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Casi simultáneamente oyó que aporreaban la puerta detrás de él, y echó la mano hacia atrás, hurgando para abrirla sin volverse.

—Soy un oficial de policía —dijo—. Quiero que alguien vaya a la Comisaría 12-A, en la Calle Veintitrés, e informe de esto inmediatamente. Que diga que Billy Chung está aquí. Muerto.

Una bala en la sien, observó súbitamente Andy. En el mismo lugar en el que Mike O'Brien había recibido la herida mortal.

Lo que vino a continuación fue lo peor de todo. No por Billy, que estaba muerto y bien muerto. Pero la madre y la hermana le habían insultado en todos los tonos mientras los dos gemelos permanecían abrazados, sollozando. Finalmente, Andy hizo que los vecinos se llevaran a toda la familia y se quedó solo con el cadáver hasta que llegaron Steve Kulozik y un patrullero de la comisaría. Después de eso no había vuelto a ver a las dos mujeres, no había querido verlas. Había sido un accidente, ellas tenían que saberlo. Si el muchacho no hubiese tropezado, la bala le hubiera herido en la pierna y el asunto habría terminado allí. No es que a la policía le importara el trágico final, sólo era por las dos mujeres. Bueno, que le odiaran si querían, su odio no le lastimaba y nunca más volvería a verlas. Si preferían recordar al hijo como un mártir, y no como un asesino, allá ellas. De cualquier modo, el caso estaba cerrado.

Era tarde, más de medianoche, cuando Andy llegó a su apartamento. Trasladar el cadáver y redactar un informe había requerido mucho tiempo. Como de costumbre, los Belicher no habían cerrado la puerta del rellano: no les importaba, no poseían nada que valiera la pena robarles. Su cuarto estaba a oscuras y Andy encendió su linterna para cruzarlo, y tuvo una visión fugaz de sus cuerpos amontonados y de sus ojos abiertos. No dormían… pero al menos permanecían todos callados, para variar, incluso el bebé. Mientras introducía la llave en la cerradura de su puerta Andy oyó lo que le pareció una risita ahogada tras él, en la oscuridad. Se encogió de hombros. ¿Qué podía ser lo que les inspiraba aquella risa?

Empujando la puerta de la silenciosa habitación, recordó la discusión con Shirl a primera hora de aquella misma noche y se sintió acometido por un súbito acceso de temor. Levantó la linterna, pero no apretó la palanca. La risa volvió a resonar tras él, esta vez menos disimulada.

La luz se deslizó a través de la habitación hasta las sillas desocupadas, la cama vacía. Shirl no estaba allí. Esto podía significar cualquier cosa, probablemente había bajado a los retretes.

Pero, incluso antes de abrir el armario, Andy sabía que las ropas de Shirl habían desaparecido, lo mismo que sus maletas.

Shirl se había marchado también.

XI

—¿Qué es lo que quiere? —preguntó el hombre de mirada dura, sin avanzar más allá de la puerta del dormitorio—. Usted sabe que el señor Briggs es un hombre muy ocupado. Yo soy un hombre muy ocupado. Ni a él ni a mí nos gustó su llamada telefónica diciendo que alguien debía venir aquí, así, por las buenas. Si tiene que decirle algo al señor Briggs, vaya y dígaselo.

—Siento mucho no poder complacerle —dijo el Juez Santini, jadeando un poco mientras hablaba, incorporado sobre unas almohadas en la gran cama doble de madera oscura, con las suaves mantas cuidadosamente remetidas en torno a él—. Me gustaría mucho hacerlo. Pero temo que el ir a visitar a los amigos es algo que ha terminado para mí, al menos eso dice mi médico, y yo le pago para conocer sus opiniones. Cuando un hombre de mi edad padece una enfermedad coronaria tiene que cuidarse mucho. Reposo, sobre todo reposo. No más subir aquellas escaleras del Edificio del Empire State. Y en confianza, Schlachter, puedo decirle que no las echaré de menos…

—¿Qué quiere usted, Santini?

