Выбрать главу

No tenía a nadie con quien hablar, nadie con el que quejarse ni que le dijera lo que había que hacer. Siempre parecía estar sola cuando más le importaba.

Se sentó ante su escritorio durante una hora. Por fin, tomó el teléfono y marcó el número que la secretaria de Teak Helm le había dado.

Rápida y concisa, resumió el problema. Terminó con la frase:

– Debo hablar con el señor Helm. Es muy importante. Si no está disponible en estos momentos, por favor dígale que me gustaría hablar con él sobre la palabra «plagio» y su significado. Lo antes posible.

– ¿Está usted diciendo que el señor Helm ha plagiado a otro escritor? -le preguntó la secretaria, escandalizada.

Cathy estaba harta, harta de Teak Helm y de que nunca estuviera disponible. La intimidad era una cosa, pero aquel aislamiento que le proporcionaban sus secretarias era otra cosa muy distinta. A su modo, el famoso escritor era casi como Jared Parsons, que seguía siendo un enigma para ella. «Cortados por el mismo patrón», pensó.

– Esa palabra, señorita, significa lo que el señor Helm quiera que signifique -replicó, con la voz fría como el hielo-. Estaré en este despacho hasta las tres y luego me marcharé. Si el señor Helm quiere hablar conmigo, dígale que me llame hasta entonces, o que lo haga mañana a este número. No hablo con mis clientes desde casa. Asegúrese de que se lo explica.

– ¡Dios Santo, cielo! No se sulfure tanto. Le pasaré el mensaje al señor Helm, pero, mientras tanto, ¿por qué no se lo pone todo por escrito y se lo envía a él?

Cathy no se molestó en responder. ¿De qué servía? Le estaba empezando a doler la cabeza y tenía un largo día por delante. Sin embargo, había hablado muy en serio cuando dijo lo de las tres de la tarde. Iba a irse de compras. Quería comprarse un vestido nuevo para el día siguiente, cuando iba a cenar con Jared Parsons. Teak Helm no le importaba en absoluto. Dadas las circunstancias, había hecho todo lo que había podido.

La mañana pasó sin novedad. Cathy se tomó un bocadillo de atún y una taza de café muy cargado para comer. Ya eran las tres y todavía no había tenido noticias de Teak Helm. Además, había repasado el correo cien veces y todavía no se había recibido el sobre que contuviera el manuscrito de la novela.

Por fin, cubrió su máquina de escribir, limpió la mesa con un pañuelo de papel y sacó punta a sus lápices. No le gustaba que todas las cintas de goma estuvieran esparcidas por la mesa, así que las recogió y las metió en una cajita. Eran las tres y diez. Era evidente que a Teak Helm no le importaba lo que ella pensara. Si se atrevía a llamarla a su casa aquella noche, estaba dispuesta a colgar el teléfono. Si no podía mostrar la cortesía de hablar con ella durante el horario de trabajo, no lo haría en otro momento. No le debía nada. ¿Quién se creía que era? Decidió marcharse.

No encontró nada en las tiendas que le gustara. Miraba prendas y las rechazaba casi de inmediato. O el color no era el adecuado, o el estilo la hacía parecer demasiado joven o demasiado mayor

Siempre terminaba buscando algo que se pusiera Erica. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, se puso a buscar ropa para ella misma, para Catherine Bissette. Al fin, se decidió por un vestido sencillo de color lavanda. Además, compró también un pañuelo del mismo tono, aunque en un tono más fuerte, que se pudiera colocar en el cuello, y un cinturón a juego.

Cathy se quedó atónita cuando la dependienta le dijo la cantidad de dinero que debía. Era escandaloso gastarse tanto en un vestido. Sin embargo, lo pagó encantada.

Decidió no tomar un taxi. El precio del vestido la estaría acechando en los días venideros, así que ir andando para ahorrarse aquel dinero no le vendría nada mal. Casi no se dio cuenta de que llovía a cántaros, pero apretó la bolsa del vestido contra su pecho para evitar que se le mojara.

