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Mis problemas de verdad empezaban entonces. Si encontrar un manuscrito de Watson era improbable, convencer al resto del mundo del hallazgo rozaba lo imposible. Me enfrentaba a un ejército de incrédulos. Para empezar, los escépticos aseguraban que no era la escritura de Watson; sin embargo, es normal que a la edad de 75 años no pudiera seguir elaborando sus propias copias manuscritas. Después llegaron los que dudaban de que se hubiera tomado tantas molestias para escribir una historia simplemente para animar a la señora Houdini. Mi única respuesta posible era que esa era precisamente la clase de hombre que era. Y lo que es más, en 1927 Watson no tenía ninguna necesidad real de dinero y por tanto podía dedicarse a escribir aquello que más le apeteciera.

Aunque se tratara de una historia única entre todas las que escribió sobre Holmes, no era la primera vez que Watson mantenía en secreto una de sus historias por razones de discreción. Su mayor preocupación sería ahorrarle la vergüenza a la insigne personalidad implicada en este suceso. Cualesquiera que fueran sus razones, Watson murió a causa de una neumonía vírica dos años después de enviar esta nota a la señora Houdini. Es seguro que Holmes no tuvo ningún interés en el proyecto, por lo que toda esperanza de que aquella historia pudiera ver la luz moría con el propio Watson.

Tan pronto como fui capaz de responder a estas objeciones, otras nuevas se me presentaron. Algunas personas llegaron incluso a acusarme de haber escrito la historia yo mismo, a pesar de asegurarles que yo no era más que un ignorante sin talento. Luego estaba ese desdeñable grupo que insistía en que Sherlock Holmes era tan solo una invención de sir Arthur Conan Doyle. Son una facción espuria, sin duda, pero también numerosa en la industria editorial, y, por tanto, difícil de ignorar. Finalmente, después de muchos meses de esfuerzos, pude por fin convencer a William Morrow y compañía, una comprensiva editorial, de que, por dudoso que fuera el origen del manuscrito, se trataba de una gran historia. Dejaré que sea el lector quien dé un veredicto final. Por mi parte no tengo dudas, y quiero asegurar al lector que los más increíbles sucesos y afirmaciones aquí recogidos son los que con mayor facilidad se pueden verificar. El episodio relatado por Bess Houdini en el tercer capítulo está también recogido en la biografía de Houdini realizada por Milbourne Christopher: Houdini: The Untold Story. La fuga que presenta Houdini en el epílogo se convirtió en un efecto recurrente en sus actuaciones sobre el escenario. Recreó la extraordinaria hazaña descrita en el capítulo diecinueve en su película The Grim Game.

He realizado algunas extrañas, aunque espero que aclaratorias notas al pie en aquellos lugares donde el conocido oscurantismo de Watson se hace patente. Salvo en estos casos, no pondré más a prueba la paciencia del lector. Watson se encuentra como siempre en buena forma, es un amigo para el lector y un punto de referencia en una edad de cambios…

Daniel Stashower

Ciudad de Nueva York

12 de febrero de 1985

Prólogo del autor

En todos mis años con Sherlock Holmes me he encontrado con apenas un puñado de hombres que pudieran rivalizar con él en testarudez e ingenio. Uno de estos hombres fue William Gladstone, ex primer ministro. Otro fue un caballero en Cornualles que diseñaba pequeñas armas con frutas pasas. Pero sin duda, la personalidad más extraordinaria entre ellos fue Harry Houdini, el célebre mago y escapista.

Sherlock Holmes y Harry Houdini se conocieron en abril de 1910. Holmes, cada vez más cerca de su retiro, se encontraba entonces en el momento culmen de su fama. Houdini, veinte años más joven, todavía no había alcanzado el reconocimiento internacional que pronto tendría. Su primer encuentro no fue cordial, y nunca llegaron a hacerse íntimos, pero hubo sin embargo un tácito respeto entre ellos; ambos reconocían en el otro al maestro indiscutible en su oficio.

