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Desde la distancia, escuchó el estallido de un cristal cuando lo rompieron. Sophie lanzó un gemido y la abrazó con más fuerza murmurando palabras suaves para tranquilizarla. Le dijo que estaba a salvo y que nunca la dejaría mientras no dejaba de maldecirse por haber confiado en Dora. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido?

Porque ella le había mirado con aquellos límpidos ojos grises y le había dicho que quería ayudarlo. Y como un idiota, él la había creído.

Dora aceleró en el camino de vuelta a la granja deteniéndose a pocos centímetros de donde estaba parado el coche de policía. La puerta de la casa, astillada y rota, estaba abierta de par en par.

El estómago le dio un vuelco. Habrían arrestado a Gannon y se habrían llevado a Sophie. ¿La arrestarían a ella por cómplice? Lanzó un gemido. Como Fergus tuviera que pagar su fianza para que la soltaran, no quería ni imaginarlo.

Si la arrestaban por dar refugio a un hombre buscado por la policía, sólo recibiría desdén por parte de su hermano. Pero, ¿había ido ella a la policía a denunciarlo? Oh, no. Había ido a sacar dinero del banco para dejárselo y a comprarle ropa a Sophie…

¡Por Dios bendito! Lo que le pasara a ella no tenía importancia. Era Sophie la que importaba. Y si encerraban a Gannon, ¿qué sería de ella? ¿Quién lucharía por ella?

Dora agarró con fuerza el volante. Pasara lo que pasara, no podía dejar que devolvieran a la niña al campo de refugiados. Aunque tuviera que pelear contra todo el gobierno inglés y toda la burocracia europea ella sola. Pero no podría ayudar a nadie si la encerraban.

Estaba temblando, pero no tenía nada que ver con que la estuvieran llamando desde el coche patrulla. Era pura determinación. Se preparó para la pelea mientras dos policías se acercaban a ella y sin esperarlos, salió del Mini y corrió hacia la puerta rota. No había señales de lucha. Todo estaba como lo había dejado.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó con indignación -.«Aquellos hombres eran policías, por Dios bendito. ¿Iba a mentirles?» Pero pensó en los horrores de los campos de refugiados y en Sophie. Por supuesto que iba a mentirles-. ¿Quién ha hecho esto?

La voz le salió temblorosa, pero eso estaba bien. Temblar era una reacción natural.

– Lo siento, señorita. Nos informaron de que un fugitivo podría haberse refugiado aquí.

– ¿Un fugitivo? -repitió ella antes de fruncir el ceño-. ¿Me está diciendo que han hecho esto ustedes?

Entonces habló el oficial mayor:

– Soy el sargento Willis, señorita. Y éste es el oficial Martin.

– Nos conocimos anoche.

– Sí, bueno, ¿podríamos entrar todos? Tengo un par de preguntas que hacerle, pero no tardaremos mucho. Pete, trae las compras de la señorita. Supongo que también querrá una taza de té.

– No es necesario. ¿Quién va a pagar estos destrozos?

El sargento no parecía intimidado, sino que señaló la puerta trasera y Dora entró con rigidez en el salón antes de volverse a él.

– Me gustaría que me dieran alguna explicación.

– El asunto es, señorita que como parte de la investigación de otro incidente, hemos tenido que investigar todas las alarmas que saltaron anoche sin explicación.

– ¿Y?

– Descubrimos por la empresa de seguridad Marriott que los señores Marriott están de viaje en Estados Unidos. Y la señora que limpia la casa nos dijo que estarían fuera seis semanas. Y usted le hizo creer anoche al oficial Martin que era la señora Marriott, lo que no es el caso -estaba siendo increíblemente educado, pero Dora sabía que esperaba respuestas convincentes-. Así que, quizá señorita, pueda empezar por explicarnos quién es usted y cómo tiene las llaves de esta casa.

Capítulo 6

Dora miró fijamente a los dos hombres. -¿Quiere decir que todo esto… -agitó la mano hacia la puerta destrozada-, se debe a que anoche no perdí el tiempo en corregir al oficial Martin cuando me confundió con mi hermana?

