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—Ah —dijo Ponter—. Bueno…

—No estoy segura de que haya algo que podamos hacer.

—Hay mucho que podemos hacer, pero me has hecho prometer que no lo haría.

—Eso es. Pero…

—Deberíamos hacerle saber que lo hemos descubierto —dijo Ponter—. Que sus movimientos están siendo vigilados. —Yo no podría enfrentarme a él.

—No, por supuesto que no. Pero podríamos dejarle una nota.

Ponter alzó la mano izquierda.

—Es la filosofía que está detrás de los implantes Acompañantcs. Si sabes que estás siendo observado, o que tus acciones están siendo grabadas, entonces modificas tu conducta. Ha funcionado bien en mi mundo.

Mary tomó aire y luego resopló lentamente.

—Supongo… supongo que no podría hacer daño. ¿En qué estás pensando? ¿Sólo una nota anónima?

—Sí.

—¿Quieres decir, hacerle saber que va a ser vigilado de manera continua a partir de ahora? ¿Que no hay forma de que pueda librarse de nuevo? —Mary se lo pensó—. Supongo que tendría que ser idiota para volver a violar si sabe que alguien lo tiene calado.

—En efecto.

—Supongo que podríamos dejarle una nota en su taquilla, en York.

—No —dijo Ponter— . En York no. Ya tomó medidas para eliminar las pruebas allí, después de todo. Supongo que pensó que no volverías en todo un año, y que por eso podía eliminar sin problemas las muestras que habías guardado sin que nadie supiera exactamente cuándo desaparecieron. No, esta nota debería entregarse en su morada.

—¿Su morada? ¿Quieres decir su casa?

—Sí.

—Comprendo —dijo Mary—. Nada es más amenazador que el hecho de que alguien sepa dónde vives.

Ponter puso cara de perplejidad, pero dijo:

—Tú sabes dónde está su casa.

—No muy lejos de aquí. No tiene coche… vive solo, y no se puede permitir uno. Lo he llevado en el mío a casa unas cuantas veces, cuando hay tormenta. Es un apartamento a la salida de Jane Street… pero no, espera. Sé en qué edificio vive, pero no tengo ni idea de cuál es el número de su apartamento.

—¿Es una morada multifamiliar, como la tuya?

—Sí. Bueno, no tan bonita como la mía.

—¿No habrá un directorio a la entrada identificando qué unidad alberga a qué persona?

—Ya no hacemos eso. Tenemos códigos numéricos y porteros automáticos… la idea es impedir que la gente haga justo esto de lo que estamos hablando: averiguar exactamente dónde vive alguien.

Ponter meneó la cabeza, asombrado.

—Las molestias que os tomáis los gliksins para evitar tener implantes Acompañantes…

—Vamos —dijo Mary—. Pasemos por delante de su edificio. Al menos sabremos el número de la calle.

—Bien.

Mary notó que se tensaban mientras pasaban por Finch y desembocaban en la calle donde estaba el bloque de apartamentos de Ruskin. No es que temiera encontrarse con él, aunque eso sin duda la hubiese asustado. Era simplemente de pensar en un posible juicio por violación. ¿Sabe dónde vive el hombre a quien acusa, señora Vaughan? ¿Ha estado alguna vez en su casa? ¿De veras? ¿Y sin embargo dice que fue no consentido?

Driftwood, la zona alrededor de Jane y la avenida Finch no era un sitio donde una persona cuerda quisiera estar mucho tiempo. Era uno de los barrios con mayor índice de criminalidad de Toronto… demonios, de Norteamérica. Su proximidad a York era una vergüenza para la universidad y, probablemente, a pesar de años de presiones, el motivo por el que la línea de metro de Spadina nunca había llegado hasta el campus.

Pero Driftwood tenía una ventaja: los alquileres eran baratos. Y para alguien que trataba de llegar a fin de mes con el sueldo de un profesor sustituto, alguien que no podía permitirse un coche, era el único sitio cercano a la universidad asequible.

