En ese momento, había logrado que el público se encontrara en tal estado que el simple nombre del número provocó un desenfrenado aplauso salpicado de gritos femeninos. Desde el balcón superior, un hombre gritó a Houdini que desistiera, lo que satisfizo enormemente al joven norteamericano.
– ¡No, no, amigos míos!-exclamó el mago, de nuevo con los brazos en alto para hacerse oír-. Aunque su preocupación está justificada, y los peligros son grandes, no me echaré atrás ante este o cualquier otro desafío. Esto es lo que significa afrontar el lado oscuro, esto es lo que significa trazar los límites del hombre. Esto, damas y caballeros, es lo que significa ser Houdini.
Lo siguiente fue un nuevo tumulto de desenfrenados aplausos y gritos, y pasó un rato largo antes de que la actuación pudiera continuar.
Decir que el regreso a los escenarios de Houdini aquella noche había sido de lejos un triunfo hubiera sido hacer al gran mago un flaco favor. Su actuación no se podía catalogar como menos que milagrosa, y había demostrado un magistral control de la imaginación de su público. Durante las semanas previas, las secciones de teatro de los periódicos de Londres habían anunciado su reaparición con gran emoción, mientras que las primeras páginas de los periódicos se ocupaban con detalle del papel que Houdini había jugado en el caso de Gairstowe. Incluso las ceremonias que rodearon la coronación del príncipe de Gales como Jorge V no lograron eclipsar por completo las noticias y especulaciones en torno a Houdini. Durante todo ese tiempo, Houdini se había mostrado satisfecho, evitando apariciones públicas, revisando y refinando sus trucos, y permitiendo que el renovado interés en su labor se alimentara por sí solo. Ahora, de pie junto a él en tan extraordinaria noche, su primera aparición pública desde el equivocado arresto y encarcelamiento, solo podía maravillarme de comprobar cómo había sabido transformar el casi desastre en provecho personal y situarse a sí mismo en el auténtico primer plano de la atención pública.
Una vez supervisado el emplazamiento de varios cubos enormes de agua, un biombo negro y el enorme reloj empleado en el número de la cámara acuática de tortura, Houdini se volvió hacia mí y me susurró: «Tengo que abandonar el escenario un minuto, John. Entretenlos mientras vuelvo, ¿de acuerdo?». Me dio una palmada en el hombro y se situó detrás de la pantalla negra.
Felizmente, el público estaba todavía tan nervioso por el asombroso escapismo que se escenificaría a continuación, que la ausencia de Houdini pasó casi desapercibida. No fue hasta que reapareció momentos después, vestido con su traje de baño, que la sala se acalló de nuevo.
– Todo está listo -anunció el mago-. Como ven, mis ayudantes están llenando la lechera de líquido. [19] Pero antes de acometer este reto, probemos otro tipo de examen, uno en el que todos y cada uno de los miembros del público podrán participar. Me introduciré ahora en la lechera y me sumergiré bajo la superficie del agua, sin cerrar la tapa. Les invito a todos a contener el aliento conmigo durante tanto tiempo como les sea posible. De esta manera, veremos cómo les hubiera ido a cada uno de ustedes con la lechera. -Houdini se introdujo hasta la altura del pecho dentro de la misma, salpicando de agua el escenario al hacerlo-. Doctor Watson, ese interruptor eléctrico en la base del reloj pondrá en marcha las manecillas. Y recuerde, doctor, espero que también usted contenga su aliento. Ahora, si están todos preparados, damas y caballeros… Empecemos. -Houdini se deslizó bajo la superficie del agua mientras yo ponía en marcha el enorme reloj. Desde detrás de las luces del escenario se escuchó una gran inhalación de aire cuando cientos de espectadores se propusieron superar al joven mago. Fui algo parecido a un atleta en la universidad, y siempre estuve bastante orgulloso de la capacidad de mis pulmones al nadar, pero antes de que pasara un minuto me encontré jadeando en busca de aire junto con la mayoría del público. En mi caso, atribuí mi escasa resistencia, al menos parcialmente, a los nervios de encontrarme sobre el escenario delante de tanta gente. Houdini, evidentemente, no sufría ese miedo escénico.
