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– Tienes mi palabra. Los padres son así. Lo que has hecho ha sido una tontería Venir al río tú sólo después de la carrera -murmuró, tratando de mantener al niño a flote, aunque le estaba costando mucho.

– No me gusta entrar el último -musitó Chunky-. Mi mamá me dijo que no tenía ninguna oportunidad porque todos los demás niños eran mucho más delgados y ligeros que yo, pero no le hice caso. ¿Vamos a morir, señorita Bissette?

– No -replicó Cathy, apretando los dientes-. Mira, Bismarc acaba de llegar a la orilla. En cualquier momento, mi padre llegará con su barca y tú podrás ir a abrazar a tu padre. Venga, no te rindas, Chunky -añadió tratando de colocarse el peso del niño en el lado izquierdo.

Los brazos se le estaban quedando dormidos. Cathy sabía que estaban en peligro, aunque no podía creer que fueran a morir en el río que había sido su amigo desde que era una niña. El sol brillaba en el cielo y relucía sobre las tranquilas aguas como diamantes. La gente se ahogaba en lugares oscuros, con aguas turbulentas que los envolvían con avaricia, no en la gloriosa brillantez del cuatro de julio.

– ¿Crees que podrías flotar un poco sobre la espalda, Chunky?

– No, comí demasiada pizza y helados antes de venir aquí. Me duele muchísimo el estómago.

Cathy gruñó al tiempo que examinaba la orilla para ver que alguien había acudido a ayudarlos. Incluso desde la distancia, supo que era Jared Parsons el que se había lanzado al agua del río. Bismarc se quedó en la orilla, ladrando con fuerza. Otras personas empezaron a acudir, animando al nadador con entusiasmo.

– ¡Aguanta, Chunky, que ya vienen a salvarte! -dijo Cathy, animando al muchacho a pesar de lo furiosa que se sentía-. Ya verá ese perro cuando lo agarre -añadió en voz baja.

– ¿Qué ha dicho, señorita Bissette? Ya no puedo aguantar más -susurró el niño mientras se iba deslizando entre los ya débiles dedos de Cathy por el continuado esfuerzo.

Ella se zambulló en el agua y buscó al niño frenética. Lo tenía agarrado por las axilas cuando se sintió ella misma izada hasta la superficie. Cuando logró emerger, se sacudió el agua de la cara y vio que Jared sujetaba al niño sin ningún esfuerzo y que la miraba con una expresión profunda en los ojos.

– A pesar de que es loable, lo que hecho ha sido una tontería -la espetó-. ¿Por qué no has buscado ayuda antes de meterte en el agua sola? ¿Cómo pudiste creer que una chica tan delgada como tú iba a poder salvar a este niño? Os podríais haber ahogado los dos y, además, ese perro tuyo es un inútil. ¿Puedes regresar a la orilla o quieres que llame a alguien para que venga a ayudarte?

– Puedo llegar yo sola -replicó ella con amargura-. Y te equivocas, Jared Parsons, mi perro no es ningún inútil. Si no fuera por Bismarc, Chunky estaría muerto. Si no cuenta con tu aprobación, es es una pena. De ahora en adelante, mantente alejado de mi perro -añadió mientras utilizaba cada gramo de las fuerzas que le quedaban para volver a la orilla.

Aunque tenía que remolcar al pesado Chunky, Jared llegó a la orilla antes que ella. Los hombres le dieron palmadas en la espalda y las mujeres suspiraban por él cuando colocó al niño en el suelo. Alguien le cubrió los hombros con una manta mientras Bismarc le lamía los dedos por haber completado la operación de rescate.

Al ver aquello, Cathy no pudo contener las lágrimas. Nadie le prestaba ninguna atención. El niño que había mantenido a flote en el agua, su estúpido perro y su padre estaban rodeando a Jared Parsons. Nadie le ofreció a ella una manta. Nadie le preguntó si se encontraba bien.

– ¡Ya está! -gruñó-. Me vuelvo a Nueva York.

Fue sollozando hasta el aparcamiento donde había dejado la furgoneta. Tras sentarse detrás del volante, se marchó a casa entre lágrimas.

