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469Un consejo de amigo, querido. Váyase lo antes posible; no le digo más. A buen entendedor... [...] de los santos padres de la Compañía de Jesús.

470¡He aquí, por fin, la ciudad famosa! ¡Ahí está Moscú la Santa, la urbe asiática de innumerables iglesias. ¡Ya era hora! [...] “Una ciudad ocupada por el enemigo es como una doncella que ha perdido su honor."

471Pero mi clemencia está siempre dispuesta a descender sobre los vencidos.

472Que me traigan a los boyardos.

473Mi querida, mi tierna, mi pobre madre.

474Establecimiento dedicado a mi querida madre [...] Casa de mi madre.

475Habrá que decírselo, de todas maneras. [...] Pero, señores...

476¡Moscú desierta! ¡Qué acontecimiento tan inverosímil!

477El efecto teatral había fallado.

478Mantener la tranquilidad en Moscú y hacer salir a sus habitantes.

479Ahí está el populacho, la hez de la población, la plebe, a la que han soliviantado con su estupidez. Necesita una víctima.

480El populacho es terrible y odioso. Son como lobos que no se sacian más que con la carne.

481Yo tenía otros deberes. Había que calmar al pueblo. Otras muchas víctimas han muerto y mueren por el bien público.

482Mi línea de conducta habría sido bien distinta.

483He matado dos pájaros de un tiro.

484¡Retiradme esto!

485Aquellos miserables habían irrumpido en la sagrada ciudadela, se habían apoderado de los fusiles del arsenal y disparaban (¡miserables!) contra los franceses. Algunos fueron rematados a sablazos y se limpió al Kremlin de su presencia.

486Patriotismo feroz de Rastopchin.

487¿Es usted el amo?

488Hospedaje, hospedaje... alojamiento. [...] Los franceses somos buenos chicos, qué diablo. ¡Vaya! ¡No nos enfademos, viejito!

489Ah, sí, díganme, ¿no habla nadie francés en esta casa?

490¿No está herido?

491Creo que no... pero esta vez por un pelo... ¿Quién es este hombre?

492¡Lamento tanto lo que ha sucedido! [...] ¡Es un loco, un desventurado que no sabe lo que hace!

493¡Canalla, me las pagarás! [...] Nosotros somos clementes después de la victoria, pero no perdonamos a los traidores.

494Usted me ha salvado la vida. ¡Usted es francés!

495¡A otro con eso! [...] Ya me contará toda la historia. Encantado de encontrar a un compatriota. Bien, ¿qué hacemos con este hombre?

496¡Usted me ha salvado la vida! Usted es francés. ¿Me pide que lo perdone? Se lo concedo. Que se lleven a ese hombre.

497Ya se os llamará cuando hagáis falta.

498Mi capitán, en la cocina tienen sopa y pierna de cordero. ¿Se lo traigo?

499Sí, y también el vino.

500Le debo la vida y le ofrezco mi amistad. Un francés no olvida nunca un insulto ni un favor. Le ofrezco mi amistad. No le digo más.

501Capitán Ramballe, del 13.° ligero, condecorado por la acción del día 7. [...] ¿Puedo saber con quién tengo el honor de conversar tan agradablemente, en vez de estar en la ambulancia con la bala de aquel loco en el cuerpo?

502Por favor. Comprendo sus razones, seguramente es usted oficial o jefe... Ha combatido contra nosotros, pero eso no es cosa mía. Le debo la vida y eso me basta. Soy todo suyo. ¿Es usted gentilhombre? [...] Dígame su nombre de pila, si no le molesta. No le pido más, ¿Pierre, dice?... Magnífico. No deseo saber más.

503Sí, mi querido monsieur Pierre, le estoy muy agradecido por haberme salvado... de aquel loco... Ya tengo, sabe usted, bastantes balas en el cuerpo. Aquí una [...] es de Wagram y dos de Smolensk. [...] Y esta pierna, ya lo ve, no funciona bien. Fue en la gran batalla del día 7, en el Moskova... ¡Dios mío! Era hermoso, merecía la pena de verse, un diluvio de fuego. Nos dieron ustedes bastante que hacer, ya pueden estar orgullosos, ¡al diablo! A fe mía y a pesar de la tos que me gané, volvería a empezar ahora mismo. Compadezco a quienes no lo han visto.

504Yo estuve allí.

505¡Oh! ¿De veras? Tanto mejor. [...] Son ustedes unos enemigos de cuidado. El gran reducto se mantuvo firme, ¡caray! Y nos lo hicieron pagar caro. Tuve que ir al ataque tres veces, tal como me ve. Tres veces llegamos a los cañones y las tres nos echaron atrás como monigotes. Era magnífico, monsieur Pierre. Sus granaderos estuvieron soberbios ¡por Dios! Los vi seis veces seguidas cerrar sus filas y marchar como en una parada. ¡Qué hombres! Nuestro rey de Nápoles, que de eso entiende, tuvo que gritar: “¡bravo!”. ¡Oh, oh!... Es un soldado como nosotros [...] Tanto mejor, tanto mejor, monsieur Pierre. Terribles en la batalla... galantes... [...] con las mujeres así son los franceses, ¿no es verdad, monsieur Pierre .

506A propósito, dígame: ¿es verdad que todas las mujeres se han ido de Moscú? ¡Qué idea tan extraña! ¿Qué podían temer?

507¿Acaso las mujeres francesas no huirían de París si entraran allí los rusos?

508¡Ja, ja, ja! ¡Esto sí que es bueno! ¿París? Pero, París... París...

509Bueno, si no hubiera dicho que era ruso, habría apostado que era parisién. Tiene usted un no sé qué...

510He estado en París. Viví allí varios años.

511Ya se ve, ya se ve. ¡París! ...Un hombre que no conoce París es un salvaje. Los parisienses notan a dos leguas de distancia. París es Taima, la Duchesnois, Potier, la Sorbona, los bulevares... [...] No hay más que un París en el mundo. Usted ha estado en París y sigue siendo ruso; pues bien, no lo estimo menos por eso.

512Volviendo a sus mujeres, dicen que son muy hermosas. ¡Qué absurda idea esa de ir a sepultarse en las estepas cuando el ejército francés está en Moscú! ¡Qué gran oportunidad se han perdido! Sus mujiks, es otra cosa; pero ustedes, las gentes civilizadas, deberían conocernos mejor. Hemos conquistado Viena, Berlín, Madrid, Nápoles, Roma, Varsovia, todas las capitales del mundo... Nos temen, pero también nos aman. Es un placer conocernos. Y además, el Emperador...

513El Emperador [...] Acaso el Emperador...

514¡El Emperador! Es la generosidad, la clemencia, la justicia, el orden, el genio: eso es el Emperador. Se lo digo yo, Ramballe. Aquí donde me ve, hace ocho años era su enemigo. Mi padre fue un conde emigrado... Pero ese hombre me ha vencido. Me tiene en un puño. No pude resistir el espectáculo de la grandeza y la gloria con que ha cubierto Francia. Cuando comprendí lo que quería, cuando vi que nos preparaba un lecho de laureles, no pude menos que decirme: “Éste es un soberano”, y me entregué a él. Eso es. ¡Sí, amigo mío! Es el hombre más grande de los siglos pasados y venideros.