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—Nuestros servidores tendrán este aspecto).

Enki y Ninhursag, desbordantes de alegría ante lo que habían conseguido, dieron una gran fiesta para todos los demás dioses, y les mostraron la forma en que la creación de la humanidad iba a hacer más placentera sus vidas.

—Ved —les dijo Enki—, cada uno de vosotros tendrá su propiedad en la tierra, y esos seres realizarán vuestro trabajo y proveerán a vuestras necesidades. Esos serán los siervos que trabajen, y sobre ellos colocaremos administradores y alguaciles e inspectores y comisionados, y por encima de ellos reyes y reinas, que vivirán en palacios como hacemos nosotros, con despenseros y chambelanes y cocheros y damas de compañía. Y todas esas criaturas trabajarán día y noche por y para nosotros. —Los dioses aplaudieron, y bebieron muchas jarras de vino y de cerveza, y todos se emborracharon gloriosamente.

En su embriaguez, Enki y Ninhursag siguieron haciendo seres de la arcilla. Hicieron uno que no tenía órganos ni masculinos ni femeninos, y dijeron que sería un eunuco para guardar el harén real; ¡y rieron mucho con ello. Y luego hicieron seres con esta y esa otra enfermedad, del cuerpo o del espíritu, y también los dejaron sueltos por el mundo. Y finalmente hicieron uno cuyo nombre era “Nací Hace Mucho Tiempo”, cuyos ojos eran apagados y cuyas manos temblaban, y que no podía ni sentarse, ni estar de pie, ni doblar las rodillas. De esta forma llegó la vejez al mundo, y la enfermedad y la locura y todo lo demás que es maligno…, como la ebria broma del dios Enki y Ha diosa madre su esposa, la diosa Ninhursag. Cuando la madre de Enki, la madre mar Nammu, vio lo que éste había hecho, lo exilió, en su furia, al profundo abismo, donde mora hoy. Pero el daño estaba hecho; los dioses borrachos habían hecho su broma; y nosotros sufrimos a causa de ella, y siempre sufriremos. No puedo irritarme con ellos por habernos hecho sus siervos y sus criaturas, pero, ¿por qué nos hicieron tan imperfectos?

Le hice al maestro esta pregunta, y me hizo azotar los nudillos por haber preguntado.

Aprendí otras cosas que me confundieron y asustaron. Aprendí las historias y leyendas de los dioses, las mismas que el arpista Ur-kununna había cantado en el patio de palacio. Pero de algún modo, cuando las historias brotaban de los labios de aquel dulce y gentil viejo creaban una cálida luz de placer en mi alma, mientras que cuando las oí con la seca y precisa voz del maestro, con su rostro eternamente fruncido, parecieron transformarse en cosas oscuras e inquietantes. Ur-kununna había hecho que los dioses parecieran alegres y benévolos y sabios; pero en las palabras del maestro los dioses parecían estúpidos, despiadados y crueles. Y sin embargo eran los mismos dioses; y sin embargo eran las mismas historias; y sin embargo también eran las mismas palabras. ¿Qué había cambiado? Ur-kununna había cantado a los dioses amando y festejando y trayendo la vida. El maestro nos ofrecía unos dioses inseguros y pendencieros que arrojaron la oscuridad sobre el mundo sin advertencia ni piedad. Ur-kununna vivía en la alegría, y caminó a su muerte sin quejarse, sabiendo que era amado por los dioses. El maestro me enseñó que los mortales deben vivir sus vidas en un temor interminable, porque los dioses no son compasivos. Y sin embargo son los mismos dioses: el sabio Enki, el noble Enlil, la hermosa Inanna. Pero el sabio Enki había creado la vejez para nosotros, y las debilidades de la carne. El noble Enlil, en su insaciable lujuria, había violado a la joven diosa Ninlil, pese a sus gritos de dolor, y había engendrado en ella la luna. La hermosa Inanna, para librarse del mundo inferior, había vendido a su esposo Dumuzi a los demonios. Los dioses, pues, no son mejores que nosotros: igual de mezquinos, igual de egoístas, igual de negligentes.¿Cómo no había visto todas estas cosas, cuando escuchaba al arpista Ur-kununna? ¿Era tan sólo porque yo era demasiado joven para comprender? ¿O era que al calor de sus canciones los hechos de los divinos adquirían un aspecto distinto?

