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Se dio la vuelta de golpe y lanzó un grito de miedo al ver una figura de pie en medio del camino. Pero no era Gannon.

– ¡Sophie!

Era la pequeña, tapada hasta los pies con una cazadora de hombre y los pies descalzos llenos de barro. Pero al moverse hacia la niña para levantarla en brazos, la agarraron por detrás, una mano de hombre sobre su boca y otro asiéndole el brazo para que no pudiera darse la vuelta.

– No hagas ni un solo ruido, Dora -le murmuró Gannon al oído.

Tampoco es que hubiera podido hacerlo aunque lo hubiera intentado. Podría haber forcejeado y hasta hacerle daño, pero no lo hizo. Entendía su recelo. La estaba sujetando con firmeza pero sin hacerla daño, así que se quedó completamente inmóvil. Por un interminable momento, los tres permanecieron allí como un bodegón helado bajo la lluvia. Entonces Gannon empezó a aflojar la mano y a apartarla de su boca.

– ¿Qué quieres? -preguntó.

– Nada -contestó ella con cuidado-. Lo único que quiero es que Sophie esté a salvo. Mi coche está en la cuneta. Hay ropa para ella y tengo quinientas libras en el bolsillo, con las llaves -él no dijo nada-. Sé que encontraste el móvil, Gannon y no te culpo por pensar que había llamado a la policía. Pero no lo he hecho. No he llamado a nadie.

– ¿Por qué no?

Su voz estaba cargada de sospecha, pero ya la había soltado y Dora se dio la vuelta para mirarlo a la cara. El pelo oscuro se le pegaba a la piel y estaba empapado y con expresión de dolor. Debería estar en la cama, no conduciendo un coche con una niña buscada.

– Porque debo estar loca. Sales en la portada del periódico local. Al menos, he supuesto que eras tú. ¿El avión robado?

– No es robado. Lo tomé prestado de un amigo.

– ¿Igual que ibas a tomar prestada la granja? ¿Sin preguntar?

– Pienso repararlo y devolverlo, por Dios bendito. En cuanto arregle las cosas para que Sophie pueda quedarse aquí. Henri lo entenderá.

– ¿Cómo Richard? Tienes un buen puñado de amigos comprensivos, Gannon.

– Yo haría lo mismo por ellos y lo saben.

– No podrías desde la cárcel.

Dora intentó darse la vuelta al creer oír el tintineo del collar de un perro, pero Gannon la detuvo. Se empezó a agachar para recoger a Sophie, pero se quedó sin aliento por la punzada de dolor y la agarró Dora en vez de él. Entonces vio al perro, un pequeño spaniel blanco correteando por delante de su ama. Y su ama era la señora de la limpieza de Poppy.

– No debe verme aquí, Gannon. Me reconocerá.

Tapó a Sophie bajo su impermeable y se dio la vuelta para salir corriendo, cuando él la sujetó por la cintura y la hizo volverse. Y justo cuando el perro pasaba a su altura, saltando hacia las piernas de Dora, él le agarró la cara entre sus manos y la besó.

Dora lanzó un suave gemido y por un momento intentó apartarse, pero sus brazos se cerraron alrededor de ella y su boca selló con fuerza la suya.

Gannon sólo había pensado en una cosa cuando la había sujetado para besarla. Ocultar su identidad y protegerla del peligro al que él la había arrastrado. Pero para cuando la dueña del perro lo llamó y se apresuró a alejarse con expresión de desaprobación, Gannon ya se había olvidado se todas las razones legítimas para besar a Dora. Simplemente se había perdido en el embriagador placer de su boca, en el dulce aroma de su piel, en el calor que le recorría las venas desafiando el húmedo frío de la lluvia.

Fue la risa de Sophie lo que los separó por fin y cuando Dora dio un paso atrás un poco sonrojada y turbada, la niña susurró algo a Gannon.

– No preguntes -advirtió él cuando Dora enarcó las cejas.

– ¿Por qué? ¿Qué ha dicho?

Gannon se negó a mirarla a los ojos y Dora notó que él también se había sonrojado un poco. Entonces había sido algo del beso. Se rió, pero no insistió.

– Vamos, entonces. Busquemos refugio de esta lluvia.

Gannon la miró entonces. Se había reído. No estaba enfadada. Ni ofendida de que lo que sólo debía haber sido para disimular hubiera escalado a un beso real. Bueno, a él tampoco se le había escapado el entusiasmo con que ella le había devuelto el beso.