A medida que fue pasando la tarde, empezó a desear que el teléfono sonara y que fuese Teak Helm para poder decirle lo que pensaba de él. Sufrió con la protagonista de una película que echaban por televisión. A continuación, empezó a ver las noticias, dado que había decidido esperar a que pasara la media noche antes de irse a la cama. A Teak Helm no parecía importarle mucho el tiempo. La última vez que la llamó, lo hizo a medianoche. De todos modos, no creía que pudiera dormir.

La presentadora de las noticias consiguió que cayera rendida. Cuando se despertó eran las cuatro y media de la mañana y la espalda le dolía por haber dormido en mala postura. Bostezó y se dirigió hacia su dormitorio.

La nota que encontró en su escritorio el martes por la mañana no contribuyó a mejorar su humor. No tenía el valor de hablar con ella.

– ¡Ja! -exclamó mientras rasgaba el sobre.

La frase era breve, casi obscena por su escasez de palabras.

Esta vez te equivocas.

La leyó en voz alta. La firma no era más que un garabato. Cathy recorrió su despacho con la mirada.

– Me niego a enfadarme. No gritaré ni lloraré. Me doy cuenta de que hay muy buenas personas en el mundo, pero yo no soy una de ellas. Seré sensata, tranquila y esperaré a que regrese el señor Denuvue para cargar este asunto a sus espaldas.

Con expresión dramática, hizo un gesto como si se lavara las manos para demostrar que ya había tenido más que suficiente. Y se sintió mejor.

– Ojos que no ven, corazón que no siente, señor Helm -musitó mientras metía una hoja de papel en la máquina de escribir. Veloz, redactó una breve nota a su padre, en la que lo ponía al día y le explicaba que no iba a llamarlo durante una temporada, hasta que no compensara sus gastos por el carísimo vestido que se había comprado el día anterior. Con mucho cuidado, decidió no mencionar que el hombre con el que iba a salir era Jared Parsons. Justo en el momento en el que sacaba el papel de la máquina, el teléfono empezó a sonar. Era Megan White, la secretaria de Teak Helm, para preguntarle si había recibido su carta.

– Por supuesto -replicó Cathy-. Los mensajeros son muy rápidos.

– ¿Y?

– Y nada. Dígame, ¿cómo lleva trabajar para una persona tan perfecta? -le preguntó después de pararse a pensar durante unos segundos.

Una pequeña carcajada resonó en el oído de Cathy. De repente, desapareció la voz de la típica secretaria algo boba.

– No es fácil. La paga es estupenda y el resto de los beneficios son enormes. ¿Tiene usted algún mensaje para el señor Helm?

Cathy lo pensó durante un minuto y entonces sonrió.

– Por supuesto. Dígale al señor Helm que se pierda.

– Entendido. Literalmente, ¿verdad?

– Lo ha entendido a la perfección.

En el momento en que Cathy colgó el teléfono, el mundo pareció haberse iluminado. Por primera vez desde que regresó de Swan Quarter, sentía que tenía el control de la situación. Había resuelto el problema y tenía una cita con el hombre del que estaba enamorada. ¿Qué más podía pedir? El sol brillaba y se sentía fenomenal. De hecho, le parecía que nunca se había sentido mejor.

Paso el resto del día con una permanente sonrisa en los labios. Su estado de ánimo pareció contagiarse al de sus compañeros y, casi sin darse cuenta, estaban todos riendo y charlando, aunque trabajando a toda velocidad para terminar temprano y poder marcharse a una buena hora.

Cathy sintió que el corazón se le salía del pecho al escuchar el sonido de la puerta. ¿Debería esperar a que sonara una segunda vez? Tonterías. No podía esperar para poner los ojos en el guapísimo Jared Parsons. Quería rodearlo con sus brazos y estrecharlo contra su cuerpo. En vez de eso, se echó a un lado, aunque no dejó de notar que él la miraba con aprobación. Pensó que habría sido capaz de pagar el doble de dinero por aquel vestido. Solo por vivir aquel momento.