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—¿Doc … doctor Boddit? —preguntó, claramente sorprendido.

Ponter había planeado urdir una historia de cómo necesitaba la ayuda de Ruskin, con la esperanza de acceder al apartamento, pero se sintió incapaz de hablar en tono civilizado con aquel… con aquel primate. Con la mano derecha, la palma hacia fuera, empujó la puerta. La cadena chasqueó, la puerta se abrió de golpe y Ruskin cayó hacia atrás.

Ponter entró rápidamente y cerró la puerta tras él.

—¿Qué dem…? —gritó Ruskin, poniéndose en pie.

Ponter advirtió que Ruskin iba vestido con ropa de diario normal, a pesar de la hora… y eso le hizo pensar que acababa de regresar a casa, posiblemente después de haber atacado a otra mujer.

Ponter empezó a acercarse.

—Violó usted a Qaiser Remtulla. Violó a Mary Vaughan.

—¿De qué está hablando?

Ponter continuó hablándole en voz baja.

—Puedo matarlo con las manos desnudas.

—¿Está loco? —gritó Ruskin, retrocediendo.

—No — dijo Ponter, avanzando—. No estoy loco. Es este mundo de ustedes el que está loco.

Los ojos de Ruskin se dirigían a izquierda y derecha en la desordenada habitación, buscando sin duda una vía de escape… o un arma. Tras él había una abertura en la pared, un hueco que parecía conectar con una zona de preparación de comida.

—Se las verá conmigo —dijo Ponter—. Se las verá con la justicia.

—Mire, sé que es nuevo en este mundo, pero nosotros tenemos leyes. No puede…

—Es usted un violador múltiple.

—¿Qué se ha tomado?

—Puedo demostrado —dijo Ponter, acercándose aún más.

De repente Ruskin se giró y dobló el cuerpo, buscando en la ventanita de la pared. Se volvió sosteniendo una pesada sartén. Ponter ya había visto esas cosas, cuando estaba en cuarentena en casa de Reuben Montego. Ruskin blandió la sartén, agarrando el asa con ambas manos.

—No se acerque más.

Ponter continuó avanzando, implacable. Cuando estaba sólo a un paso de Ruskin, éste golpeó. Ponter alzó el brazo para protegerse la cara. La resistencia del aire debió de frenar lo suficiente para que el escudo no se activara, y por eso Hak recibió gran parte del impacto. Ponter disparó el brazo derecho y agarró la laringe de Ruskin.

—Suelte ese objeto o le aplastaré la garganta.

Ruskin trató de hablar, pero Ponter cerró los dedos. El gliksin consiguió descargar un golpe más con la sartén en el hombro de Ponter… afortunadamente, no el que tenía herido. Ponter levantó a Ruskin del suelo.

—¡Suelte ese objeto! —gruñó.

La cara de Ruskin se había vuelto púrpura, y sus ojos (sus ojos azules) parecían a punto de estallar. Finalmente soltó la sartén, que golpeó con estrépito el suelo de madera. Ponter hizo girar a Ruskin y lo golpeó contra la pared adyacente a la ventanita. El yeso de la pared se abolló un poco con el impacto y apareció una gran grieta.

—¿Vio en las noticias a la embajadora Prat matando a nuestro atacante?

Ruskin seguía jadeando en busca de aire.

—¿Lo vio? —exigió Ponter—. La embajadora Prat es una 144. Yo soy un 145. Soy diez años más joven que ella. Aunque mi sabiduría no iguala todavía la que ella posee, mi fuerza sobrepasa la suya. Si me sigue provocando, le hundiré el cráneo.

—¿Qué… ? —La voz de Ruskin sonaba increíblemente ronca— ¿Qué quiere?

—Primero, quiero la verdad. Quiero que reconozca sus crímenes.

—Sé que esa cosa que lleva en el brazo es una grabadora, por el amor de Dios.

—Admita los crímenes.

—Yo nunca…

—Los policías de Toronto tienen muestras de su ADN por la violación de Qaiser Remtulla.

Ruskin escupió las palabras.

—Si supieran que es mi ADN, estarían ellos aquí, no usted.

