llevó a la luz el objeto que contenía. Retiró la mochila de la mesa para que su descubrimiento fuera el único protagonista sobre la superficie de madera. Se sentó con ritual lentitud en una silla, frente a su tesoro. Como en las mejores tradiciones de los lugares comunes, un rayo del sol poniente entró por la ventana y arrancó un reflejo nuevo al oro viejo y desgastado por el tiempo. Caleb sonrió con el mismo reflejo y a duras penas contuvo un grito de alegría.

Todavía no conseguía creer en su suerte.

Dios santo, ¿cuánto podía valer aquello?

¿Cien mil? ¿Doscientos cincuenta mil dólares?

A juzgar por el peso, con solo fundirlo podría sacar una buena suma. Pero no era simplemente el valor del oro con que estaba hecho lo que atizaba el entusiasmo de Caleb. A juzgar por los grabados de la superficie, debía de ser muy antiguo. Unos signos que parecían jeroglíficos. Caleb no tenía suficientes conocimientos pero podían ser mayas. O quizá aztecas o incas. O cualquier otra mierda que fuesen, bastaba con que valieran dinero. En aquel bendito caos, imaginar medio millón de dólares acaso no fuera descabellado. Caleb saltó de la silla como si de golpe le quemara.

¡Santo cielo, medio millón de dólares!

Con esa cifra podía permitirse continuar sus investigaciones, y también Charyl…

Se acercó al teléfono, cogió el auricular y rogó que todavía no le hubieran cortado la línea. Hacía una eternidad que no pagaba las facturas, por lo que esperaba el corte del servicio de un momento a otro. Oyó el sonido de conexión como una señal complaciente del destino. Marcó un número y se quedó esperando, con el corazón agitado ante la idea de oír la voz de la mujer amada.

Mientras al otro lado de la línea los timbrazos invadían el piso que tan bien conocía, acudió a la mente de Caleb la noche de su primer encuentro.

Conoció a Charyl más de un año atrás, cuando acompañó a los Skulker Skunks a un concierto en Phoenix. La banda country de sus amigos iba a tocar en Así Es La Vida, un restaurante mexicano con música en directo situado en las afueras de la ciudad. Después de la prueba de sonido, por la tarde, comió y rió con los muchachos y, cuando salieron a escena, se quedó sentado a la mesa, tomando una Bud y vigilando el local, que poco a poco se llenaba de gente.

Los Skunks eran bastante populares en aquella zona, de modo que pronto se generó una gran confusión. En el desorden general, Caleb reparó en una muchacha rubia que llevaba unos tejanos, una camiseta roja y un sombrero negro de vaquero. Se hallaba sentada sola en un taburete, junto a la barra. Le daba la espalda, indiferente a la música, y tenía la cabeza inclinada como si estuviera examinando con atención el líquido del vaso que sostenía entre las manos. Cuando levantó la cabeza, Caleb logró verle la cara reflejada en el espejo y quedó fulminado. Con toda probabilidad andaba más cerca de los treinta que de los veinte años, pero, incluso en la reproducción aproximada del espejo del bar, vio que tenía un rostro de adolescente que inspiraba a un tiempo sensualidad y ternura. Como si hubiera sentido la fijeza de la mirada de Caleb, ella se volvió y los ojos de ambos se cruzaron.

Caleb se perdió un instante en aquellos ojos claros. Después, contrariamente a lo que era su comportamiento habitual en situaciones similares, cogió la cerveza y se levantó para ir a su encuentro.

Cuando se sentó en el taburete contiguo, la muchacha alzó con desgana la cabeza y lo miró. Enseguida volvió a estudiar su vaso.

La voz de Caleb sonó más emocionada de lo que habría deseado.

– Hola. Me llamo Caleb.

La muchacha le respondió en un tono carente de expresión, que destilaba un leve matiz de aburrimiento.

– Hola. Yo soy Charyl. Doscientos dólares.

– ¿Cómo dices?

