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Otros trabajadores, estos vestidos de blanco, se movían alrededor del fuselaje, el extremo del ala y el motor, tomando fotografías, apuntando datos y hablando a pequeñas grabadoras. Las gorras azules les identificaban como miembros del NTSB.

– No falta nadie -dije.

– NTSB, FBI, SBI, FAA, ATF, CBS, ABC. Y, naturalmente, el CEO. Si tienen siglas, están aquí.

– Esto no es nada -dijo Larke-. Sólo tienes que darles uno o dos días.

Se quitó un guante de látex y echó un vistazo al reloj.

– La mayoría de los miembros del DMORT están reunidos en el depósito provisional, Tempe, de modo que no tiene ningún sentido que te vistas ahora. Continuemos. -Intenté protestar pero Larke me interrumpió-. Volveremos caminando juntos.

Mientras Larke se dirigía a la zona de descontaminación, Lucy me indicó dónde se encontraba el depósito. No era necesario. Había visto la actividad que se desarrollaba a su alrededor mientras ascendía por la carretera comarcal.

– El Departamento de Bomberos de Alarka está a unos doce kilómetros. En otra época era una escuela. Verá unos columpios y unos toboganes, y los camiones, que están aparcados en un prado contiguo.

Cuando nos dirigíamos a la zona donde se concentraban los servicios de rescate, el forense me puso al tanto de los últimos acontecimientos. Entre todos los datos destacaba una información anónima recibida por el FBI acerca de una bomba a bordo del avión siniestrado.

– El buen ciudadano fue lo bastante amable y generoso como para compartir esa información con la CNN. Todos los medios de comunicación están actuando como sabuesos con una presa.

– Cuarenta y dos estudiantes muertos convertirán esta tragedia en un suceso de Pulitzer.

– También está la otra mala noticia. Cuarenta y dos puede ser un número bajo. Parece que fueron más de cincuenta las personas que hicieron las reservas a través de la UGA.

– ¿Has visto la lista de pasajeros? -Me costó un gran esfuerzo hacer la pregunta.

– La tendrán cuando celebremos la reunión.

Sentí un escalofrío.

– Sí, señor -continuó Larke-. Si metemos la pata, la prensa nos comerá vivos.

Nos separamos para dirigirnos a nuestros coches. En un tramo de la carretera entré en una zona en la que había cobertura y el teléfono comenzó a lanzar un pitido. Pisé el freno, temiendo perder la señal.

El mensaje era apenas audible a través de la electricidad estática.

– «Doctora Brennan, soy Haley Graham, la compañera de cuarto de Katy. Hmmm. He escuchado sus mensajes, cuatro, creo. Y también del padre de Katy. Llamó un par de veces. Bueno, después oí las noticias del accidente aéreo, y… -Interferencias-. Bien, esto es lo que hay. Katy se marchó el fin de semana y no estoy segura de dónde puede estar. Sé que Lija la llamó un par de veces a principios de esta semana, de modo que estoy un poco preocupada pensando que quizás Katy fue a visitarla. Estoy segura de que es algo estúpido, pero pensé que lo mejor sería llamarla para preguntarle si había hablado con Katy. Bueno… -Más interferencias-. Parezco una chiquilla asustada, pero me sentiría mejor si supiera dónde está Katy. Adiós.»

Llamé a Pete. Aún no tenía noticias de nuestra hija. Volví a llamar. Lija seguía sin contestar al teléfono.

Un miedo helado se extendió a través de mi pecho y se enroscó alrededor del esternón.

Una camioneta hizo sonar la bocina y me apartó de la carretera.

Continué descendiendo la montaña, anhelando pero temiendo la inminente reunión, segura de cuál sería mi primera pregunta.

Capítulo 3

Una de las primeras responsabilidades del DMORT cuando se produce un desastre masivo es establecer un depósito provisional en un lugar lo más próximo posible al escenario de la tragedia. En general, los lugares preferidos para la instalación del depósito de cadáveres suelen ser las oficinas del examinador juez médico y el forense, hospitales, funerarias, hangares, almacenes y cuarteles de la Guardia Nacional.