El edificio de Ruskin era una torre de ladrillo blanco con balcones oxidados llenos de basura, y una tercera parte de las ventanas cubiertas por periódicos o papel de aluminio. El edificio parecía tener unos quince o dieciséis pisos de altura y…

—¡Espera! —dijo Mary.

—¿Qué?

—¡Vive en el último piso! Ahora lo recuerdo: solía decir que era «su ático en las chabolas». —Hizo una pausa—. Naturalmente, seguimos sin saber qué número, pero lleva viviendo aquí al menos dos años. Estoy segura de que su cartero lo conoce… los académicos solemos recibir montones de revistas y papeles por correo.

—¿Sí? —dijo Ponter, claramente sin comprender.

—Bueno, si enviamos una carta dirigida al «doctor Cornelius Ruskin» a esta dirección, y ponemos simplemente “último piso», como parte de la dirección, estoy segura de que le llegará.

—Ah —dijo Ponter—. Bien. Entonces, asunto concluido.

38

Selgan, el escultor de personalidad, miró a Ponter durante un rato.

— Ya veo que le gusta bromear.

—¿Qué quiere decir?

—«Asunto concluido.» Me ha dicho que cometió un crimen en el mundo gliksin… es fácil deducir cuál.

—¿Sí? Dudo que lo haya deducido.

Selgan se encogió levemente de hombros.

—Posiblemente no. Pero he deducido una cosa que tal vez se le haya pasado por alto a usted.

Ponter parecía irritado.

—¿Y cuál es?

—Mary sospechaba que iba a hacerle algo a Ruskin.

—No, no, ella es completamente inocente.

—¿Lo es? Una mujer de su inteligencia… ¿y sin embargo aceptó su pobre excusa para que le enseñara dónde vivía Ruskin?

—¡Teníamos la firme intención de enviarle una carta de advertencia! Tal como habíamos discutido. Mary es pura, sin pecado… ¡eso es lo que significa su nombre! Lleva el nombre de la madre de Su Dios encarnado, una mujer que concibió inmaculadamente, sin el pecado original. Lo aprendí durante mi primer viaje a su mundo. Ella nunca…

Selgan alzó una mano.

—Cálmese, Ponter. No pretendía ofenderlo. Por favor, continúe con su narración…

— Ponter? —preguntó Hak a través de los implantes del oído.

Ponter movió la cabeza con un pequeñísimo gesto de asentimiento.

—A juzgar por el ritmo de su respiración, Mary duerme profundamente. No la despertarás si te vas ahora.

Ponter se levantó de la cama de Mary. Los brillantes dígitos rojos del reloj de la mesita de noche señalaban la 1.14. Salió de la habitación, recorrió el pequeño pasillo hasta el salón. Como siempre, se puso el cinturón médico y comprobó el contenido de una de las bolsas para asegurarse de que tenía la llave magnética que Mary le había dado; sabía que la necesitaría para volver al edificio. Luego abrió la puerta principal de la casa, salió al pasillo y bajó en ascensor hasta la planta baja.

Recorrió el gran vestíbulo y salió a la noche por las puertas dobles. ¡Pero qué distinta era la noche en este mundo! Había iluminación por todas partes: procedente de las ventanas, de las luces eléctricas colgadas en altos postes verticales, de los vehículos que pasaban por la carretera. Probablemente hubiese sido más fácil su completa oscuridad. Aunque sabía que desde lejos no se distinguía mucho de un gliksin (al menos de un levantador de pesas gliksin), hubiese preferido hacer aquel viaje en total oscuridad.

—Muy bien, Hak —dijo Ponter en voz baja—. ¿Por dónde?

—A tu izquierda —repuso Hak, usando el implante de su oído—.

Mary suele tomar una carretera diseñada exclusivamente para vehículos de motor, sin peatones, cuando viene a casa desde York.

—La Cuatro-cero-siete —dijo Ponter—. Así es como la llama.

—En cualquier caso, tendremos que encontrar otra ruta paralela más segura.

Ponter empezó a trotar. Había unas quince mil brazadas hasta su destino: no tardaría más de un diadécimo en llegar, si mantenía una velocidad decente.