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De repente el policía mayor esbozó una amplia sonrisa.

– Por supuesto. Ya me parecía a mí que me sonaba mucho su cara.

– No me diga. Y había creído que estaba en su lista de los más buscados. No me extraña que tuviera tantas sospechas.

El sargento se rió, pero su leve nerviosismo indicaba que no se había alejado mucho de la verdad.

– Mi mujer rompió a llorar cuando la vio por televisión. Supongo que podría firmarme un autógrafo para ella.

– Encantada.

Dora echó un vistazo a su alrededor para buscar algún papel ansiosa porque se fueran los dos hombres. Un momento después se dio la vuelta para darle al oficial un papel del bloc de notas de Poppy con su firma y notó que Pete estaba mirando fijamente algo. ¿Qué? ¿Qué había visto?

Pero era sólo el libro de frases que había comprado. Lo había metido entre la ropa y al registrarla el sargento, se había caído al sofá.

– ¡Hasta está aprendiendo su lengua! -exclamó admirado.

Dora consiguió soltar una carcajada.

– No exactamente. He pensado que unas cuantas frases me serán de mucha ayuda en mi próximo viaje.

Dora cerró la puerta tras los dos policías y se apoyó contra ella con debilidad. Había empezado a creer que nunca se irían.

Había sido la radio de Pete la que por fin había interrumpido la visita.

– Quieren que volvamos a la base, sargento -había dicho dirigiéndose a la puerta.

– Ahora mismo voy -el sargento se había puesto de repente muy profesional-. Necesitará que alguien le arregle la puerta, señorita Kavanagh.

– No se preocupe. Tengo a quien llamar.

– Sí, bueno, si su hermana quiere hacer una reclamación, puede recoger la solicitud en la comisaría.

– No lo creo. Ustedes estaban haciendo su trabajo.

– Para ser sincero, estábamos preocupados por su seguridad. Pensamos que podían haberle robado el coche y podría estar por ahí tirada y herida. O aún peor.

– Bueno, como ve, estoy perfectamente a salvo.

– Si ve algo sospechoso, no dude en llamarnos, señorita Kavanagh.

– Pero seguramente ese hombre ya estará a muchas millas de aquí a estas alturas, ¿no cree?

– Probablemente, pero será mejor no correr riesgos.

– No lo haré. Si veo algo llamaré a comisaría.

– Si es una emergencia de verdad, no lo dude, pero éste es el teléfono de la comisaría local -sacó una tarjeta y apuntó su nombre por detrás-. Y llame a la telefónica para que le arreglen el teléfono. O les llamaré yo si quiere -hizo un gesto hacia el teléfono móvil que estaba tirado en el sofá-. Esos aparatos puede dejarla tirada en un momento vital.

«Dígamelo a mí».

Dora agarró el aparato y lo conectó. Sonó un satisfactorio pitido.

– Funciona. Llamaré ahora mismo.

– Bien, si tiene cualquier otra pregunta, llámeme. Vendré en el acto.

– Es muy amable por su parte.

Los había acompañado hasta el coche y aunque habían empezado a caer algunas gruesas gotas de lluvia, había esperado mientras Pete daba marcha atrás y esquivaba con cuidado el Mini. Se había quedado allí hasta que el coche había salido del camino y se había alejado por la carretera. Sólo entonces había vuelto a entrar en la casa con las piernas como la gelatina cuando había cerrado la puerta.

Por fin recuperó las fuerzas para moverse.

– ¡Gannon! -llamó-. Ya se han ido -su voz pareció resonar en la casa vacía-. ¡Gannon! -empezó a abrir todas las puertas-. No sé donde diablos estás escondido, pero ya puedes salir.

Nada. Sólo silencio en la casa.

Miró en todas las habitaciones que habían sido registradas con cuidado por los policías con la esperanza de verlo salir de debajo de una cama. Entonces bajó la vista hacia el móvil que todavía llevaba en las manos. Había encontrado el teléfono y había pensado que lo había traicionado. No le extrañaba que la policía no lo hubiera pillado.

– ¡Oh, John! -gritó desesperada.