Cuando llegué al Cuartel de Bomberos de Alarka, el lugar escogido para recibir los restos mortales del vuelo 228 de la TransSouth Air, la zona de aparcamiento principal ya estaba llena y había gran cantidad de vehículos esperando en la entrada. Me coloqué en la larga cola y comencé a avanzar despacio, haciendo tamborilear los dedos en el volante mientras echaba un vistazo a mi alrededor.

La zona de aparcamiento trasera había sido reservada para los camiones frigoríficos que se encargarían de transportar los cuerpos de las víctimas. Observé a un par de mujeres de mediana edad que cubrían la valla con un plástico opaco a la espera de una presencia masiva de fotógrafos, tanto profesionales como aficionados, que llegarían para violar la intimidad de los muertos. Una ligera brisa movía y hacía crujir el plástico mientras ambas mujeres se esforzaban por asegurarlo a la valla metálica.

Finalmente llegué hasta donde se encontraba el guardia, exhibí mi credencial y me autorizó a aparcar. En el interior, docenas de trabajadores estaban colocando mesas, unidades de rayos X portátiles y aparatos para revelar radiografías, ordenadores, generadores y calentadores de agua. Se limpiaban y esterilizaban los cuartos de baño y se construían áreas para que el personal se cambiara de ropa y descansara. En una esquina trasera se había creado una sala de conferencias. Y en otra estaban levantando un centro informático y la central de rayos X.

Cuando entré, la reunión ya había comenzado. La gente se alineaba junto a las paredes provisionales y alrededor de mesas portátiles que habían sido juntadas en el centro de la «sala». Las lámparas fluorescentes, colgadas del techo con alambres, arrojaban una luz azulada sobre los rostros tensos y pálidos. Me deslicé hacia la parte posterior y me senté.

El investigador del NTSB, Magnus Jackson, estaba acabando su exposición acerca del Sistema de Mando de Incidencias. El IIC, como llamaban a Jackson, era delgado y duro como un dóberman, con la piel casi tan oscura como la de esos perros. Llevaba gafas ovaladas con una fina montura metálica y el pelo gris muy corto.

Jackson estaba describiendo el sistema de «equipo en acción» empleado por el NTSB. Uno por uno fue presentando a quienes encabezaban los grupos de investigación bajo su mando: estructuras, sistemas, plantas generadoras de energía, actuación humana, incendios y explosiones, meteorología, datos del radar, registro de sucesos y declaraciones de testigos. Los investigadores se levantaban de sus asientos o alzaban la mano a medida que Jackson repasaba la lista, cada uno de ellos con una gorra y una chaqueta con las letras «NTSB» en letras mayúsculas de color amarillo.

Aunque yo sabía que estos hombres y mujeres determinarían la causa que había provocado que el vuelo 228 de la Trans-South Air cayera del cielo, la sensación de profundo vacío que tenía en el pecho no desaparecía, me resultaba muy difícil concentrarme en otra cosa que no fuera la lista de pasajeros del avión.

Una pregunta me devolvió a la realidad.

– ¿Se han encontrado la CVR y la FDR?

– Aún no.

La grabadora de voz de la cabina, CVR, registra las transmisiones de radio y los sonidos en la cabina de los pilotos, incluyendo las voces de los pilotos y el ruido de los motores. La grabadora de datos de vuelo, FDR, controla la condiciones operativas del vuelo, como altitud, velocidad del aire y dirección. Cada una de ellas tendría una importancia fundamental en la determinación de la causa probable del accidente.

Cuando Jackson acabó su intervención, un especialista en asistencia familiar del NTSB procedió a explicar el Plan Federal de Asistencia Familiar para Desastres Aéreos. Dijo que el NTSB actuaría como enlace entre la compañía TransSouth Air y las familias de las víctimas. En el Sleep Inn de Bryson City se estaba instalando un centro de asistencia familiar para que actuase como central de información para la identificación de las víctimas, datos que los miembros de la familia podrían aportar para ayudar a identificar los restos de un hijo o una hija. No pude evitar sentir un estremecimiento.