– Buena chica, Cathy. Sabía que podrías manejar esta situación -susurró Lucas.
– ¿Sabes una cosa, papá? Tal vez tengas razón. La música está empezando. Aquí está tu oportunidad para ver lo que se hace en la Gran Manzana.
Sus movimientos eran fluidos, perfectos… Los dos se movían como si estuvieran perfectamente compenetrados el uno con el otro. En aquellos momentos, Cathy no sintió envidia, sino admiración por los bailarines. Cuando terminó el baile, aplaudió entusiasmada. Era evidente que ellos habían sido los ganadores, porque el presentador se dirigió de inmediato al centro de la pista para entregar la copa a Erica, que la aceptó muy cortés. Jared sonreía y aceptaba las felicitaciones de todo el mundo. Dedicó una sonrisa a una ancianita y luego, de manera inesperada, la besó en la mejilla. La mujer, asombrada, se llevó una mano al rostro y sonrió llena de felicidad.
Cathy sintió que una ira irracional se abría paso a través de ella. Sintió que le había robado el perro, a su padre y que, además, se estaba ganando el afecto de la comunidad entera.
– Sería un político excelente. Me apuesto algo a que también besa a los niños -le susurró a su padre.
– No tiene nada de malo besar a los niños. Yo he besado a unos cuantos en mis tiempos -bromeó Lucas con una sonrisa.
– Tengo hambre, papá. Creo que me voy a ir a comprar un perrito caliente o algo por el estilo. Ya no veo a Dermott por aquí, así que, si te encuentras con él, dile dónde estoy.
– Vale. Bueno, ha llegado la hora de reclamar mi premio. ¿Quieres que te lleve una langosta del restaurante?
– No, gracias, me vale con un perrito caliente. Supongo que no te veré hasta mañana. Que te lo pases bien, papá -comentó Cathy antes de perderse entre la multitud.
Cuando hubo terminado el perrito caliente, no pudo ver a Dermott por ninguna parte. Esperaba sinceramente que hubiera encontrado algo con lo que ocuparse y que la hubiera olvidado. Empezó a comer patatas fritas y contempló a la multitud. No se veía por ninguna parte a Jared Parsons. Se sentía algo enojada. Le daría unos minutos más y, si no aparecía, se iría a casa y dejaría que encontrara el camino de vuelta a su barco solo. Si se iba a casa en aquel mismo instante, se perdería los fuegos artificiales. Sonrió secretamente y luego se echó a reír. Si Jared se presentaba, era capaz de hacer sus propios fuegos artificiales, solo que sería Cathy Bissette quien explotara, no el fino y gallardo Jared Parsons. Sí, y en aquellos momentos parecía que hubiera muchas posibilidades de que así ocurriera, aparecía y la llevaba a casa, no se comportaría como una niña. Esa clase de comportamiento era lo que la había hecho perder a Marc en Nueva York. Actuaría como la moderna neoyorquina que su padre le decía que era.
Pasaron quince minutos y luego otros quince más y Jared seguía sin aparecer. La pareja que trabajaba en el puesto de perritos calientes estaban empezando a mirarla con sospecha. Era hora de marcharse. De irse a casa. Sola. ¿Y qué había esperado? ¿Que Jared iba a caer rendido a sus pies y le iba a declarar amor eterno?
Sí, en efecto. En algunos momentos, sería incluso capaz de aceptar una mentira. Las lágrimas se le acumularon en los ojos, por lo que se alegró de que ya estuviera oscureciendo. Regresó al lugar en el que estaba aparcada la furgoneta y se encontró a Bismarc tumbado allí, esperándola. Se colocó tras el volante y sintió que las lágrimas que se le habían estado acumulando en los ojos empezaban a resbalarle por las mejillas. Se las limpió con el reverso de la mano, como una niña, pero un sollozo le ahogó la garganta. Trató de serenarse y suspiró. Entonces, decidió que necesitaba sonarse la nariz. El hecho de que alguien le ofreciera un inmaculado pañuelo la sobresaltó.