—Proporcionarle una información para el señor Briggs. La policía ha encontrado a Billy Chung, el muchacho que asesinó a Big Mike.

—¿Lo cual significa…?

—Significa… Confiaba en que recordaría usted una reunión que sostuvimos para tratar de este tema. Se sospechaba que el asesino podía estar relacionado con Nick Cuore, que el muchacho figuraba en su nomina. Por mi parte lo dudo, al parecer había estado actuando por su cuenta. Nunca lo sabremos con certeza, ya que el muchacho ha muerto.

—¿Es eso todo?

—¿No es suficiente? Podría recordar usted que el señor Briggs estaba preocupado por la posibilidad de que Cuore hubiera decidido extender su campo de actividades a esta ciudad.

—Es imposible que ocurra una cosa semejante. Cuore ha sido convencido para que se haga cargo de Paterson. Ha habido ya una docena de asesinatos. Nunca estuvo interesado en Nueva York.

—Me alegra oír eso. Pero creo que será mejor que se lo diga al señor Briggs, de todos modos. Estaba lo bastante interesado en el caso como para ejercer presión sobre el departamento de policía, que ha dedicado un hombre a esta investigación desde el mes de agosto.

—No importa. Se lo diré si se me presenta la ocasión. Pero ya no está interesado en esto.

Cuando su huésped se hubo marchado, el Juez Santini se dejó caer pesadamente hacia atrás. Esta noche estaba cansado, más cansado de lo que recordaba haber estado nunca. Y persistía aún el recuerdo de aquel dolor, muy hondo dentro de su pecho.

Sólo faltaban dos semanas para el año nuevo. Siglo nuevo, también. Resultaría extraño escribir dos mil en vez de mil novecientos y pico como había hecho toda su vida.

1 de enero de 2000. Por algún motivo, parecía una fecha rara. Hizo sonar la campanilla para que acudiera Rosa y le diera su medicina. ¿Cuánto de este nuevo siglo vería? El pensamiento resultaba muy deprimente.

En la silenciosa habitación, el tic-tac del anticuado reloj sonaba muy fuerte.

XII

—El teniente quiere verte —gritó Steve a través de la sala.

Andy agitó la mano en señal de asentimiento, se puso en pie y se desperezó, alegrándose de poder perder de vista el fajo de informes en los que estaba trabajando. Primero lo de Billy Chung, después descubrir que Shirl se había marchado… eran demasiadas cosas para una sola noche. ¿Dónde buscaría a Shirl, para pedirle que regresara? Pero, ¿cómo podía pedirle que regresara si los Belicher estaban aún allí? No era la primera vez que sus pensamientos daban vueltas en ese sentido. No le conducían a ninguna parte. Llamó a la puerta de la oficina del teniente, y entró.

—¿Quería usted verme, señor?

El teniente Grassioli se estaba tragando una píldora y asintió, luego se atragantó con el agua que utilizaba para hacerla pasar. Tuvo un acceso de tos, y se dejó caer en el viejo sillón giratorio, con un aspecto más grisáceo y más cansado que de costumbre.

—La úlcera va a acabar conmigo cualquier día de estos. ¿Ha oído hablar de alguien muriéndose de una úlcera?

No había ninguna respuesta para una pregunta como aquella. Andy se preguntó el motivo de que el teniente se mostrara conversador, no era propio de él. Habitualmente, se limitaba a expresar sin tapujos lo que quería decir.

—En las altas esferas no están demasiado contentos con el desenlace del caso del muchacho chino —dijo Grassioli, hojeando los informes y las fichas que llenaban su escritorio.

—¿Qué quiere usted decir…?

—Sólo esto, Cristo, solo que, como si no tuviera bastantes problemas con esta brigada, tengo que verme también mezclado en política. Centre Street opina que ha perdido usted demasiado tiempo en este caso; hemos tenido dos docenas de asesinatos sin resolver en la comisaría desde que usted empezó con ese.

—Pero… —casi tartamudeó Andy, desconcertado—. Usted me dijo que el propio jefe superior había ordenado que dedicara todo mi tiempo al caso. Usted me dijo que tenia…