Gannon se dio la vuelta. Tomar prestado el avión o la casa de un amigo era una cosa. Una esposa era algo diferente. Ningún amigo iba a ser tan comprensivo. Incluso aunque su mujer hubiera aceptado tan complaciente.

– La policía podría volver -señaló él.

– Podría, pero no en bastante tiempo. Quedaron un poco avergonzados por haber destrozado la puerta -lo miró con intensidad-. Yo no los llamé. Gannon.

– Entonces, ¿por qué apareció toda una tropa?

– ¿Una tropa? ¿Desde cuando dos hombres constituyen una tropa?

– Puede que sólo hubiera dos en el coche, pero desde luego había una tropa en la furgoneta que lo seguía. Pude escapar por los pelos. Rodearon la casa antes de tirar la puerta. Los oí desde el bosquecillo.

– No me lo dijeron. Los dos con los que hablé.

– ¿Te lo hicieron pasar mal?

– No, la verdad es que no. Al menos en cuanto quedaron convencidos de que yo era quien decía ser. Pero casi me dio un ataque cuando insistieron en registrar la casa. Pensé que estabais dentro.

– ¿Qué excusa pusieron?

– Dijeron que estaban investigando todas las alarmas inexplicables de anoche. Y…

– ¿Y?

– Parecían pensar que yo era algún tipo de cómplice.

Había estado a punto de explicar la confusión de identidades. Sabía que debía contárselo. Sobre todo después de aquel beso. No podía permitir que creyera que la mujer de su amigo permitía un beso como aquél en menos que canta un gallo. Pero todavía no estaba preparada para hacerlo. Además, él podría creer que le estaba animando a hacerlo de nuevo.

Gannon la miró antes de decir:

– Puede que sepan que yo soy amigo de Richard. En ese caso, la granja es el sitio más obvio para registrar.

– ¿Saben quién eres? El periódico decía que no.

– Puede que la prensa no conozca todos los detalles, pero la policía probablemente tenga una buena idea. Y puede que vuelvan. Lo siento, Dora. Te he causado un montón de problemas.

– Será mejor que me metas en esa lista tuya de amigos. Así no te preocuparás por ello. Y no hace falta que te preocupes tampoco por la policía. No vamos a quedarnos en la granja. Voy a ir solo a cerrar la casa y nos iremos a mi apartamento de Londres.

¿Su apartamento? ¿Por qué no había dicho nuestro apartamento?

Llegaron al coche y Gannon esperó a que lo abriera para acomodar a Sophie con las bolsas en la parte trasera.

– Hay una muñeca en las bolsas. ¿Por qué no se la das?

Gannon encontró la pequeña muñeca de trapo y se la puso en las manos a Sophie. La niña miró a Dora y murmuró algunas palabras y ella hizo un esfuerzo por recordar y le contestó el equivalente a de nada en Grasniano.

– ¿Dónde diablos has aprendido eso? -preguntó Gannon con expresión cargada de sospecha.

Ella se encogió de hombros un poco avergonzada.

– He estado en Grasnia. Entiendo lo que estás intentando hacer y te aplaudo. De verdad. No tienes por qué mentirme y por Dios bendito, entra antes de que te desmayes.

Gannon le dirigió una mirada pensativa y se acomodó con las rodillas muy dobladas en el asiento del pasajero.

– Puedes correr un poco el asiento hacia atrás -le aconsejó Dora.

Pero apenas se deslizó unos centímetros.

Dora se encogió de hombros con gesto de disculpa y arrancó para parar frente a la granja unos minutos después.

– Será mejor que te cambies y te pongas ropa seca mientras yo intento asegurar la puerta.

Gannon no perdió ni un minuto y cuando volvió, ella estaba marcando un número en el móvil. La miró, pero Dora no le hizo caso y terminó de marcar.

– ¿Sarah? Soy Dora. ¿Cómo está Laurie? Maravilloso. Dale un beso de mi parte. Sarah, cariño, ¿podrías hacerme un favor? He tenido un pequeño accidente con la puerta principal de la granja. Hace falta un carpintero y un cerrajero. Con bastante urgencia. Y el teléfono tampoco funciona -sonrió a Gannon-. Que Dios te bendiga, cariño. Mándame la factura.