—Si insiste en negarlo, lo mataré,

Ruskin consiguió sacudir levemente la cabeza, a pesar de la tenaza aplastante de Ponter.

—Una confesión bajo coacción no es confesión en absoluto.

Hak soltó un pitido, pero Ponter dedujo el significado de lo que era «coacción».

—Muy bien, entonces convénzame de que es inocente.

—No tengo que convencerlo de nada.

—No lo tuvieron en cuenta para un ascenso ni para un empleo fijo a causa de su color de piel y de su sexo —dijo Ponter.

Ruskin no dijo nada.

—Odiaba el hecho de que otras personas… de que mujeres fueran promocionadas antes que usted.

Ruskin se debatía, intentando librarse de Ponter, pero Ponter no tenía dificultades para sujetado, —Deseaba herirlas. Humillarlas.

—Sigue pescando, cavernícola.

—Se le negó lo que quería, así que tomó lo que sólo puede ser entregado.

—No fue así…

—Dígame —susurró Ponter, doblando hacia atrás uno de los brazos de Ruskin—. Dígame cómo fue.

—Yo merecía la plaza. Pero seguían jodiéndome una y otra vez. Esas zorras seguían jodiéndome y…

—¿Y qué?

—Y por eso les demostré lo que puede hacer un hombre.

—Es usted una desgracia para los hombres —dijo Ponter—. ¿A cuántas violó? ¿A cuantas?

— Solo…

—Solo a Mary y Qaiscr?

Silencio,

Ponter apartó a Ruskin de la pared y lo volvió a golpear contra ella.

La grieta se hizo más larga.

—¿Hubo otras?

—No. Sólo…

Dobló más el brazo de Ruskin.

—¿Sólo quién? ¿Sólo quién?

La bestia aulló de dolor.

—¿Sólo quién? —repitió Ponter.

Ruskin gruñó, y luego, entre dientes, dijo:

—Sólo a Vaughan. Y a esa puta paqui…

—¿Qué? —dijo Ponter, confundido, mientras Hak pitaba.

Volvió a retorcer el brazo.

—Remtulla. Violé a Remtulla. Ponter relajó un poco su presa.

—Eso se acabó, ¿me entiende? Nunca volverá a hacerlo. Yo estaré vigilando. Otros estarán vigilando. Nunca más.

Ruskin gruñó inarticuladamente.

—Nunca más —dijo Ponter—. Haga ese juramento.

—Nun-ca… más —dijo Ruskin, los dientes todavía apretados.

—Y nunca le hablará a nadie de mi visita aquí. Si lo hace su sociedad lo castigará por sus crímenes. ¿Comprende? ¿Comprende?

Ruskin consiguió asentir.

—Muy bien —dijo Ponter, aflojando brevemente su tenaza. Pero entonces volvió a hacer chocar a Ruskin contra la pared, y esta vez un trozo de yeso se desgajó—. No, no, no está bien —continuó Ponter, ahora era él quien apretaba los dientes—. No es suficiente. No es justicia.

Apoyó su peso contra Ruskin una vez más, su entrepierna chocó contra el trasero del gliksin.

—Va a descubrir lo que es ser mujer.

El cuerpo entero de Ruskin se tensó.

—No, tío. Cristo, no… eso no…

—Es sólo justicia —dijo Ponter, buscando en su cinturón médico y sacando un inyector de gas comprimido.

El aparato siseó contra el cuello de Ruskin.

—¿Qué demonios es eso? —gritó—. No puede…

Ponter sintió a Ruskin desplomarse. Lo depositó en el suelo.

—Hak, ¿estás bien?

—Eso de antes ha sido un buen golpe —contestó el Acompañante—, pero sí, estoy ileso.

—Lo siento.

Ponter miró a Ruskin, tendido de espaldas en el suelo, hecho un guiñapo. Agarró las piernas del hombre, estirándolas.

Ponter buscó en la cintura de Ruskin. Tardó un poco, pero finalmente comprendió cómo funcionaba el cinturón. Una vez estuvo suelto, encontró el botón y la cremallera que cerraban el pantalón. Los abrió ambos.

—Deberías quitarle primero los zapatos —dijo Hak.

Ponter asintió.

—Cierto. Se me olvida que van por separado.