Entonces, mientras la lluvia empezaba a golpear con más fuerza contra los cristales, bajó corriendo las escaleras. Tenía que encontrarlo. Y encontrar a la pequeña Sophie. Sin duda Gannon podría cuidar de sí mismo, pero la niña no podía estar a la intemperie con aquel resfriado. Podría pillar una neumonía y hasta morir. Y todo sería culpa suya. ¿En qué dirección podrían haberse ido?

Si pensaba que llegaría la policía, se mantendría alejado del camino y de la carretera cercana a la granja. Pasó el establo y miró a su alrededor. El bosquecillo era el primer refugio en los campos y lo cruzaba un camino estrecho que conducía al pueblo.

Tenía que haber tomado aquel camino si quería conseguir algún medio de transporte. Aunque para un hombre capaz de robar un avión no debía resultarle difícil. Pero ya tenía demasiados problemas.

Volvió a la casa, recogió su bolso y las bolsas de Sophie y lo metió todo en el asiento trasero del Mini. Entonces giró por completo y se dirigió a la carretera.

Gannon, con el cuello alzado ante el repentino chubasco y con Sophie abrigada bajo su cazadora, se estaba tomando su tiempo. Y no es que le quedara mucha elección. Caminar por los campos le había dejado sin fuerzas. Además, lo último que deseaba era cruzarse con alguna mujer que estuviera dando un paseo con su perro por los bosques y darle un susto de muerte.

No podía creer haber sido tan tonto. Debería haber tomado el dinero y las llaves del coche la noche anterior, cuando aún había estado a tiempo. Se detuvo y se apoyó contra un árbol soltando un momento a Sophie para recuperar el aliento. Lanzó un gruñido. ¿A quién quería engañar? La noche anterior no hubiera podido conducir ni un kilómetro sin que se le cerraran los ojos. No le había quedado otra alternativa que quedarse en la granja.

– Dora -gimoteó la niña-. Quiero a Dora.

Gannon le acarició la cabeza. Él también la había querido para sí mismo, pero un hombre sabio se aferraba sólo a un sueño imposible a la vez.

Dora condujo despacio por la carretera intentando recordar por donde cruzaba el camino de tierra. Entonces divisó un cartel verde y blanco que señalaba hacia el bosque. Se metió en la cuneta y paró.

Era posible que ya lo hubiera cruzado. No tenía forma de saber a qué hora había abandonado la granja, pero el camino serpenteaba tortuoso entre los bosques. Ella lo había recorrido con Poppy en el invierno y a menos que Gannon conociera bien los bosques, hubiera sido una locura apartarse del camino. Aunque por supuesto, si veía su coche y pensaba que era algún tipo de trampa, se arriesgaría.

Adelantó un poco más el coche y lo escondió bajo un árbol. Pero aquello tampoco serviría de nada. Si creía que lo había traicionado, no se acercaría a ella de ninguna manera.

Salió, cerró el coche con llave y subiéndose el impermeable hasta los ojos, se internó por el camino. No había rastro de él ni de nadie. Bueno, sólo un tonto, o un hombre fugado recorrería aquel camino fangoso bajo aquella lluvia. Pero si Mahoma no iba a la montaña, la montaña tendría que ir a Mahoma.

Se había internado unos trescientos metros o así en el bosque antes de empezar a susurrar su nombre con suavidad.

– Gannon. Soy Dora.

El bosque parecía inusualmente silencioso. Estaba segura de que él estaba allí en alguna parte.

Siguió avanzando.

– Gannon -lo llamó-. La policía se ha ido. Yo no los llamé. No he llamado a nadie. Sólo quiero ayudarte.

Dora estaba empezando a ponerse nerviosa. Estaba segura de que la vigilaban. Al principio había creído que era Gannon que se mantenía agazapado por cautela. Eso podía entenderlo.

Pero de repente se le ocurrió que podría no ser Gannon. Podría no haber sido él el que hubiera robado el avión y podría haber algún hombre desesperado y huyendo de la policía capaz de hacer cualquier cosa para escapar. Entonces sintió a alguien a sus espaldas.