– No hace falta, inspector. Supongo que yo soy la causa de que estén aquí.
– ¿Señor Gannon? -Gannon estaba agarrado a la puerta de la cocina-. ¿Señor John Gannon? -John asintió y el inspector empezó a leerle los cargos-. Si me acompaña, señor…
– No pueden llevárselo -intervino Dora con indignación-. ¿Es que no ve que está enfermo?
– Déjalo, Dora -dijo él llevándose la mano al pecho al sentir otro ataque de tos-. No te involucres.
– ¡Maldita sea, Gannon! Ya estoy involucrada – se dio la vuelta hacia los policías-. No pueden llevarlo y arrojarlo a una celda. No lo permitiré.
El inspector miró a Gannon con más atención.
– No tiene buen aspecto. ¿Se hirió al aterrizar, señor Gannon?
Como respuesta, Gannon simplemente se deslizó y se desplomó sobre la moqueta todo lo largo que era.
– ¿Lo ve? ¿Qué le estaba diciendo? -Dora se agachó a su lado-. Usted, use la radio y llame a una ambulancia. ¡Ahora mismo!
La joven policía dirigió una mirada a su jefe, pero no discutió, y se descolgó la radio del cuello mientras Dora acunaba la cabeza de Gannon sobre su regazo hasta que llegaron los paramédicos y la apartaron con suavidad para poder examinarle las constantes vitales y conectarle un gotero antes de cargarlo en una camilla.
– ¿Qué diablos…?
Dora alzó la vista para encontrarse a su hermano en el umbral de la puerta.
– ¡Fergus! ¿Qué estás haciendo aquí?
– Me llamó el comisario en jefe. Dijo que podías encontrarte en problemas así que decidí venir a ver en qué tipo de líos te habías metido esta vez.
– ¡Oh, Fergus! -dividida entre las lágrimas y la risa, se levantó para abrazar a su hermano-. ¡Oh, Fergus! Eres una alegría para la vista. No podías haber llegado en mejor momento -se dio la vuelta hacia los de la ambulancia-. ¿A dónde lo llevan?
Le dieron el nombre del hospital más cercano.
– ¿Quiere acompañarlo, señorita?
Por supuesto que quería. No quería perderlo de vista ni un solo instante, ni siquiera con Fergus. Cuando Sophie se despertara y viera que su padre no estaba allí, necesitaría a alguien conocido.
– No puedo irme ahora mismo, pero iré en cuanto pueda. Dígaselo cuando recupere el sentido.
– ¿Quién es? -preguntó Fergus-. ¿Y qué es lo que le pasa?
– Parece una neumonía -dijo uno de los paramédicos-. Estará en pie antes de que se entere.
– Vete con él, Johnson -ordenó el inspector-. El señor Gannon no es el tipo de hombre al que una neumonía tenga postrado mucho tiempo.
– ¿Por qué no le esposan a la camilla? -preguntó Dora con enfado.
– ¡Dora! -la advirtió Fergus pasando el brazo por su hombro mientras la llevaba al salón para servirle un poco de brandy-. ¿Por qué no me cuentas lo que ha estado pasando aquí? -preguntó al ofrecérselo-. Entonces podremos hacer algo al respecto.
– Perdóneme, señor, pero si no le importa, tengo que hacerle algunas preguntas a la señorita. ¿Está la pequeña aquí, señorita Kavanagh?
Pero Fergus intervino por ella.
– Bueno, inspector. Entenderá que mi hermana está conmocionada. Y no contestará a ninguna pregunta hasta que llegue su abogado. Si quiere esperar abajo, estoy seguro de que el portero podrá ofrecerle una taza de té.
– Lo siento, pero tengo que saberlo. ¿Está la niña aquí, señorita Kavanagh?
– Está dormida, inspector. Por favor, no la moleste.
– Tengo que informar a los Servicios Sociales…
– ¡No! -Dora se llevó la mano a la boca-. No puede llevársela. Le prometí a John que la cuidaría.
– Lo siento, señorita, pero…
Dora comprendió que las emociones no iban a servirle de nada.
– El padre de Sophie me ha encargado que la cuide hasta que pueda hacerlo él mismo.
– ¿El padre? Me perdonará, señorita, pero eso tendrá que demostrarlo.