– ¿Su hermana?

Dora se dio la vuelta hacia Pete Martin. El joven había hecho su trabajo bien y no quería causarle problemas, aunque si tenía que decidir entre él y Sophie, no lo dudaría. Sin embargo, sería mejor disculparse.

– Quizá debería habérselo explicado, pero era tan tarde… y usted estaba tan ocupado. Soy la hermana de Poppy, Dora Kavanagh -extendió la mano hacia el joven y él la aceptó después de un momento de vacilación-. Me alegro de tener la oportunidad de darle las gracias por haber venido a inspeccionar anoche. Es muy tranquilizador ver la forma en que vigilan -hizo un gesto hacia la puerta-. Supongo que yo podría ser parte de una banda usando la casa de mi hermana como refugio.

– O ser retenida por un hombre desesperado contra su voluntad. Ya ha visto el periódico -dijo él señalando al periódico local-. Cuando no pudimos contactar por teléfono y vimos que había sido desconectado…

– ¡Oh, no! ¡No creerán…! -se llevó los dedos a la boca-. ¡Qué vergüenza! Estaba fallando y le quité la tapa para ver si había algún cable suelto -se encogió de hombros como si estuviera avergonzada-. Quizá debería llamar a un profesional de la telefónica.

– Sería buena idea. ¿Está al cuidado de la casa, señorita Kavanagh?

– No exactamente. Sólo me quedaré unos cuantos días. Estaba algo estresada en Londres y mi hermana me dejó las llaves por si quería descansar.

Poppy había pasado por su casa como una exhalación de camino al aeropuerto.

– No puedo parar. Richard está abajo con el cronómetro en la mano, pero me acaba de llamar Fergus y está preocupado a muerte por ti.

– Preocupado a muerte porque me haya perdido las carreras de Ascott y los partidos de Wimbledon en el mismo verano. Lo que ese hombre necesita es una mujer; eso le daría algo por lo que preocuparse de verdad.

– Ya lo sé. Sin embargo… -el teléfono había empezado a sonar y Poppy lo había mirado con irritación-. No hagas caso. Será Richard para decir que baje -pero debió decidir que su marido no se dejaría ignorar por mucho tiempo y sacó un juego de llaves-. ¿Por qué no te vas a la granja una semana o dos mientras Richard y yo estamos fuera? Ni un alma sabrá que estás allí y podrás decidir tus próximos pasos con total paz -sonrió-. ¿Te he mencionado que Fergus ha vuelto a Londres resuelto a llevarte a Marlowe Court para tenerte controlada?

Dora miró a los dos policías mientras recordaba las palabras de su hermana. ¡Paz! Hubiera tenido mucha más paz embarcada en un bombardero.

– Bueno, no quiero entretenerles, señores. Supongo que tendrán cosas más importantes que hacer.

Ellos no se movieron.

– Supongo que podrá demostrar que es la hermana de la señora Marriott, ¿verdad?

Dora miró fijamente al sargento.

– Puedo, si es absolutamente necesario -el sargento no respondió-. ¿Es que sigue pensando que puedo tener escondido a ese hombre?

– No, no -empezó Pete.

Pero el oficial mayor no parecía tan seguro.

– No cuentan mucho de él en el periódico local. ¿Es peligroso?

Aparentó el mayor nerviosismo posible, pero no le costó nada. No estaba actuando.

– No sabemos quien es, señorita Kavanagh, pero es posible que sea un delincuente -se acercó al sofá y agarró las bolsas brillantes para echar un vistazo en su interior-. Parece que ha estado ocupada. ¿Quién es la afortunada niña?

– Mi sobrina -dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.

– ¿Sobrina? Pensaba que los señores Marriott no tenían hijos.

Desde luego había estado haciendo sus deberes.

– No los tienen. Es la sobrina de mi hermana, Laurie. Vive en el otro extremo del pueblo. Su madre es Sarán Shelton. Su marido tiene unas cuantas empresas…

– ¡Ya sé quién es usted! -interrumpió excitado el joven-. Es la mujer que ha salido en todos los periódicos. La aristócrata que ha estado ayudando a los refugiados.