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De acuerdo, quizá no la hubiera raptado, pero la había mantenido prisionera en el cuarto de baño mientras se duchaba. Eso significaba que no tenía muchos escrúpulos, ¿verdad?

Y había sido después de aquel beso cuando él había dejado de discutir y había obedecido sus planes. Ya estaba seguro de que ella estaba de su parte y que no lo traicionaría. Seguro de que la tenía en sus manos, probablemente habría acertado.

Y lo cierto era que aparte del hecho de que John Gannon conociera a su cuñado, seguía siendo un completo misterio para ella. Ni siquiera sabía quién era o en qué tipo de problemas se había metido.

Lo que sí sabía era en los que se había metido ella, porque había engañado a las fuerzas de la ley por él y ahora lo escondía en su apartamento y le había ordenado a Brian que no dijera nada a nadie, ni siquiera a Fergus. Eso había sido un error. Fergus era justo el hombre que necesitaba, que necesitaban los dos en ese momento. El único problema era que decidiera llamar á la policía porque eso era lo que había que hacer. Y podría acertar.

Ayudar a llevar los suministros a la Europa del Este había sido sano comparado con aquello. O al menos, si no sano, había sabido los riesgos que corría. Pero desde el momento en que aquel desconocido había aparecido en la casa de la granja, ella había perdido todo sentido de la cordura.

– ¿No tuvisteis una discusión por eso? ¿Por llevar la ayuda humanitaria? ¿Fue por eso por lo que os separasteis? -Dora se quedó paralizada-. Lo siento. No es asunto mío.

Ella tragó saliva con las mejillas ardientes. «Ahora. Díselo ahora».

– Richard y yo… Richard no está…

– No pude evitar notar que no ocupabas la habitación matrimonial en la granja.

¿Era aquello un interrogatorio? ¿Pensaba que ya que la cama matrimonial estaba vacante podría él ofrecerse? Pero claro, ella no se había comportado como la amante esposa cuando le había devuelto aquel beso, así que era lógico que sacara ciertas conclusiones.

Cerró de golpe la puerta del congelador y se dio la vuelta.

– Tienes razón, Gannon. No es asunto tuyo. Eres tú el que debería empezar a dar explicaciones -posó el pan en la encimera y empezó a cortarlo en rodajas-. ¿Por qué no vemos si puedes hacer dos cosa a la vez? Mientras me explicas todo lo que está pasando, podrías abrir esa lata de sopa. Al menos eso te mantendría las manos ocupadas.

– Y sigues usando tu apellido de soltera -dijo él sin hacer ningún caso de su petición. Bajó la vista hacia sus manos desprovistas de anillos-. Ya me dijiste que no era algo compulsivo, pero no me pareces una ultra feminista.

Por desgracia, no era tan fácil mantenerle la boca ocupada. La única forma que se le ocurría a Dora estaba fuera de cuestión.

– ¿De verdad? ¿Y qué es lo que te parezco?

«Mal, mal, muy mal. Ya te estás poniendo otra vez en sus manos».

Eso todavía no lo he averiguado.

Todavía no le había dado una respuesta a la más simple de sus preguntas.

– Pues házmelo saber cuando llegues a alguna conclusión. Será un placer decirte lo equivocado que estás.

Por un momento, sus miradas se clavaron en una batalla de voluntades. Entonces Gannon se levantó, agarró la lata y sin dejar de mirarla empezó a abrirla despacio.

Había algo especulativo en aquella mirada, algún conocimiento que le encogía las entrañas y Dora supo que había hecho bien en no decirle la verdad. Ahora empezaba a arrepentirse en serio de haberle dicho a Brian que no dijera a nadie que estaba en casa. Fergus podría leerle el sermón de la montaña por su estupidez y no dejaría de vigilar sus movimientos en los próximos diez años por su locura, pero sólo lo haría porque la quería y quería protegerla…

Bueno, quizá no fuera demasiado tarde para llamarlo. Gannon había confiado en ella como para dejarla ir a comprar algo de ropa para Sophie. Seguramente no pondría objeciones en que fuera al supermercado a comprar comida. Al menos tendrían que comer.