Antes de que el enorme reloj marcara el paso de noventa segundos, los numerosos jadeos que llegaban de la sala indicaban que incluso los espectadores más duros se habían visto obligados a tomar aire; y antes de que pasaran dos minutos completos, estaba claro, por la animada conversación en todo el teatro, que no había nadie que hubiera conseguido superar a Houdini. Todos los ojos estaban ahora fijos en la lechera, pero el mago aún se mantenía bajo la superficie del agua. Cuando las manecillas del reloj alcanzaron los tres minutos, Houdini reapareció, salpicando de nuevo, por la boca de la lechera, con las manos juntas en alto en señal de triunfo.
Esta proeza de resistencia le valió una tremenda ola de aplausos, que Houdini agradeció con una profunda reverencia sobre el borde de la lechera. «¡Gracias!» exclamó mientras luchaba por recuperar el aliento. «Muchas gracias. Son muy amables. Y ahora, si me lo permiten, el verdadero desafío dará comienzo. Mi ayudante traerá ahora la tapa y la cerrará sobre la boca del recipiente. A propósito, damas y caballeros, me gustaría aprovechar este momento para presentarles a todos a mi ayudante. Es mi esposa, Bess Houdini». La señora Houdini apareció de entre bastidores con un atractivo vestido de seda violeta. Estaba sencillamente encantada de haberse reincorporado como ayudante de su marido, y me sonrió cálidamente al ocupar su lugar a su lado. «Gracias, Bess» dijo Houdini. Tomó la tapa de la lechera de sus manos y la mantuvo en alto. «Y ahora, una vez más, me meteré dentro de la lechera. Mis ayudantes la llenarán hasta que rebose, reponiendo toda el agua que se ha derramado. Entonces, mi esposa y el doctor Watson asegurarán la tapa sobre el recipiente y me encerrarán en su interior. Ya han visto que puedo aguantar tres minutos bajo el agua, pero ¿seré capaz de escapar de la lechera en ese tiempo? Lo veremos». Houdini hizo una pausa en ese momento; de pie, metido dentro de la lechera hasta la altura del pecho, miró inquisitivamente a lo lejos. «Este antiguo misterio celta proviene de un sagrado consejo de druidas, quienes…». De nuevo Houdini se detuvo, aparentemente reconsiderando sus palabras. Lo vi mirar fugazmente al palco real, donde el recientemente coronado Jorge V se sentaba sonriendo benévolamente. Junto a su majestad, en un asiento reservado generalmente a miembros de la familia real, se sentaba Sherlock Holmes. Detrás de ellos, en un lugar que denotaba el equivalente a la indiferencia real, estaba sentado el hermano mayor del detective, Mycroft. Cuando Houdini alzó la vista hacia ellos, sus ojos parecieron formular una pregunta, una pregunta a la que Sherlock Holmes respondió con una ligera inclinación de cabeza.
Houdini miró de nuevo hacia el público. «Amigos míos» dijo, dejando a un lado su ensayado discurso, «mi amable público… Muchos de ustedes han leído sobre mi reciente…» buscó la palabra apropiada «…malentendido con Scotland Yard. Por favor, tengan por seguro que no culpo a nadie de mi desdicha, incluso a pesar de que casi arruina mi carrera. No, no culpo a nadie». El inspector Lestrade se revolvía incómodo en su silla de la primera fila. «Aun así», continuó Houdini, «sería negligente por mi parte si no diera las gracias a los dos hombres responsables de esclarecer el asunto. A uno de ellos ya lo conocen, está aquí junto a mí. El otro hombre está también aquí con nosotros esta noche. Él es Sherlock Holmes».
Me gustaría poder contar que Holmes se sonrojó y que apartó la vista, pero la verdad es que le gustan bastante los elogios públicos, y aún más especialmente este, encabezado por su majestad el rey, mientras Mycroft Holmes miraba fijamente el suelo, de malhumor.