Charyl movió el taburete para ponerse frente a él. Caleb no consiguió impedir que su mirada bajara a examinar los senos duros y los pezones que tensaban el liviano tejido de la camiseta.

Charyl sonrió, pero él no se dio cuenta.

– No irás a decirme que te has sentado aquí porque has descubierto de pronto que soy la mujer de tu vida y la madre ideal para tus hijos, ¿verdad? Si quieres ver mi dormitorio, son doscientos dólares. Cuatrocientos si quieres ver salir el sol desde mi ventana.

Caleb se sintió incómodo y desvió la mirada. Los ojos de Charyl lo siguieron en el espejo.

– ¿Qué pasa, Caleb? ¿Has perdido el habla o la cartera?

Era la primera vez en su vida que se encontraba hablando con una puta. Y le desorientaba la atracción antinatural que le provocaba aquella mujer.

Maldijo la casualidad del destino. Cuatrocientos dólares era exactamente la suma que tenía en la cartera. La llevaba encima porque al día siguiente debía ir a El &El Equipment, una firma de artículos eléctricos y electrónicos donde había encargado material necesario para sus investigaciones.

Esta vez le tocó a él contemplar por un instante la botella de cerveza que había dejado sobre el mostrador.

Poco después, con la clara sensación de que estaba cometiendo una estupidez, se volvió hacia Charyl con una sonrisa que intentaba con desesperación parecer natural.

– ¿La oferta incluye el desayuno?

– Pues claro. Hasta con huevos revueltos, si quieres.

Caleb asintió con un movimiento de cabeza.

– Vale. Vamos. Yo ya he dicho lo que tenía que decir. De ahora en adelante tú manejas la situación.

Sin hablar, Charyl validó el pacto al levantarse y dirigirse a la puerta del local. Caleb la siguió. Recorrió tras ella ese trayecto pavimentado de buenas intenciones que lleva derecho a la puerta del infierno.

Desde el momento en que despertó en esa gran cama en el piso de ella, en Scottsdale, nunca volvió a conocer la paz. No tenía ni un dólar en el bolsillo, así que volvió a Flagstaff haciendo autoestop, sin lograr quitarse de la mente la noche que había pasado con el cuerpo de Charyl a su disposición. A partir de entonces su vida se convirtió en una ardiente espera, colmada de imágenes de Charyl en los brazos de otros hombres. En cuanto conseguía juntar el dinero necesario, pedía prestado el Toyota a Bill Freihart y bajaba a la ciudad, jurándose cada vez que era la última y maldiciéndose al mismo tiempo porque sabía perfectamente que no cumpliría el juramento.

Poco a poco la relación proseguía. Charyl comenzó a no tratarlo como a un cliente común. Hacían el amor como dos amantes, sin inhibiciones y sin reprimir la ternura antes y después. Ella había incluso aceptado hacer el amor sin preservativo, pero cuando, tras diversos encuentros, él le confesó que la amaba, la expresión de ella se ensombreció. Se levantó de golpe de la cama, se envolvió el cuerpo con la sábana y desapareció en el cuarto de baño. Un momento después volvió, con los ojos rojos como si hubiera llorado.

Se sentó en la cama, sujetando la sábana como un escudo contra el pecho.

– No es así como funciona, Caleb.

– No es así como funciona ¿qué?

– La vida. Una puta siempre es una puta, tanto para ti como para cualquier otro.

– Podrías dejar…

Ella alzó la mirada y Caleb se perdió por centésima vez en sus ojos.

– ¿Para hacer qué? ¿Para liarme con un tío más pobre que yo? Ya he llevado esa vida, Caleb. No pienso encontrarme otra vez con una mano detrás y otra delante.

– Pero ¿qué sientes por mí?

Charyl se acostó en la cama de espaldas a él, sin dejar de aferrar la sábana como una barrera. Caleb no pudo discernir si para defenderse de él o de sí misma.

– Lo que siento por ti es algo personal. Con mi trabajo me gano la vida. Y esto es algo práctico.