– Voy a salir a comprar algo de comida.

– A mí me parece que el frigorífico está bastante bien aprovisionado.

– Necesitamos huevos, queso y leche. Y algún zumo para Sophie -el periódico de la tarde tampoco sería mala idea-. Y quizá algunas vitaminas. Y no pienso esperar a que se descongele algo para poder comer. Ha pasado mucho tiempo desde el desayuno. Tú también debes tener hambre.

– He estado peor.

– ¿En Grasnia?

– Hay otros sitios. Hasta hace poco he sido corresponsal extranjero para una agencia de noticias. La guerra era mi especialidad -la miró como si estuviera a punto de añadir algo, pero sólo sonrió-. Por si te lo preguntabas.

– ¿Y qué haces ahora?

– Trabajo para mí mismo… al menos en lo que se refiere a los problemas.

– Tú mismo lo has dicho. Así que será mejor que te quedes a dar de comer a Sophie mientras yo me voy a comprar.

– La verdad es que no creo que sea buena idea, Dora.

– No tardaré mucho -dijo ella con la esperanza de que el temblor de las piernas no se transmitiera a su voz.

Desde luego no había pensado en la posibilidad de que la encerrara en su propio apartamento. ¿Es que no había hecho lo suficiente para convencerlo de que estaba de su parte?

– ¿Cuánto será eso?

Dora no estaba segura de lo que le estaba preguntando y puso un gesto de asombro.

– La última vez que te fuiste de compras llegó una tropa de policía.

Dora estaba indignada.

– Ya te he dicho que eso no tuvo nada que ver conmigo y no eres tú el único que tienes problemas, Gannon. Yo los mentí para encubrirte.

– Y ahora te estás arrepintiendo. No te culpo, Dora, pero entenderás mi recelo a perderte de vista. Si necesitas comida, estoy seguro de que tu amable portero estará encantado de traértela. Y también puedes encargarle el periódico de la tarde. Por si he salido en primera plana.

– ¿Es probable que pase? -preguntó ella asustada ante la idea-. Si sales, te reconocerá. Y será él el que llame a la policía.

Aquella idea debería haberla hecho sentirse mejor. Pero no fue así.

Su sonrisa fue un poco extraña.

– De alguna manera, lo dudo -se frotó la mandíbula-. No tengo precisamente mi mejor aspecto.

Dora se encogió de hombros.

– Bueno. Bajaré a pedírselo.

Pero a él no le engañaba con tanta facilidad.

– ¿Por qué no ahorras energía y utilizas el teléfono?

Alzó el receptor y se lo pasó.

Parecía que hablaba en serio, mortalmente en serio acerca de no perderla de vista de nuevo. Dora tragó saliva con nerviosismo.

– ¿No has desconectado la línea exterior? -preguntó.

Gannon había estado recorriendo todo el apartamento para inspeccionar la línea.

– No. Necesitaré el teléfono.

– ¿Para llamar a otro de tus comprensivos amigos?

Puso todo el desdén que pudo en la voz, pero era demasiado poco y demasiado tarde.

– Un hombre necesita todos los amigos que pueda conseguir. Quizá tú también deberías llamar a Richard -sugirió-. Por si acaso empieza a preguntarse donde estás. ¿O van las cosas tan mal que ni siquiera os habláis? -alzó las manos con gesto defensivo cuando ella lo miró con furia-. De acuerdo, ya lo sé. No es asunto mío. Pero era un buen amigo y lo necesitaba. Y un matrimonio fracasado es suficiente para cualquiera.

– ¿Hablas por experiencia personal?

– No. Ése es uno de los pocos errores que me quedan por cometer. Pero vi cómo le afectó a Richard.

– No tienes que preocuparte por él, Gannon. Richard es tan feliz como un hombre pueda ser.