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Tenemos que partir -es el único criterio seguro- de lo primero que se ha llamado alguna vez metafísica: la obra de Aristóteles. Ahora bien, ¿cómo llama éste a la ciencia filosófica capital, la que un día va a recibir la denominación que nos ocupa? Hay que distinguir dos tipos de designaciones en el texto aristotélico: las que son propiamente denominaciones de la metafísica y las que son "definiciones" de ella, quiero decir determinaciones concretas de su contenido. Las que aquí interesan son, claro es, las primeras; de las segundas tendremos que hacernos cuestión más adelante. Las cuatro denominaciones principales son: sabiduría (sophía), filosofía primera (próte philosophía), ciencia buscada (zetouméne epistéme), "teoría de la verdad" (tês aletheías theoría). En seguida se explicará por qué pongo entre comillas esta última traducción.

La diferencia entre estos cuatro nombres salta a la vista y es sumamente significativa: sabiduría es un nombre recibido y tradicional, que designa la forma suprema y última de saber, la pretensión radical del "sabio"; Aristóteles va a determinar que la "sabiduría" consiste precisamente en esta ciencia que nosotros llamamos metafísica; éste es el sentido de la indagación efectuada en los dos primeros capítulos del libro I. Filosofía primera es también una designación "jerárquica" y a la vez metódica, que apunta a la dignidad y las exigencias de ese saber que se trata de establecer y fundamentar. Y esto es lo que quiere decir, justamente, la tercera expresión: ciencia buscada; esto es, ciencia problemática, definida sólo hasta ahora por sus requisitos, función y preeminencia, pero que por lo pronto no está ahí, es sólo una tarea o empresa. La cuarta expresión reclama mayor detenimiento.

"Teoría de la verdad", en efecto, es una versión totalmente impropia, sólo un calco literal del griego, precisamente para conservarlo y, en rigor, no traducirlo ni interpretarlo. Cuando Aristóteles designa así la metafísica, como cuando habla de los que "filosofaron acerca de la verdad", no se refiere a una teoría de la verdad, a una indagación de lo que es verdad, que no se puede encontrar en los presocráticos; al contraponer los que primero teologizaron (theologésantes) a los modernos que filosofaron "acerca de la verdad" (philosophésantes), Aristóteles apunta a la idea de alétheia como desvelamiento, descubrimiento o patencia de lo real, de lo que verdaderamente hay, de lo que las cosas son de verdad, es decir, lo que eran ya desde siempre en su fondo arcaico y primario -principio, arkhé-, y por tanto son y serán siempre. Este trasfondo último de las cosas, al cual se puede llegar, porque hay un camino o método, y que se puede poner de manifiesto, es la fuente u origen de donde brotan las cosas, y a la vez aquello que en el fondo son, aquello en que propiamente consisten: las dos ideas que viven en la noción de physis o naturaleza.

Cuando Aristóteles, al comienzo de su Metafísica, rastrea los antecedentes de su propio pensamiento, distingue dos pasados de distinta actualidad: uno, próximo -los "que filosofaron", los presocráticos-; otro, remoto y que en cierto sentido se contrapone a aquél, pero dentro de cierta esencial comunidad -los "que teologizaron", diversas formas de pensamiento mítico-. Con otras palabras, si la disciplina teórica que se va a llamar después metafísica tiene una función en la vida humana, tiene que descubrirse su origen en una necesidad de ésta satisfecha antes por alguna otra realidad "homologa", es decir, que ocupaba un puesto semejante dentro de la estructura vital correspondiente; y si partimos de esta realidad primaria e introducimos el movimiento histórico, la metafísica aparecerá, no ya como "homologa" -término estático y por tanto reversible- sino como "vicaria" de ella, como una actividad suplente y que hace sus veces, y a la vez como originándose de ella, al producirse cambios en la situación.

No podemos aquí entrar en el detalle de este problema. En otros lugares he hablado con alguna precisión de la moîra como "análogo preteorético de la physis" y del descubrimiento del método o camino que permite ir de lo patente a lo latente y convertir la caprichosa e indomable "revelación" de lo que la realidad es en el fondo en activa y humana "desvelación" de la verdad. Aquí baste con citar algún antecedente especialmente claro. En la Teogonía , Hesíodo -siglo VIII a. de C.- va a poner en boca de las Musas el relato de la génesis de los dioses; se está lejos de la teoría y de la filosofía; pero, a pesar de ello, en el preludio mismo del poema hacen las Musas una singular declaración: "Sabemos decir muchas mentiras semejantes a las cosas verdaderas; pero sabemos, cuando queremos, proclamar verdades" (v. 27-28). Las palabras que emplea Hesíodo son sumamente significativas: mentiras o falsedades (ψεύδεα) se contraponen, de un lado, a e)/tuma, las cosas verdaderas o, más exactamente, auténticas, a las cuales se parecen o asemejan, por las cuales pasan o pretenden pasar; de otro lado, a a)lhqe/a, las verdades que se dicen o proclaman, es decir, las cosas que se ponen de manifiesto o hacen patentes. La verdad o alétheia descubre las realidades auténticas o étyma, usualmente encubiertas o desfiguradas por mera semejanza de las falsedades o pseúdea.

Una expresión casi literalmente coincidente con la de Hesíodo se encuentra en Homero (Odisea, XIX, 203), cuando Ulises dice "muchas mentiras semejantes a cosas verdaderas" (yeu/dea polla\ le/gwn e)tu/moisin o(moi=a), es decir, verosímiles. Y adviértase que el epíteto que Hesíodo aplica a las Musas es artiépeiai, que se suele traducir por "veraces", pero que literalmente significa "de palabra exacta", que dicen justa y adecuadamente.

"Por huir de la ignorancia", dice Aristóteles, buscaron los hombres la sabiduría. La necesidad humana de saber a qué atenerse, cuando no se refiere a esta o la otra cosa, sino que es radical, reclama una referencia al trasfondo oculto de las cosas manifiestas; originariamente, el hombre no puede hacer nada para llegar a ese fondo latente; ha de ser él mismo quien se revele de una forma o de otra; en la medida en que se tiene fe en estas fulguraciones de lo real -oráculos, adivinación, etc.-, el hombre se orienta y sabe a qué atenerse. Cuando, por multitud de experiencias históricas, ensayos, fracasos, conocimientos de otros mundos, esa creencia se quebranta, sobreviene una incertidumbre; y cuando, por último, entre los "siete sabios" y, más aún, en la escuela de uno de ellos, en el grupo milesio en torno de Tales, aflora una nueva creencia, la de que las cosas son "en el fondo" lo mismo, se derivan unas de otras por generación y, por tanto, tienen una cierta consistencia por la que se puede preguntar, ese día la vieja necesidad radical cambia de sentido y se convierte en algo que -hasta cierto punto al menos- está en la mano del hombre. Su preguntar no es ya un pasivo requerir al oráculo; es dirigirse a la realidad y obligarla a responder; es el hombre mismo el que va a averiguar -verificare, verum facere- lo que son las cosas. Verdad no es ya lo que verazmente se le dice al hombre, es lo que éste hace, es decir, descubre. Éste es el origen de la metafísica.