– El padre de Sophie -repitió Dora con paciencia-, acaba de ser trasladado al hospital. Yo soy la única persona que conoce la niña aparte de él y si la apartan de mí se sentirá muy sola y asustada. Le prometí a John Gannon que cuidaría de ella y lo haré.
– Lo haremos, inspector -intervino de nuevo Fergus-. De hecho, lo mejor será que mi hermana y la niña vengan a Marlowe Court conmigo -le pasó al inspector su tarjeta-. Creo que podrá aceptar mi palabra de que mi hermana se presentará mañana a primera hora en la comisaría con su abogado.
El policía miró la tarjeta.
– No soy yo el que puede decidirlo, señor -dijo incómodo.
– No tiene por qué hacerlo -descolgó el teléfono y le pasó el receptor al hombre-. Llame al comisario en jefe. Estoy seguro de que me avalará.
Dora casi sintió lástima por el hombre. Una cosa era tratar con una mujer joven aturdida y otra muy diferente enfrentarse a Fergus Kavanagh en su actitud más dictadora. Sus hermanas podían tomarse libertades con su dignidad, y llamarle Gussie a sus espaldas cuando las reñía, pero para el resto del mundo, él era el presidente de Industrias Kavanagh y malo para el que lo olvidara.
– ¿Quiere ver a Sophie? ¿Asegurarse de que está bien?
El alivio del policía fue palpable.
– Eso sería…
Hizo un gesto que lo decía todo.
Sophie dormía pacífica abrazada a su muñeca.
– Gracias, señorita. Tendré que informar a los Servicios Sociales donde se encuentra, por supuesto. Dejaré que ellos expresen sus objeciones al señor Kavanagh.
Y por un momento, Dora creyó ver un brillo de diversión en sus ojos.
– ¿Cómo lo supieron? -preguntó Dora mientras acompañaba a los policías a la puerta-. ¿Que John se encontraba aquí?
– Ah, fue por la ropa -Dora frunció el ceño-. La ropa que le compró a la niña. Usted le dijo al sargento que era para su sobrina…
– La sobrina de mi hermana, dije.
– Bueno la sobrina de su hermana. Cuando el sargento llevó el informe, el comisario supo que estaba mintiendo porque su mujer había ido a las mismas clases prenatales que la señora Shelton, lo que significaba que… eh la sobrina de su hermana sólo podría tener seis o siete meses. Y la ropa que usted compró era para una niña mucho mayor.
Dora sonrió avergonzada.
– No sería muy buena delincuente, ¿verdad?
– Espero que no, señorita.
A la mañana siguiente, Fergus dio instrucciones al chófer de que parara en el hospital camino a Marlowe Court. Así Dora y Sophie podrían ver a Gannon. Cuando ella había llamado poco antes a preguntar cómo se encontraba, sólo le habían dicho que había pasado la noche bien, pero nada más.
Cuando llegaron al ala indicada, Dora preguntó a la enfermera de recepción.
– Estoy buscando a John Gannon. Lo ingresaron anoche -dijo alzando en brazos a Sophie que jugueteaba nerviosa con sus piernas.
– ¿Cuál es su nombre?
– Dora Kavanagh. Y ésta es Sophie, su hija.
– Lo siento, señorita Kavanagh, pero el señor Gannon ha indicado que no quiere recibir visitas.
Dora miró a la enfermera con el ceño fruncido.
– ¿Perdone?
– Que no quiere recibir visitas.
– Pero… no lo entiendo. Ésta es su hija… debe querer verla.
La enfermera parecía comprensiva pero inamovible.
– Lo siento.
Dora no podía entenderlo. Y entonces pensó que quizá sí. Gannon creía que lo había traicionado, que mientras estaba durmiendo, ella había llamado a la policía. Podía entender que estuviera enfadado y se negara a verla a ella, ¿pero a Sophie?
La niña empezó a agitarse y Dora la acunó y la consoló. Quizá John pensara que un hospital la asustaría. Al menos en eso había acertado.
– ¿Cómo se encuentra? -preguntó con impotencia.
– Ha pasado una buena noche. El doctor le visitará más tarde.
Dora deseaba a agarrarla por el mandil y sacudirla, decirle que tenía que verlo porque lo amaba… que tenía que contarle… Pero la mujer sólo estaba siguiendo las órdenes de John.