– Tu padre me ha pedido que te lleve a casa y he estado recorriendo esta maldita feria durante una hora, buscándote. Lo menos que podías haber hecho era haberte quedado en un sitio -le dijo Jared, frío, mientras le indicaba que se sentara en el otro asiento para que él pudiera ponerse al volante.
Cathy lo miró con fijeza. Deber. Solo la llevaba a casa porque su padre se lo había pedido y necesitaba que alguien lo llevara al barco. Por fortuna, no podía leer la expresión de su rostro.
– No tienes por qué hacerme favores -le dijo justo en el momento en el que el primer cohete explotaba en el cielo en medio de un caleidoscopio de color y sonido.
Jared no prestó ninguna atención a los fuegos artificiales y sacó la cabeza por la ventana para sacar la furgoneta marcha atrás del lugar en el que estaba aparcada. Cuando volvió a mirar hacia delante, tenía una ligera sonrisa en los labios.
– Los fuegos artificiales siempre me recuerdan a las emociones de una mujer. Arriba y abajo, explosivas… y luego se evaporan.
– Eres insoportable. Sin embargo, estoy segura de que si alguien sabe algo de las mujeres, supongo que un hombre como tú debe de ser un experto -replicó Cathy, consciente del efecto que la cercanía de Jared estaba produciendo en ella.
La voz de él fue dura, aunque contenía también algo de ternura cuando habló.
– ¿Qué se supone que significa eso?
– Significa lo que tú quieras que signifique -afirmó Cathy, contenta por haber derrotado a Jared, aunque solo hubiera sido una vez.
– Me da la impresión de que no te caigo muy bien. ¿Por qué es eso, Cathy?
Ella no supo lo que hacer. Podía negarlo o no hacer caso de la pregunta. Al final, optó por la verdad.
– No sé si me caes bien o mal. Lo único que sé es que me siento muy incómoda a tu lado. No me gusta ese sentimiento. Si eso significa que me caes mal, lo siento.
Jared se echó a reír y detuvo la furgoneta en el arcén de la carretera.
Los cantos de las aves nocturnas eran música para los oídos de Cathy y la oscura noche era un terciopelo en el que ella descansaba esperando sus propios fuegos artificiales, aquellos que los llenaran a ambos de nuevas emociones. Al ver que él le extendía los brazos, se echó a temblar, ¿Cómo podía un hombre, cualquier hombre, tener aquel efecto sobre ella? Quería sentir el calor de sus brazos casi tanto como necesitaba respirar. Lo que no quería era que Jared supiera lo que ella sentía. Sin duda, estaba más que acostumbrado a las mujeres que temblaban entre sus brazos y no quería ser una más de ellas, de las que se rendían a sus pies para luego caer derrotadas cuando las abandonaba por otra nueva. Sin embargo, casi sin que se diera cuenta, comprendió que se estaba dejando llevar por el momento.
Capítulo Siete
Cathy escuchó un profundo sonido en el pecho de Jared cuando él se acercó a ella. La agarró por los hombros, atrayéndola hacia él. Sintió su cálido aliento en el cabello, los labios contra el oído y en la suave piel del cuello. En el momento en que la besó, sintió una serie de emociones que evocaban un fuego abrasador, que ardía y se abría paso a través de las venas. Estaba indefensa ante él. Pensó en todas las promesas que se había hecho de mantenerse alejada de él, de resistir su atractivo, pero estas se consumieron en el fuego que le ardía por dentro y se evaporaron en anillos de humo. Lo único que sabía era que Jared y ella estaban allí, a solas. Cathy estaba entre sus brazos, saboreando sus labios y gozando con las deliciosas sensaciones de la pasión que él avivaba dentro de ella.
Le rodeó el cuello con los brazos y se apretó contra él para responder al beso. Separó los labios y dejó que los dedos se le entrelazaran con el sedoso cabello que le crecía en la base del cuello. Sintió la fuerza de su abrazo, su aliento contra la mejilla, el poder de una mujer que es querida y deseada.