Su encuentro y los hechos que lo propiciaron dieron forma a uno de los casos más singulares en la carrera de mi amigo. Houdini fue siempre reservado en lo que concernía a los detalles de su vida privada, lo que me impidió escribir sobre estos sucesos durante sus años de vida. Desafortunadamente, el impedimento ya no existe. Houdini falleció mucho antes de que fuera su momento, y de una manera que yo mismo pudiera haber intuido. [1]

Así pues, me sitúo de regreso en el año 1910. Quiero ser cuidadoso a la hora de fijar el año preciso, ya que he recibido quejas por parte de algunos de mis lectores en relación con mi falta de atención a las fechas. Fue el año en que Jorge V ascendió al trono; un tiempo en el que, sin nosotros saberlo, oscuros ecos por toda Europa nos empujaban poco a poco hacia la Gran Guerra.

John H. Watson, doctor.

2 de noviembre de 1926

1. El crimen del siglo

– ¿El crimen del siglo?-preguntó Sherlock Holmes removiendo el carbón en la chimenea con un atizador de metal-. ¿Está completamente seguro, Lestrade? Después de todo, el siglo es joven todavía, ¿no cree? -Se giró hacia el inspector, cuyo rostro todavía estaba arrebatado por el drama contenido en su afirmación-. Quizá sería más prudente, querido amigo, hablar del crimen de la década, o posiblemente del crimen más serio del año, pero uno debe huir de semejantes hipérboles.

– Debo prevenirle: no debería tomarse a la ligera esta situación, señor Holmes -dijo el inspector, situado junto al mirador-. No he cruzado la ciudad sólo para divertirlo. Este caso del que le hablo tiene implicaciones que se encuentran fuera, incluso, de su alcance. En realidad, simplemente por el hecho de haber venido a discutirlo con usted, estoy sobrepasando mi autoridad. Lo que ocurre es que me encontré casualmente con Watson, aquí presente…

– En efecto. -Holmes devolvió el atizador a su estante y se volvió hacia nosotros. Vestía una levita de un gris sombrío que enfatizaba su gran estatura y su rígido porte. Holmes superaba el metro ochenta de estatura, como ya otras veces he señalado; era delgado en extremo, casi cadavérico; sus rasgos afilados y nariz aguileña le daban una apariencia como de halcón. Sentado de espaldas al fuego, con los codos apoyados sobre el mantel, era difícil saber si su postura era simplemente cómoda o se trataba de una advertencia-. Creo que lo mejor sería que nos contara su historia desde el principio, Lestrade. Ha dicho que sospecha que este joven norteamericano es el autor de un gran crimen, ¿no es así?

– Así es.

– ¿Y cuál dijo que era su nombre?

– Houdini.

– Cierto, Houdini. Watson, ¿le importaría mirar en el índice?

Seleccioné de una de las estanterías uno de sus abultados libros de notas y comencé a pasar páginas completas.

– H, o, u, ¿no es así? Aquí tenemos el duque de Holderness, y aquí… Sí. Houdini, Harry. Nacido el 24 de marzo de 1874 en Budapest. Es curioso, sin embargo… Existe otro registro que sitúa su nacimiento en Appleton, Wisconsin, el 26 de abril del mismo año.

– Realmente curioso.

– Es un mago norteamericano, conocido por sus asombrosos escapismos. Se dice que hasta el momento siempre ha conseguido liberarse de cualquier tipo de confinamiento. Le gusta particularmente retar a los agentes de policía para que lo encierren maniatado en recintos oficiales, de los cuales después escapa por sus propios medios.

Oí una risa sofocada cerca de la chimenea.

– Houdini tiene además interés por las nuevas máquinas voladoras, de hecho él mismo ha realizado varios vuelos cortos.

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[1] Houdini murió el 31 de octubre de 1926 de una peritonitis aguda provocada por una serie de golpes que recibió en el estómago.