El mundo que el maestro me reveló era un mundo triste y azaroso. Y sólo había una escapatoria de ese mundo, a una postvida que era aún más dura y aterradora. ¿Qué esperanza había, pues? ¿Qué esperanza para cualquiera de nosotros, ya fuera rey o mendigo? Eso era lo que los dioses habían hecho por nosotros; y los propios dioses eran igual de vulnerables y estaban igual de asustados: ahí tenemos a Inanna, desnudándose en su descenso al infierno, de pie, desnuda ante la reina del mundo inferior. ¡Monstruoso! ¡Monstruoso! No hay esperanza, pensé, ni aquí ni en ningún otro lugar después.

Duros pensamientos para un muchacho tan joven, incluso un muchacho que es hijo de un rey, y que es dos partes dios y una parte mortal. Me sentía lleno de desesperación. Un día salí, solo, al lado de la ciudad que da al río, y miré por encima de la muralla, y vi los cadáveres flotando en el agua, los cuerpos de aquellos que no podían costearse un entierro. Y pensé: todo es lo mismo, mendigo o rey, rey o mendigo, y no hay significado en ninguna parte. ¡Lúgubres pensamientos! Pero al cabo de un tiempo los arrojé fuera de mi mente. Era joven. No podía pasarme toda la vida obsesionándome con tales cosas.

Más tarde vi la verdad dentro de la verdad: que aunque los dioses son tan despiadados y tan caprichosos como nosotros, también se produce el caso de que nosotros podemos hacernos tan elevados como los dioses. Pero aún me faltaba mucho tiempo para aprender esa lección.

4

Debido a que hay en mí sangre divina, crecí rápidamente a un tamaño y una fuerza extraordinarios. A los nueve años era más grande que cualquiera de los muchachos de la escuela del pequeño templo, y ya no tenía problemas con los compañeros como Bir-hurturre u Zabardi-bunugga. De hecho, me consideraban como su líder, y jugaban a los juegos que yo decía, y me cedían el primer asiento en todo. La única diferencia entre nosotros era que ellos tenían pelo en sus cuerpos y en sus mejillas, y yo no.

Fui a un sabio en el distrito de Kullab y le compré, por noventa se de plata y media sila de buen vino, una poción hecha de polvo de raíces de enebro, jugo de casia, antimonio, lodo y algunas otras cosas, que se suponía aceleraba el surgir de la virilidad. Froté la poción bajo mis brazos y en mis ingles, y quemaba como un millar de demonios. Pero pronto empezó a brotar el pelo en mi cuerpo, tan recio como el de cualquier guerrero.

Dumuzi emprendió una serie de campañas militares contra Aratta, contra la ciudad de Kish, y contra las tribus salvajes Martu del desierto. Yo era demasiado joven para tomar parte en esas guerras. Pero ya me estaba entrenando todos los días en el manejo de la jabalina, la espada, la maza y el hacha. Debido a mi estatura, los otros muchachos temían enfrentarse a mí en los entrenamientos, y tenía que practicar can los guerreros jóvenes. Un día, mientras luchaba con el hacha con un guerrero llamado Abbasagga, hendí su escudo por la mitad con un sólo golpe, y dejó caer su arma y abandonó corriendo el campo. Tras lo cual me resultó difícil hallar oponentes, incluso entre los hombres. Durante un tiempo practiqué a solas y estudié el arte del arco y de la flecha, aunque ésa es un arma usada solamente por los cazadores, no por los guerreros. El primer arco que hicieron para mí era demasiado débil, y lo partí mientras intentaba tensarlo; Luego compré un costoso arco de distintas maderas hábilmente laminadas juntas, cedro y morera y abeto y sauce, que servía mejor a mis propósitos. Aún lo conservo.

Otra cosa que aprendí fue el arte de la edificación. Estudié la mezcla de masillas y morteros a base de betunes y otros tipos de breas, la fabricación de ladrillos, el enlucido y pintado de paredes, y muchas otras cosas humildes, y a pleno calor del día trabajé, sudando, entre los artesanos, profundizando en mis habilidades. Una de las razones de que hiciera esto es muestra costumbre de educar a los príncipes en tales cosas, de modo que puedan jugar el papel que les corresponde en la construcción y dedicatoria de nuevos edificios y murallas. Sé que en otros lugares los príncipes ¡y los reyes no hacen más que cabalgar y cazar y divertirse con mujeres, pero aquí las cosas no son así. Por encima y más allá del asunto de las responsabilidades; que esperaba tener que asumir algún día, sin embargo, encontraba divertido dominar esas habilidades. Fabricar ladrillos y colocarlos en hileras para que formaran un muro me proporcionaba un poderoso sentimiento de realización, tan fuerte como cualquier otro que me proporcionaran empresas más heroicas: en algunos sentidos incluso más fuerte. Y había también algo voluptuoso en fabricar adobes, mezclar la arcilla y la paja, apretar la húmeda masa en el molde, retirar el exceso con el borde de la mano.