Tras darse su segundo baño del día, Cathy se volvió a vestir y se secó el cabello. ¿Debería volver a las celebraciones o quedarse en casa? Dermott la estaría esperando. Así que, lo menos que podía hacer, era decirle que ya no le interesaba nada que estuviera relacionado con el festival del cuatro de julio. Estaba tan cansada Era casi seguro que Dermott no esperaría que participara en el concurso de baile. Además, ¿a quién le importaba?

Se sirvió una taza de café bien cargado y se lo tomó de un trago al sentir que los ojos volvían a llenársele de lágrimas. Por suerte, el café le produjo el efecto deseado y le cortó de raíz las ganas de llorar.

Se sentía furiosa. Quería gritar y pegar patadas, herir como la habían herido a ella. Era una mujer adulta y se esperaba de ella que se comportara como tal ¡Ja! Por lo que a ella le parecía, era la única que se había estado comportando como una adulta. El estúpido y misterioso Jared, la infantil Erica y Lucas, que parecía estar viviendo una segunda infancia ¿A quién le importaba lo que hacían ni lo que pensaban? «A mí no, de eso estoy segura», pensó.

– Me voy a volver a Nueva York en cuanto pueda encontrar un billete de avión -dijo.

Jared sería ya casi un héroe nacional. «El hombre misterioso salva a un niño. Todos los habitantes de Swan Quarter están en deuda con él. El hombre misterioso también roba el afecto de un perro». Cathy esbozó una expresión de tristeza. Tenía que admitir que aquello era lo que le dolía más. Bismarc solía adorarla. Eran inseparables y que él le diera su afecto a a aquel playboy era más de lo que podía soportar.

Aquella vez, las lágrimas sí consiguieron deslizársele por las mejillas. Cuando se las secó con el reverso de la mano, solo hizo que se le derramaran más.

De repente, sintió que alguien más estaba en la habitación. Vio una sombra al otro lado de la mesa que la sobresaltó. Cathy levantó los ojos.

– Te he estado buscando, pero ya te habías ido. Lo siento mucho si te parecí algo brusco en el río, pero sabía que necesitabas algo que te hiciera enfadar lo suficiente como para que pudieras regresar nadando hasta la orilla. Parecías tan agotada como el niño -dijo Jared con suavidad-. Por alguna extraña razón, sólo verme parece enfadarte y yo creí es decir

Estaba mirándola de un modo tan extraño que Cathy se sintió muy débil. Debería estar gritándole, diciéndole lo que pensaba de él, pero no podía hacer otra cosa que mirarlo. Asintió y aceptó así su disculpa. Estaba segura de que se trataba de una disculpa, o al menos lo más cercano que él podría estar a aceptar la culpa de algo. Tomó el pañuelo que él le ofreció y se sonó la nariz. Olía a Jared, por lo que no pudo evitar tener junto a la nariz la suave tela un segundo más de lo que era necesario, saboreando aquel aroma tan masculino. Cuando consiguió reunir la fuerza necesaria para hablar, la sorprendió la tranquilidad con la que lo hizo.

– ¿Dónde está mi perro?

– Aunque no te lo creas, está sentado en la orilla del río, guardando tus pertenencias. No creo que puedas culparme a mí porque le caiga simpático a tu perro. ¿Qué quieres que haga? ¿Que le dé una patada o que le pegue? Me gustan mucho los animales, y los perros en particular. Supongo que Bismarc lo presiente -añadió. Cathy asintió y se dio la vuelta-. Voy a regresar al festival. ¿Quieres que te lleve?

– No, gracias.

– En ese caso, supongo que te veré más tarde en el concurso de baile. Erica y yo vamos a participar. Ella es una bailarina estupenda. Según tengo entendido, tú vas a hacerlo con uno de los chicos del pueblo. Al menos, eso fue lo que me dijo Lucas.

– ¿Y te dijo también mi padre que ese muchacho del pueblo tiene dos pies izquierdos?

Jared Parsons miró a Cathy, con la cabeza un tanto inclinada.